El campo, hacia el Bicentenario
Durante muchos años, el sector agropecuario dejó un importante espacio vacío en lo referido a una participación efectiva y comprometida de sus hombres en la actividad cívica nacional. La experiencia vivida por los representantes de las entidades del campo en su relación cotidiana con el Poder Legislativo sirvió para interiorizar a los legisladores nacionales de la razón de sus reclamos durante aquel largo conflicto. Esta tarea fue ilustrativa de la necesidad de una integración más dinámica del sector con las instituciones de la República.
La rápida respuesta de las organizaciones sectoriales fue la convocatoria a dirigentes y productores con vocación política a postularse como candidatos de distintos cargos legislativos en juego en el acto electoral del 28 de junio. Gran parte de ellos recibieron el respaldo del voto popular en aquella jornada y asumieron sus cargos ahora.
Este primer paso abrió la puerta a un indispensable protagonismo del sector en la política nacional. Es de esperar que contribuya a mejorar la devaluada imagen de la dirigencia política.
Es la hora, entonces, para nuestros hombres y mujeres de ejercer el poder ciudadano que les corresponde, tanto en la elaboración y el debate de los proyectos que hacen a las leyes fundamentales de la Nación como en su función de fiscales y custodios de los valores éticos fundamentales de un país representativo, republicano y federal.
El resultado del acto electoral mostró un voto castigo que se correspondía claramente con el reclamo de un cambio de actitud autoritaria, hegemónica, confrontativa, que ha sido característica de la actual gestión. Por el contrario, requería priorizar el diálogo, el intercambio de ideas, la concertación tantas veces proclamada por la Presidenta, pero lejana en su concreción.
Fundamentalmente, se constituyó en el mensaje imperativo de un país interior, demandante de un federalismo auténtico, urgido de una participación más activa en la política interna, como también de una coparticipación mas justa y equitativa, independiente de dádivas y prebendas que contribuyan a equilibrar sus deficitarios presupuestos, sino pensada para compensar, en parte, la riqueza que cada una de ellas genera.
Esta nueva conformación de las cámaras determinará un Poder Legislativo más equilibrado en su composición, con la garantía de un mayor debate sobre los distintos temas y donde la presencia del campo contará con la posibilidad de una adecuado tratamiento de sus temas específicos, además de una mejor comunicación de sus realidades.
Las vísperas del Bicentenario nos obligan a pensar políticas de Estado con proyección a las nuevas generaciones. La fuerte demanda alimentaria por parte de los países asiáticos –principalmente, China e India, fortalecidas en sus respectivas economías– nos recuerdan el ímpetu dado al desarrollo argentino por la legendaria generación del 80. En aquellos años, los países europeos, necesitados del abastecimiento cotidiano, determinaron el requerimiento de productos primarios, lo que generó el asombroso crecimiento del país en aquel momento. Pasamos del desierto a ser la séptima economía mundial.
El siglo XXI presenta un nuevo e interesante desafío para los países productores, entre los cuales, sin duda, el nuestro podría ocupar la primera fila, dadas sus posibilidades de una rápida y positiva respuesta a esa formidable oportunidad.
Sin embargo, en esta ocasión, la Argentina optó por dejar ese espacio vacío y fundamentó esa decisión en el necesario desacople de los precios internos de los internacionales. Un objetivo razonable, por cierto, para tener en cuenta, pero para el que existían mejores opciones que poner en riesgo la continuidad de aquellas actividades reflejadas en la normal oferta de alimentos.
Las consecuencias aparecen como una triste realidad. Actividades emblemáticas para la Argentina, como la ganadería, la lechería y la siembra de cereales están limitadas en sus exportaciones, con la pérdida de mercados que ello significa, e intervenidas por un estricto control en la fijación de sus precios, que muchas veces no alcanzan a cubrir sus costos.
Vivimos antinomias ficticias, hoy ya inexistentes. Conceptos perimidos, ideologías extrañas y, sobre todo, desconocimiento absoluto de que hoy la actividad productiva, lejos de basar su eficiencia exclusivamente en el factor tierra, engloba un aspecto infinitamente mayor en cuanto a la movilización económica, social y cultural que genera, a través de sus cadenas de valor en todos los pueblos de la República.
Se desconoce la formidable posibilidad actual, que nos permite el eficaz aprovechamiento de innovaciones tecnológicas y genéticas. Tomemos como ejemplos la maquinaria de última generación y alta precisión, el mejoramiento de la producción animal, calidad de pasturas, la investigación y desarrollo de semillas especiales y el valor agregado de los múltiples subproductos derivados.
¿Cómo no tener en cuenta la inversión y la infraestructura requeridas (rutas, hidrovías y ferrovías, almacenaje, puertos y los servicios para la movilización y transporte) por una actividad productiva en constante desarrollo, hoy en condiciones de superar los cien millones de toneladas de cereal?
Hemos perdido demasiado tiempo en discusiones estériles sobre el modelo que necesita nuestro país para progresar, en su inserción en un mundo cada vez más competitivo.
Como suele suceder, nuestros vecinos han aprovechado una debilidad transitoria para posicionarse ante el resto de los países en un lugar que por tradición y desempeño nos correspondería.
No todo está perdido aún. La potencialidad del campo y las capacidades de nuestra gente requieren mucho más que un mal gobierno para agotarse. La fuerza de la Argentina está latente en la participación y el compromiso de sus habitantes en todos los aspectos de la vida cívica.
Entrando en el Congreso, el hombre de campo dio un primer paso, al traspasar sus tranqueras no sólo para pelear por lo suyo, sino para comprometerse con el desarrollo del país. Queda un largo camino por delante. Todos juntos debemos bregar para que los ochocientos millones de seres humanos que hoy se van a dormir con hambre puedan tener sus necesidades básicas satisfechas. El debate ético está planteado. El campo asume su desafío con responsabilidad. Esperamos que esta nueva actitud encuentre en la clase política la respuesta que le permita desarrollar su potencial en plenitud.