El antídoto de las pantallas es más familia
En mi casa había una escena que se repetía: cuando era la hora de comer mis hijas llegaban de mala gana a la mesa, decían que no tenían hambre y lograr que comieran era una lucha. Había algo que no estaba funcionando.
Tardé en darme cuenta de que el problema era la tablet. No me parecía mal que la usaran un rato mientras terminábamos de preparar la comida. Hasta que un día hice la prueba: media hora antes de comer, chau tablet, a jugar con otra cosa o a ayudarme a poner la mesa. No volví a tener problemas para que coman.
A veces los padres buscamos soluciones rápidas y fáciles ante los desafíos que nos presentan nuestros hijos. Definitivamente, la comodidad se volvió una meta predominante en nuestra sociedad, reemplazando las conexiones y los vínculos que solían formar la base de nuestra existencia. El celular puede parecer una solución mágica. Pero ese efecto de aparente alivio en el corto plazo genera, con el tiempo, todo lo contrario. Según la Unesco, la cantidad de tiempo que pasamos frente a la pantalla afecta en el autocontrol y aumenta la ansiedad. En otro estudio de 16 encuestas a 125 mil chicos, se determinó que más de 2 horas de uso de pantallas por día aumenta el riesgo de depresión. El 45% de los estudiantes se siente ansioso si no tiene su teléfono, y ni hablar de que según las pruebas PISA de 2022 en la Argentina, el 65% de los estudiantes se distrae en clase por el celular.
Las pantallas en general, y más aún el celular, tienen un diseño adictivo cuyo objetivo es que lo usemos la mayor cantidad de tiempo posible. Y en el caso de los chicos esto es dramático porque, en cerebros en pleno desarrollo, el uso excesivo de estos dispositivos puede interferir en áreas esenciales como la atención y la memoria. Además, genera un impacto negativo en la corteza prefrontal del cerebro, crucial para funciones cognitivas superiores como el control de impulsos y la planificación.
Pero en mí opinión hay un antídoto muy efectivo: la familia. La familia es donde aprendemos los valores que nos definen y las tradiciones que nos unen. Y es ahí donde tenemos que estar atentos y tomar medidas para que las pantallas no se interpongan entre nosotros y nuestros hijos. Las relaciones humanas se basan en escuchar y registrar al otro. Se basan en una combinación de factores psicológicos, emocionales, sociales y culturales que requieren tiempo, requieren ocuparse, disciplina y límites. Ahí nuestro rol como padres es crucial e insustituible. Tenemos que dar el ejemplo dejando el celular de lado y aprovechando más el tiempo con ellos, y también tenemos que ser conscientes del riesgo que significa no conocer ni controlar lo que hacen online.
Estamos convencidos de que la escuela no es un lugar para hacer uso ilimitado del celular. Por eso, la semana pasada establecimos un marco de pautas para que cada escuela de la ciudad se plantee de qué manera puede incorporarse el celular a la educación -exclusivamente en el secundario- convirtiéndolo en un aliado y no en un elemento que irrumpe, distrae y dificulta el aprendizaje. Esto, a la vez, es volver a un valor básico: el respeto hacia el docente y hacia los compañeros.
El desafío es que los chicos desarrollen capacidad de análisis y pensamiento crítico, para que ante las pantallas sean sujetos conscientes y capaces de desarrollar todo su potencial.
La urgencia de esta reflexión se convierte en nuestra responsabilidad compartida, como padres, educadores y tomadores de decisión. Sería un error demonizar a la tecnología. El objetivo es estar cerca de los chicos, no generar distancia. Porque solo estando al lado de ellos vamos a poder mostrarles los beneficios del buen uso del celular y los riesgos de su abuso. Mostrando respeto vamos a enseñar respeto, hacia los demás pero, sobre todo, hacia ellos mismos.
Vicejefa de gobierno de la ciudad de Buenos Aires