El día de los gigantes gentiles
Se calcula que hay tres billones de árboles en el mundo; eso es un 3 seguido de 12 ceros, pero necesitamos más
Como el domingo fue el día nacional del árbol, me puse a buscar en qué fechas se celebraba algo semejante en otras naciones. Me llevé una sorpresa. Casi todo el año es el día del árbol en alguna parte. Lógico. Algo nos pasa con estos gigantes gentiles, en un nivel muy instintivo, muy profundo. Como nos ocurre con el agua, sabemos que son sinónimo de vida y de prosperidad. No solo porque vienen alimentando nuestros fuegos desde que el horno a microondas quedaba 350.000 años en el futuro y no solo porque nos concedieron la madera de nuestras viviendas, barcos y muebles, sino porque también reducen la temperatura ambiente, moderando el clima, eliminan dióxido de carbono del aire, contienen el avance de la erosión y, por supuesto, producen oxígeno. Puede sonar exagerado, pero plantar árboles es una del las formas más sencillas y económicas de lidiar con el cambio climático. Claro, ¿pero por dónde empezar?
Vengo plantando árboles desde los ocho años y tengo más o menos una docena en mi haber –con algunas bajas que he llorado en silencio–, así que acá van algunas pistas, toscas, incompletas y rápidas, pero probadas. Primero y sobre todo: no son lamparitas. Hay que pensar mucho y bien dónde vamos a poner un árbol. Si más tarde tenemos que trasplantarlo, lo más probable es que no sobreviva. Algunas especies toleran bastante bien esta desgarradora mudanza. Un fresno muy posiblemente salga adelante, pero trasplantar un aguaribay equivale a matarlo.
El aguaribay me lleva a otro asunto esencial: las raíces. La mayoría de los árboles no tienen raíces agresivas; pero hay un pequeño grupo de especies muy conocidas, muy atractivas y muy difundidas con las que hay que tener cuidado. El aguaribay está en esa lista, lo mismo que el sauce, el álamo, el paraíso, el arce, los plátanos, los liquidámbares y los tilos. En casi todos los casos, alcanza con no plantarlos muy cerca de las construcciones; eso es todo, no hace falta dramatizar. Otros, como los sauces, buscarán el agua, no importa dónde esté ni lo que haya en el medio.
Fuera de este grupo, las raíces no son un problema, por mucho que se las use como excusa para talarlos. Durante décadas tuve un fresno inmenso a dos metros y medio del living, en el patio de mi antigua casa en el barrio de Barracas, y jamás levantó ni media baldosa. En ese mismo cantero convivían dos paltas, un ligustro y un alcanforero. Pero atención: cuando pongamos en tierra ese modesto arbolito de metro y medio calculemos que su tronco se engrosará y sus ramas quizás alcancen un diámetro de diez metros. Plantar un árbol es algo que hacemos en el futuro.
Hay árboles fáciles y otros casi imposibles. Donde fueres, haz lo que vieres, y no está llena de jacarandás y de fresnos la ciudad por capricho. Crecen rápido, se adaptan a casi todas las condiciones y son de lo más civilizados. Habría que empezar por ahí. Sauces y ceibos son fáciles también, pero siempre cerca del agua, insisto.
Después hay un asunto del que se habla poco, pero que es esencial para no frustrarnos: la velocidad a la que crecen. Los ginkgos son los árboles más hermosos de la Creación (mis favoritos, lejos), pero crecen muy lentamente.
Por eso, y aunque los árboles, como todas las plantas, tienen ciertos requerimientos de luz, agua y suelo, necesitan un ingrediente adicional: paciencia. Cuando lo pongamos en tierra, el arbolito que con tanta esperanza trajimos del vivero primero desarrollará su sistema radicular. O sea, al principio no veremos grandes avances y la frustración empezará a inspirarnos ideas muy equivocadas. Paciencia. Para darse una idea, en un suelo pobre, mi laurel tardó dos años en arrancar. Ahora está imparable, mide más de tres metros y está repleto de flores que visitan docenas de abejas. Pero para llegar a este esplendor hubo que aguardar y confiar. Así que aparte de todo lo bueno que los árboles hacen por nosotros, nos enseñan una lección demasiado importante para pasarla por alto. Que lo bueno lleva tiempo.