El default del relato argentino
Que al cabo de una tortuosa negociación, el fallo de un juez del país más poderoso del mundo sacuda al Estado y pueda precipitar al país a una crisis económica y social, suena a final de juego y quizás exige una reflexión más abarcadora. La hipótesis que propongo examinar es que el eventual default de la deuda encierra, en rigor, un default aún mayor: el del relato mismo sobre la Argentina. No sólo el del kirchnerismo, hiperbólico y machacante, sino el que ha sostenido la elite política y ha acompañado la sociedad a lo largo de décadas. Sugiero que lo que se pone en tela de juicio es nuestra identidad, confrontada con la imagen que el mundo posee de nosotros. Y que ese cuestionamiento debilita a la Argentina en momentos en que debería mostrar fortaleza para enfrentar la adversidad.
El síntoma de esta caída es el reiterado error de percepción en que incurre la dirigencia política, no los funcionarios de carrera, al tratar delicadas cuestiones de Estado vinculadas, por empezar, con las relaciones internacionales. Como lo han mostrado diversos análisis, pareciera que este defecto no depende del sistema de gobierno que rija a la Nación. Bajo una dictadura se evaluó que Estados Unidos sería un aliado clave en una guerra insensata, como en democracia se creyó factible un blindaje financiero, una renegociación exitosa de la deuda o un acuerdo con el país sospechoso del peor atentado de la historia nacional. Todos estos supuestos se demostraron luego falsos, con graves consecuencias para la Argentina.
Lo que se manifiesta como un desenfoque hacia afuera se expresa hacia adentro bajo la forma de políticas económicas que se exaltan y se sostienen más allá de lo conveniente, transformándose en dogmas, sobre todo si han resultado electoralmente exitosas. La convertibilidad en la década del 90 y el "modelo" en los 2000 concluyeron con el mismo error: creer que eran sustentables indefinidamente, sin advertir su utilidad decreciente y sus efectos adversos en el mediano plazo. Destrucción del aparato productivo y recesión en un caso, alta inflación en el otro, con el correlato de desocupación y pobreza, fueron los resultados de esos defectos de evaluación.
Pueden postularse una serie de factores para sustentar la idea de un default más amplio y sistémico, de carácter cultural. Son un catálogo previsible de defectos que, considerados en conjunto, acaso expliquen el colmo de que nos vapulee un juez extranjero. En orden de exposición, no de importancia, pueden mencionarse: soberbia, impericia, improvisación, ideologismo y falta de apego a la ley. Tal vez la soberbia, que es la tara de creerse superior, se asiente en un mito de riqueza y de fortuna difícil de erradicar a la luz de los acontecimientos que le ocurren al país. Un ejemplo clásico es lo que sucedió durante años con la pampa húmeda, fuente de rendimientos extraordinarios que habilitaron el dicho "con una cosecha nos salvamos". No es ficción: al trigo y la carne le siguió la soja, que le dio al país una década de prosperidad. Pero allí no termina el destino venturoso. Ahora irrumpe Vaca Muerta, con su combinación de novela y realidad, para seguir sosteniendo el mito de la superioridad y la suerte argentinas. Observados sin apasionamiento, estos contrastes resultan, a la vez, oportunidades de progreso y tentaciones de fácil salvación a la que es propensa nuestra sociedad.
La impericia y la improvisación resultan, en este inventario, caras de una misma moneda. Cuando un ministro vacilante dice, en medio de una dura dificultad, que el país puede quedarse tranquilo porque todo está profundamente estudiado, asoma la precariedad argentina que pretende arreglar con alambre un desaguisado de incalculable complejidad. La impericia y la improvisación llevan, entre otros desatinos, a juzgar erróneamente cómo funciona el sistema de toma de decisiones en el exterior, a evaluar mal las estrategias de negociación y a errar o desconocer el cálculo de las relaciones de fuerza en los conflictos, una preocupación táctica de Gramsci que debería conocer Cristina, preocupada por lograr la hegemonía del pueblo. La pesada herencia de la deuda no la exime de la lucidez.
Respecto del ideologismo y la falta de apego a la ley, alcanza con decir que el populismo argentino, no sólo el peronista, capturó el Estado con fines partidarios, estropeando la aspiración a la objetividad que debe distinguir a una nación seria. Allí tiene que ubicarse el origen de las más notorias anomalías del país, empezando por la falta de confiablidad internacional, la corrupción y la incapacidad de fijar políticas a largo plazo. Antes de denunciar la indudable injusticia del capitalismo habrá que revisar estas rémoras. Sólo la solidez permitirá enfrentar con suerte a la depredación financiera internacional.
Como el rey de Andersen, el relato argentino quedó al desnudo. La amarga medicina de un juez foráneo, aunque provoque repulsa, puede ser una oportunidad para pensar que el temido default excede a la economía, hasta cuestionar nuestras prácticas y la versión cultural que tenemos de nosotros mismos.
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