El dispositivo fallado del Frente de Todos
Alberto Fernández y Cristina Kirchner se presentaron en 2019 como una dupla complementaria que, al sumar sus virtudes, podía sacar a la Argentina del pozo económico. El hombre pragmático con capacidad amplia de diálogo y la mujer visceral con mano de hierro para administrar el poder. En la vida real la magia no sucede. Ni él se muestra capaz de articular pactos que conduzcan a un desarrollo posible ni ella consigue imponer su voluntad desde un cargo institucional diseñado para el floreo protocolar.
Cerca de Alberto Fernández excusan al Presidente: su espíritu acuerdista está maniatado por la intransigencia de Cristina. En el campo de la vicepresidenta alegan que la lapicera la tiene él y le achacan falta de convicción para tomar medidas “valientes”.
La síntesis de ambas justificaciones describe un dispositivo fallado. Un gobierno que amaga tender la mano mientras exhibe teatralmente la espada.
Así se va cristalizando el estilo de gestión del peronismo unido. Pongámonos de acuerdo, por las buenas o por las malas, sugiere a diario el Gobierno. Sus interlocutores le van tomando el tiempo al equilibrio frentetodista. Ni emerge una vocación de tejer acuerdos verdaderos ni se acelera el rumbo a la radicalización.
La batalla contra la Justicia retrata el dilema oficialista. Fernández ensayó una reforma a la que quiso revestir de seriedad con la creación en paralelo de una comisión de expertos que debía aportar ideas para una transformación eficiente. La promesa quedó trunca al nacer por la inclusión en ese equipo del abogado personal de la vicepresidenta, Carlos Beraldi.
El gesto ahuyentó de la mesa a la oposición, alteró a los tribunales y puso en guardia a la Corte. Cristina despreció el proyecto, insuficiente para sus demandas de redención.
Los fanáticos exigen más. Indultos, amnistías o directamente nulidades de las causas de corrupción del anterior gobierno kirchnerista. Rendido a esa dinámica, el Presidente abraza la denuncia del lawfare, la conspiración universal para encarcelar kirchneristas. Hasta su ministra de Justicia y socia de toda la vida, Marcela Losardo, grita indignación pese a haber reportado como contratada en el mismo ministerio durante el gobierno de Mauricio Macri, el hipotético titiritero de jueces vengadores.
Si los tribunales no se avienen a blanquear a Amado Boudou, Milagro Sala, Lázaro Báez y, en última instancia, a Cristina, toca sacar el látigo: denuncias en el Consejo de la Magistratura, retoques selectivos del Código Penal, acusaciones a fiscales, suspensión de trámites jubilatorios, designaciones de militantes en puestos clave.
El enchastre subsiguiente ni absuelve a Cristina ni aporta –más bien lo contrario– a mejorar un poder del Estado marcado por el descrédito social. Un empate con sabor a derrota.
La lógica se reproduce en la guerra contra la inflación. El Presidente amenaza con aplicar retenciones para después decirles a los productores que desea no tener que hacerlo. Convoca a los empresarios para llamarlos a un acuerdo y, a los cinco días, dispara denuncias por desabastecimiento contra grandes grupos alimenticios. El mensaje se decodifica sin matices en el mundo de los negocios. Inversiones, solo las justas y necesarias.
En Washington también aprenden a descifrar el péndulo neokirchnerista. El FMI escucha las promesas de orden fiscal que recita Martín Guzmán y mira las acciones rudimentarias de los ejecutores de las políticas públicas. Los burócratas esperan sentados. ¿Acuerdo antes de mayo? Frío, frío.
El plan económico se limita a repartir subsidios que compensen las inequidades de un sistema al que el peronismo y sus rivales no le encuentran arreglo desde hace décadas.
Con la oposición el Gobierno mantiene una coherencia. Descartó invitarla a una negociación sincera para explorar el camino inhóspito de un acuerdo político ante una crisis histórica que la pandemia no deja de agigantar.
Es la audacia a la que el kirchnerismo nunca se atrevió. Para qué arriesgar ahora, en pleno veranito del dólar y con unas elecciones que ya ocupan por completo el horizonte.