El día en que decidí ser Frank Sinatra
Esto parece mentira, pero podría ser cierto. El Rat Pack era un grupo de amigos actores, músicos y diletantes hollywoodenses que orbitaban en torno de la figura de Humphrey Bogart, primero, y de Frank Sinatra, después. Solían presentarse en los casinos de Las Vegas y en buena parte fueron los responsables de que esa ciudad enclavada en medio del desierto terminara transformándose en un destino turístico único. El grupo se hizo famoso por su estilo músical, sus espectáculos cómicos y sus películas. También impuso una estética para vestirse y su nombre sirvió para bautizar muchos de los cócteles que bebían a raudales. En esa pandilla de "ratas" fichaban, entre otros, Dean Martin, Sammy Davis Jr., Joey Bishop y Peter Lawford (cuñado de John F. Kennedy); y entre las mujeres estaban Angie Dickinson, Juliet Prowse y Shirley MacLaine.
Hasta aquí, una linda historia. Pero, con la mano en el corazón, ¿qué opinarían ustedes si les dijera que en un local de ropa vintage de San Telmo vendían una camisa del Rat Pack? Y que esa camisa color crema, con cócteles bordados del tipo gauyabera americana, un poco ridícula pero fascinante a la vez, costaba apenas 70 pesos. ¿Qué hubieran hecho? ¿Seguir de largo como si nada?
Ese día entré en mi casa con la bolsita un poco escondida. Intenté que nadie hurgara o preguntara demasiado. Acompañaba mi algarabía por el hallazgo de la camisa un sentimiento de culpa bastante corriente entre los hombres de mediana edad. Supongo que podría ubicarse dentro del conjunto de los "gustos culposos" que las mujeres, por suerte, suelen transformar positivamente a su favor (esta generalización me va a costar caro). Colgué la camisa con mucho cuidado. ¿Era posible que fuese parte de mi guardarropa?
La vida rutinaria continuó como los ríos que van a dar al mar. Hasta que un día decidí que era la oportunidad de sacarla a tomar aire. Me puse la prenda de un modo casi ceremonial, y debo admitir que la imagen que me devolvió el espejo no era la de Sinatra y, mucho menos, la de Bogart. La cara de mi hija corroboró mis sospechas: "Yo no me la pondría", dijo. El comentario, lejos de amilanarme, tocó la fibra más íntima del valiente dormido y potenció el capricho estético. Y salí con mi camisa nueva-vieja a pesar de las impugnaciones.
Enrique Vila- Matas escribió algo muy interesante a propósito de su obsesión por parecerse físicamente a Hemingway: "Creo que tengo derecho a poder verme de forma diferente a cómo me ven los demás; verme como me da la gana y no que me obliguen a ser esa persona que los otros han decidido que soy".
Ese día decidí que sería Frank Sinatra. Y la camisa del Rat Pack corroboraba mis credenciales para luchar contra la injusticia de como tengo que lucir de acuerdo al deseo de los demás. En mis devaneos mentales, imaginaba a Sinatra viajando en su descapotable bajos las luces fulgurantes de Las Vegas, la camisa un poco abierta riendo al viento; o sentado al atardecer en una barra, saboreando un Martini perfecto con tres aceitunas. Desde el primer momento quise creer que en el pasado unas gotas del cóctel haya tocado mi camisa.
Suelo espiar a Frank entre sueños mientras ensaya de entre casa los tonos de "My way" con mi camisa puesta. O mientras cocina un vitello impanato y unas berenjenas a la parmesana luciendo, por supuesto, mi camisa.
En las reuniones sociales, mis amigos notaron el atuendo. A ninguno de ellos le resultó indiferente: a todos les pareció genial. Más aún si le añadía la historia del Rat Pack. Inclusive un alma sensible, Esteban, un día mencionó en WhatsApp el asunto de la camisa, seguido de un comentario sobre unas alfombras enrolladas. Lo primero me estimuló a escribir; lo segundo, no lo entendí. Pero comprendí que si una prenda podía provocar misteriosas reacciones de aliento y reprobación valía la pena contarlo. Sabía que me faltaban algunos datos. Entonces hice lo obvio: googlé la etiqueta. "Hoy la Rat Pack representa la era perdida del humo en los nightclubs, el glamour, las damas y la música swing", dice el sitio de Nat Nast, la marca de mi camisa. Resulta que Nat Nast es una firma de indumentaria bastante corriente en los Estados Unidos. Aunque la etiqueta de mi modelo dice "edición de lujo", el hallazgo terminó derrumbándome. O sea: la camisa no es antigua ni perteneció nunca a Frank Sinatra. Apenado por el hallazgo, otro buen amigo tendió sus palabras: "Que la verdad no te impida usar una buena camisa".
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