Prisma. El carácter justo
Decimos: "¡Jamás nos pisaréis!", mientras asomamos la cabeza y levantamos el dedo desde abajo del zapato. Decimos: "¡Ganaremos por knock-out!", desde la lona y con el ojo hinchado. (¿No recuerda la posición de Menem ante el ballotage?). Decimos: "¡No nos usaréis de alfombras!", mientras es lo que hacemos frecuentemente, barriendo la basura debajo de nosotros mismos. Sin embargo, para detenernos en esta expresión, nadie lo usa a uno de alfombra si uno no se encuentra previamente tendido como tal, y una evidencia de ese tenderse es reaccionar en exceso ante una causa menor.
Las reacciones revelan, mejor que los juicios del otro, la posición en la que uno está autocolocado y lo que uno opina de sí mismo. Así, la sobrerreacción y la sobreactuación del gobierno argentino, que se sintió "agraviado" ante las decepciones de Noriega, fue la reacción de quien aún se siente dependiente. Si no fuera así, podrían verse esas declaraciones con serenidad y hasta con cierta indiferencia. Enojo y prepotencia son componentes certeros de la sensación de inferioridad.
En buena parte, la popularidad del Presidente tiene que ver con el hecho de que se ha convertido en un dispositivo captador de la energía rebelde de la sociedad. El Presidente ha intuido que, en la utilización del orgullo y la rebeldía, hay una zona fértil de aprobación por parte de sus compatriotas. Sin embargo, arrastrado por una corriente social que necesita prototipos que le agraden y que reparen las humillaciones autoinfligidas, el Gobierno debería resistir la tentación de adoptar, como fue el caso de su antecesor --aunque bien por otras razones--, algún nuevo perfil de la viveza criolla.
Esta no se caracteriza sólo por la corrupción y las Ferraris, sino también por el carácter pendenciero y por un aire de superioridad que se torna especialmente patético cuando uno está en condiciones desfavorables. Blandir el default de los compromisos propios con orgullo podría ser un ejemplo. Parecería que hubiera que encontrar todavía el carácter justo de la Argentina, lejos de su oscilación entre la humillación y la manía de grandeza. ¿Podrá encarnar Kirchner ese carácter? No estamos humillados como país por causa de ninguna potencia extranjera ni del FMI, sino por necedad propia. La rebelión tendría que ser ejercida por la Argentina consigo misma y con el extraño destino que ha elegido.
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