Opinión. El calvario de Fellner
¿Es posible encender alguna luz en la oscuridad política que nos envuelve? Podríamos prender dos linternas. La primera nos confirmaría que la discusión sobre el impuesto al cheque es vital, pero no porque estén en juego los diez mil millones cuyo control se disputan el Ejecutivo y el Congreso sino porque se trata de saber si, tanto en torno a este impuesto como en todo lo que concierne a la distribución de los recursos fiscales que ha monopolizado la nación en detrimento de las provincias, éstas podrán liberarse finalmente del yugo mediante el cual los Kirchner las han obligado a mendigar lo que les pertenece. Lo que está en juego va mucho más allá del impuesto al cheque como tal, porque se trata nada menos que de la resurrección del federalismo.
La segunda linterna es la comprensión de que ya no hay uno sino varios kirchnerismos. Uno es el "kirchnerismo incondicional". Otro es el "ex kirchnerismo" de aquellos y aquellas que se han ido emancipando de los Kirchner, la última de las cuales ha sido la senadora Adriana Bortolozzi, que facilitó el quórum gracias al que la reforma del impuesto al cheque prevaleció en el Senado durante la última semana.
Pero el kirchnerismo alberga todavía un tercer grupo al que podríamos denominar "semikirchnerista" porque sus integrantes, si bien quisieran independizarse de los Kirchner, todavía no se animan. En esta categoría habría que incluir una larga lista de legisladores, gobernadores e intendentes que aún vacilan entre someterse o rebelarse. El símbolo viviente del "semikirchnerismo" ha pasado a ser, esta semana, el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Fellner.
En circunstancias normales, Fellner debería darle de inmediato el pase de la media sanción del Senado sobre el impuesto al cheque a la Cámara que él preside, donde la oposición cuenta con amplia mayoría. Pero la presión de los Kirchner sobre él es asfixiante. El dilema del presidente de Diputados se ha vuelto, en consecuencia, dramático. Si obedece a los Kirchner, decepcionará a opositores como Elisa Carrió, quien lo había votado para presidir la Cámara de Diputados contra la opinión de peronistas disidentes como Ramón Puerta, que aconsejaba a los opositores quedarse con la presidencia de la Cámara. Pero si al fin intenta convertirse en un nuevo Cobos y habilita el tratamiento del proyecto que viene del Senado, no le dejaría a Cristina Kirchner otro camino que un veto decididamente impopular por atentar abiertamente contra las provincias, por lo que recaería sobre él, inevitable, la misma acusación de "traidor" que hoy los Kirchner fulminan contra Cobos. Ante la necesidad de optar entre estos dos males, ¿cuánto tiempo podría ganar Fellner con alguna medida dilatoria como las que está considerando? Fellner duda. Su duda es su calvario.
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