El cuidado del espacio público
Unas de las maneras de evaluar el grado de desarrollo de una cultura, en el sentido más amplio de la palabra, es la calidad y la belleza de los espacios públicos.
En efecto, cuanto más avanzada sea una determinada cultura, mayor será el cuidado de la "cosa pública". Allí se revelan, como en un espejo, los vicios y virtudes de una sociedad. Una sociedad civilizada, solidaria y justa, por ejemplo, que se ocupa muy especialmente del bienestar y seguridad de sus ciudadanos, no reserva la belleza a unos pocos privilegiados sino que la comparte con todos aquellos que la respetan y la gozan.
Por el contrario, una sociedad desgarrada, violenta y empobrecida, transforma los espacios públicos en "tierra de nadie", es decir de la fealdad y del vicio, de la decrepitud y de la inseguridad.
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Es urgente revertir la insensibilidad por la calidad de los espacios públicos en nuestro país. Felizmente hay ejemplos maravillosos en la Argentina que nos muestran que se puede convertir la "tierra de nadie" en "tierra de todos". Basta una recorrida por Puerto Madero en Buenos Aires para gozar de una nueva belleza urbana que habíamos perdido. Muchos recordamos el estado de decrepitud en que se encontraba, su aislamiento, su fealdad e inseguridad. Existen modelos semejantes, grandes o pequeños en muchos otros lugares. Lo más interesante es que "el buen ejemplo cunde", y muchas comunidades se han inspirado en estas transformaciones para renovar sus propios espacios. Pero también es verdad que hay contra-ejemplos lamentables y devastadores no muy lejos de esos mismos modelos de urbanismo ¿A qué se debe esta negación de la belleza? ¿Cuál es la razón de la obscenidad de muchos carteles en la vía pública? ¿Por qué tantos ciudadanos odian los árboles, los derriban por cualquier motivo y optan por calcinarse al sol antes que barrer las hojas en otoño? ¿Por qué preferimos el cemento a las flores, en tantas plazas secas? La lista de preguntas se puede extender como un río de lamentos. Mejor no incurrir en esta letanía negativa y pasar a revertir activamente el proceso, cada uno en su propio radio de acción.
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La educación cívica tiene mil facetas, una de ellas es la protección y el mejoramiento permanente de los espacios públicos. Hay muchas iniciativas a tal efecto en los programas educativos, que merecen ser apoyadas y reconocidas.
Los alumnos aprenden a reciclar, a no ensuciar la vía pública, a proteger la naturaleza, a gozar con la belleza de las plazas y jardines, a distinguir la textura de un pavimento, el color y la armonía de un edificio, a disminuir la contaminación visual y sonora.
Existen manuales en todos los idiomas para enseñarnos a buscar y conservar la belleza del entorno, para todas las latitudes y culturas.
Es muy interesante observar cómo los niños y adolescentes se "representan" el espacio urbano, el uso que le dan a los espacios públicos, las propuestas que tienen para mejorarlos. Con el arquitecto Eduardo J. Ellis hemos realizado numerosos trabajos de campo, en la Argentina y Brasil sobre este tema, que son accesibles en Internet ( La imagen de la ciudad en los niños ) siguiendo la línea desarrollada por nuestro colega y amigo, Kevin Lynch, pionero en el estudio del uso de los espacios públicos: La imagen de la ciudad (1960), Creciendo en las ciudades (1977). Hay mucho que hacer en este campo para convertir el hábitat humano en algo digno y bello. Para ello nada mejor que educar al soberano, desde su cuna, es decir, desde la escuela.