El "club del helicóptero", otra vez al acecho
Pese a que ahora prima la cordura, las voces de quienes promueven una salida anticipada no han desaparecido
No es un secreto que el kirchnerismo y la izquierda radicalizada auspician la salida anticipada del gobierno de Cambiemos. Ese y no otro fue el significado simbólico de no entregar los atributos del mando en el recambio gubernamental de 2015 y las sucesivas convocatorias a una rebelión general. Constituyen un "club del helicóptero", en alusión a la salida de la Casa Rosada de Fernando de la Rúa a fines de 2001. Sugestivamente, se omite otra evacuación presidencial trágica y por la misma vía: la de Isabel Perón en marzo de 1976, que abrió las puertas a la macabra aventura "procesista", celebrada por los ascendientes de la oposición actual ya fuere como disparadora de una desopilante rebelión popular revolucionaria o bien preventiva de una alternativa pinochetista. Delirios imaginarios que, como consta, se pagan con sangre y miseria.
Los convocantes contemporáneos de la salida anticipada apuestan a una magia comprensible con las convicciones irracionales y cuasirreligiosas de los militantes. También, a otras más mundanas de sus dirigentes, como la recuperación de las mieles del poder perdido, que durante el último ciclo populista fueron inconmensurablemente abundantes. Lo llamativo es la omisión de los daños irreparables de cada una de estas aventuras en el tejido de la nación, cosa que pone en duda su amor por el país y habilita a concebirlos como una oligarquía que confunde patria con facción, otra herencia de nuestro trágico siglo XX. Formulemos al respecto un breve repaso histórico de las últimas experiencias de esa naturaleza: la de 1989 y la de 2001.
El gobierno radical comenzado en diciembre de 1983 debió enfrentar desde el vamos el peso de la herencia del Proceso y el fuego cruzado de sus detractores deslegitimizantes. Unos lo concebían como un continuador del "filosovietismo procesista"; otros, como un liberal plutócrata al servicio de la socialdemocracia antinacional con su previsible saga cultural decadentista de divorcios, abortos y destape pornográfico. Algunos de estos últimos también lo asociaban al sionismo -la "sinagoga radical"- atribuyéndole incluso a Alfonsín un inventado origen cripto sefaradí que venía a realizar los designios del Plan Andinia o los Protocolos de los Sabios de Sion. Finalmente, otros lo consideraban un personero de la "subversión marxista", como lo probaban la militancia de los jóvenes de la Coordinadora, concebidos como herederos de la guerrilla, y el juicio a las Juntas.
Más allá de esta colección de delirios de las peores pesadillas del siglo XX, los años 80 fueron económicamente diabólicos para toda la región por la confluencia de una recesión internacional comenzada durante la década anterior y un endeudamiento externo agravado en la Argentina por el tamaño del déficit fiscal. Reflejo este de un gasto público que expresaba la literal disolución del Estado a manos de "patrióticos" intereses corporativos tan voraces como facciosos. Los esfuerzos gubernamentales comenzados por el Plan Austral, lanzado en junio de 1985, fracasaron uno tras otro; en parte, por sus impericias, aunque también por la capacidad de bloqueo de una oposición que pareció racionalizarse con el peronismo renovador hasta su declive, tras las elecciones partidarias internas de julio de 1988.
Menem retornó a la magia inspirada por al antiguo redistribucionismo clausurado por el propio Perón ya en 1950. Prometía conjurar los "tarifazos" por un "salariazo" redistributivo que habría de conducir a una "revolución productiva" en línea con el antiguo mito autárquico de la sustitución de importaciones. Su responsabilidad no fue menor en el naufragio del último intento estabilizador y reformista -el Plan Primavera-, que derivó en la debacle hiperinflacionaria de junio de 1989. Alfonsín no partió en helicóptero, pero debió "resignar" su mandato con seis meses de anticipación. El nuevo presidente transmutó su "salariazo" y su "revolución productiva" por el "dólar recontraalto" primigenio, el simultáneo plan B&B (Bunge & Born) y, al cabo, con el programa neoliberal de "cirugía mayor sin anestesia" consolidado en los 90. Los saldos de la hiperinflación fueron indelebles en términos de exclusión y de pérdida de la cultura laboral que la estabilidad y el crecimiento de los 90 no pudieron revertir.
Diez años más tarde, el gobierno de la Alianza se topó con otro panorama desolador heredado por el populismo de mercado del menemismo tardío. El atraso cambiario motivado por el cepo de la convertibilidad fue transmutando la recesión en depresión sin ambages. Déficit fiscal y deuda se retroalimentaron dramáticamente durante el segundo año de gobierno. La crisis política empezó "adentro" de la coalición gobernante con la renuncia del vicepresidente Álvarez. La oposición populista no le fue a la zaga demandando el default de la deuda y una devaluación "productivista". La coyuntura mundial tras el ataque a las Torres Gemelas completó el escenario. Una deliberada movilización de pobres del GBA instada por varios intendentes motivó una ola de saqueos. La protesta simultánea de las clases medias desesperadas por el "corralito" de sus ahorros, por último, hizo saltar al gobierno por los aires, engendrando el infame recuerdo del helicóptero liberador.
Con la excusa de poner fin a los sacrificios, el peronismo restaurado declaró el default de las deudas públicas -salvo con el FMI- y una megadevaluación que alcanzó casi el 200%. La pobreza se disparó del 30% a más del 50. Pero una conjunción favorable de capacidad ociosa de las sobreinversiones de la década anterior con la demanda de soja por una nueva China abierta al mundo permitió una rápida recuperación. Los daños sociales y sobre todo culturales de la disrupción fueron, no obstante, tan irreparables como los de 1989, como lo prueban la marginalidad juvenil, la propagación del narcotráfico y el clima de inseguridad cotidiana con su saga de víctimas inocentes.
La salida de la actual coyuntura planteada por el "club del helicóptero" y sus socios menores, lejos de devolvernos a su idealizado pasado kirchnerista, supondría implicancias semejantes. El déficit colapsaría, devendría una espiral inflacionaria de alcances insospechados y el tipo de cambio volaría. En el medio, "la calle" tomaría metafóricamente el gobierno, aunque para devolvérselo a "los que saben", que, "urgidos por las circunstancias" -como en 1989 y 2001-, someterían al país a sacrificios brutales legitimados por la "herencia neoliberal" macrista. Pero su concepción cíclica sería solo una especulación fundada en esos fatídicos precedentes. Y como la historia no se repite nunca, la nueva catástrofe podría devenir en indomable aun para sus "patrióticos" salvadores. Por caso: ya no hay ningún patrimonio estatal que vender ni un partido de oposición sólido en condiciones de reemplazar al gobierno, como en 1989. Tampoco una enorme capacidad ociosa reactivable mediante los efectos de la devaluación ni soja salvadora, como en 2002-2003.
Afortunadamente, y más allá de los chisporroteos propios de nuestra democracia adolescente, desde 2015 viene primando la cordura, garantizada por algunos cuadros cruciales del sistema institucional, aunque sin la salvaguardia de una fuerza opositora sólida y responsable. Pero el "club de helicóptero" y sus exponentes fantasmagóricos están ahí, acechantes, y encarnando la versión contemporánea del golpismo militar del siglo XX. La "mano dura" hoy ha mutado en el "gobierno de los que saben". A esta altura, ya deberíamos saber qué.
Historiador