Punto de vista. El agobiante imperio de la antinomia
Pablo Mendelevich Para LA NACION
Mucho antes de que existieran Kirchner y el Grupo Clarín, los discípulos de Manes ya explicaban el Universo como una lucha entre el Bien y el Mal. El maniqueísmo, que se desplegó desde el Imperio Persa, veía en la confrontación de la luz y las tinieblas la causa de todo. Desde luego, nadie se sorprende demasiado al ubicar esas creencias a la altura del 260. Aunque con florecimientos intermitentes en los mil años posteriores, la fe maniquea se venteó unos siglos antes de la entrada en vigencia de las democracias modernas. Lo que sorprende, por eso, es que el planteo de un imperativo dual se actualice hoy y aquí (en la tierra del dulce de leche y la picana, digamos), no ya en clave religiosa, como pretendía el profeta persa, pero tampoco circunscripto con exclusividad a un marco político sino, más bien, desparramado en la atmósfera social y cultural.
Kirchner, como se sabe, ha convencido a mucha gente de que en la Argentina hay dos grandes actores y ninguna otra cosa: el Gobierno y los destituyentes, su esposa y las corporaciones, él y Magnetto, pares antagónicos que, cualquiera sea la denominación que adopten en cada discurso, siempre son dos, siempre enemigos irreductibles. Trae una promesa aliviadora: cuando se pulverice al otro -referencia, obviamente, a los patrocinados por Satanás, cuya derrota se sabe inexorable-, el pueblo alcanzará la felicidad. El razonamiento es sencillo. Extinguido el Mal, sólo el Bien quedará en pie. No faltan quienes, marcados quizás por sus experiencias escolares (Juan y Pinchame se fueron al río, Juan se ahogó, ¿quién quedó?), pretenden poner en duda que el kirchnerismo y la felicidad del pueblo sean un mismo sujeto, pero la lógica binaria sitúa a esos objetores en el lugar de quienes carecen de autoridad para pretenderse objetivos, porque su inspiración es el odio, asunto espejado. A un antikirchnerista -razonan los ecos paraoficiales-, lo único que le importa es terminar con Kirchner, sufre la misma contaminación de un pingüino empetrolado (el ejemplo no es ocioso), quien por más baños que se quiera dar, siempre andará sucio.
Sin embargo, más allá de la opinión que se tenga de los opuestos en cuestión, no todo el mundo está convencido de que la división binaria se ajuste a la realidad. Están los que se ven a sí mismos como un tercero. Los que dicen, por ejemplo, esta pelea no es la mía, por mí que se maten, son lo mismo pero de distinto signo, cosas por el estilo. Su drama consiste en resolver una dificultad escénica. ¿Dónde se planta un mortal que se pretende ajeno al kirchnerismo y tampoco comulga con los enemigos prefigurados que éste señala? ¿Con quién se identifica el peatón que tiene sentimientos agridulces respecto del Gobierno pero está abonado a la sentencia que dice que los opositores son una manga de inoperantes? No apareció aún el coreógrafo que lo pueda resolver. El centrifugado amigo-enemigo distribuye a todos en dos laterales e incluye a la platea.
Si la guerra de turno enchastra siempre al marcado, sea lo que fuere y haga lo que hiciere, para descifrar esta dinámica tal vez haya que pedirle prestada la frase a Clinton: acá no se trata de la calidad del enemigo; es la antinomia, estúpido.
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