El cuerpo transparente
Uno de los principales objetivos de la medicina es diagnosticar, de manera precisa, las alteraciones del organismo humano mediante procedimientos que alteren lo menos posible su estructura y su función. A partir del descubrimiento, en 1896, de la aplicación de los rayos X, las posibilidades con que contamos para obtener imágenes del cuerpo humano se han ido expandiendo hasta límites inimaginables hace sólo pocas décadas. Es ésta una de las áreas de la medicina que más rápidamente ha evolucionado y que, al identificarlas, permitió mejorar de manera sorprendente el tratamiento de las más diversas patologías.
El Premio Nobel en Fisiología o Medicina ha correspondido este año a dos pioneros en el desarrollo de uno de los procedimientos de visualización de imágenes más poderosos con que contamos, el basado en la resonancia magnética.
Las investigaciones realizadas a comienzos de la década de 1970 por Paul Lauterbur, un químico que actualmente trabaja en la Universidad de Illinois, en los Estados Unidos, y por el físico sir Peter Mansfield -quien desarrolló su carrera en la Universidad de Nottingham, en Gran Bretaña- proporcionaron los principios básicos que permitieron desarrollar un procedimiento con el que hoy se benefician a diario millones de personas en todo el mundo.
Como resulta habitual en cualquier comentario acerca de las aplicaciones prácticas del conocimiento científico, este caso también confirma que ellas surgen de investigaciones que poco o nada tienen que ver con el resultado final. En otras palabras, no se llegó a la resonancia magnética buscando un procedimiento diagnóstico de las enfermedades, sino que ese desarrollo fue el resultado de investigaciones básicas acerca de la naturaleza íntima de la materia que se remontan a fines del siglo XIX.
Los estudios, iniciados con el descubrimiento de la estructura del átomo por Thompson y Rutheford, continuaron con las investigaciones de numerosos físicos teóricos, como Planck, Bohr, Schrodinger y Heisenberg, que fueron develando la estructura y las propiedades de las partículas atómicas.
En esta revolución de la física teórica se debe buscar el fundamento de la técnica que acaba de ser premiada.
La saga de la resonancia magnética está íntimamente relacionada con las vinculaciones entre la ciencia de Europa y la de los Estados Unidos durante el siglo XX. Las investigaciones de Isidor Rabi durante la década de 1930, en la Universidad de Columbia, le permitieron descubrir las interacciones internas en las moléculas e identificar una serie de resonancias que hicieron posible "ver" la manera en que se vinculan entre sí los átomos individuales y también el modo en que son influidos por las moléculas vecinas.
Estos hallazgos, que le valieron el Premio Nobel de Física en 1944, revolucionaron el análisis químico y proporcionaron el fundamento para el desarrollo de la resonancia magnética como la herramienta diagnóstica que hoy conocemos.
Retomadas estas investigaciones luego de la Segunda Guerra Mundial, los grupos de Edward Purcell en Harvard y de Felix Bloch en Stanford descubrieron simultáneamente la resonancia magnética en la materia condensada, un avance en relación con los hallazgos de Rabi, que les valió el premio Nobel de Física en 1952.
El advenimiento de las computadoras de alta velocidad para procesar las imágenes resultó fundamental para concretar la resonancia magnética como hoy la conocemos. Los trabajos pioneros en ese análisis, en los que se basa la topografía axial computada, fueron realizados por Godfrey Hounsfield y Allan Cormack, quienes también recibieron el Premio Nobel en 1979.
A fines de la década de 1960, Raymond Damadian, un médico de Nueva York, concibió la idea de utilizar la resonancia magnética para detectar signos precoces de cáncer y, en 1971, demostró que la de los tumores de ratas difería de la del tejido normal.
Se debe a Paul Lauterbur la idea de crear gradientes de campos magnéticos combinadas con la tecnología de las múltiples proyecciones y con la reconstrucción de imágenes características de la tomografía computada, para obtener imágenes, en un principio bidimensionales, sobre la base del análisis de las ondas de radiofrecuencia emitidas.
La técnica, descripta en 1973, se basa en el alineamiento de los electrones en las moléculas de agua mediante la aplicación de un campo magnético externo. Esas moléculas, al volver a su estado anterior, generan una señal de resonancia cuya detección informa acerca de la posición de los átomos.
Peter Mansfield y Peter Grannell llegaron a resultados similares en Nottingham y, a partir de sus trabajos publicados en 1973, mejoraron las condiciones que, luego de la primera imagen del dedo de un ser humano vivo obtenida en 1976, permitieron desarrollar estudios diagnósticos a gran velocidad a partir de la década de 1980.
Que los responsables de los desarrollos que hicieron posible esta tecnología obtendrían el premio Nobel no era secreto para nadie. El problema era cuándo y, sobre todo, quiénes.
Nicholas Bloembergen, Nobel de Física 1981, señalaba: "Lo que me preocupa es que el Instituto en Suecia no haya premiado aún este gran descubrimiento. Creo que esto se debe a la controversia acerca del papel que desempeñó Damadian".
En torno de la participación de este investigador, que muchos reconocen como el padre de la resonancia magnética, se ha desatado una gran polémica que el otorgamiento de este premio Nobel reavivará, ya que es ampliamente conocido el hecho de que los estudios de Damadian constituyeron la base de los de Laterbur.
La ciencia es una actividad humana y está expuesta a todas las contingencias que definen a las relaciones entre las personas.
Nadie duda de que la obtención de imágenes mediante la resonancia magnética es uno de los más importantes avances en el intento de estudiar la anatomía y la estructura de los tejidos vivos y de llegar a los sitios más recónditos de nuestros cuerpos, en especial el cerebro, en minutos y sin invadir a la persona.
Investigación básica
Los progresos técnicos en este campo continúan y, en estos momentos, se está desarrollando la resonancia magnética funcional, que permite estudiar no ya la anatomía sino la actividad de los órganos. El funcionamiento del corazón y de diversas áreas cerebrales en relación con diferentes tareas constituyen campos activamente explorados.
Cuando un paciente ingresa en el centro del imán que constituye el elemento esencial del equipo y mientras sus átomos se ordenan, puede combatir la claustrofobia pensando que ese procedimiento no hubiera sido posible sin más de medio siglo de investigaciones básicas que siguieron al hallazgo de Rabi, y que es el resultado de estudios cruciales de físicos y químicos interesados en conocer las propiedades magnéticas de átomos y moléculas.
Dicho de otra manera, sin la investigación básica, totalmente alejada de la finalidad para la que ahora se la aplica, esas imágenes serían inimaginables.