El Brexit, o el riesgo de salir de Utopía
El Reino Unido está a punto de cruzar el Rubicón. En breve, sus ciudadanos optarán por quedarse en la Unión Europea (UE) o salir de ella. Los partidarios de permanecer afirman que el Reino Unido será más seguro, influyente y próspero dentro de la UE, no fuera. Como miembro de la UE, el Reino Unido creció a un ritmo levemente superior al de Estados Unidos, un modelo de país para quienes desean salir. Y si Londres disfrutó de su relación especial con Washington no fue por administrar un imperio declinante sino por sentarse en Bruselas y ser influyente en el continente.
Quienes prefieren salir afirman que el Reino Unido será más libre y soberano para decidir con quién hacer negocios, a quién dejar entrar y bajo qué leyes funcionar. Están cansados de Bruselas y sus regulaciones. Cansados de aportar al bloque unos veinte (algunos dicen treinta) millones de libras por día. Y cansados de inmigrantes europeos que, según argumentan los partidarios de abandonar la UE, les sacan empleo a los ingleses y tiran abajo los salarios.
Lo que está detrás del Brexit es el ascenso del nacionalismo inglés como respuesta a dos fenómenos: por un lado, la descentralización del poder ejecutivo y legislativo de Westminster a los parlamentos nacionales y al ascenso del etnonacionalismo en Gales y Escocia; por otro, la profundización del multiculturalismo en Europa. Es un nacionalismo que va por derecha y por izquierda. La primera, exaltando el pasado glorioso del Commonwealth y alentando la xenofobia; la segunda, empujando un sentimiento antielite y contra el neoliberalismo.
Por eso el Brexit no está sólo relacionado con la UE. Tiene que ver con la política interna y el corrimiento hacia la derecha nacionalista. Tiene que ver con cambios demográficos y el temor que generan en las clases medias bajas. Y tiene que ver con la identidad internacional de Inglaterra en un mundo en donde los movimientos tectónicos de la política y la economía suceden en Asia, no en Europa.
El Banco Mundial, el FMI y la OCDE pronostican efectos adversos si los británicos deciden dejar el proyecto europeo. Los optimistas creen que Londres siempre podrá renegociar los términos de intercambio con Europa y disfrutar del mercado europeo. Es lo que hicieron Noruega o Suiza, y no les fue nada mal. Los pesimistas sostienen que Londres perderá influencia en Europa y en Washington. Y temen que el nacionalismo inglés dispare reacciones por toda Europa.
Nadie sabe qué pasaría con los tres millones de europeos que viven en la isla o con los dos millones de británicos que viven en el continente. Es que nunca nadie dejó Utopía. Al menos hasta ahora.