El doble papel de la monarquía frente a la crisis de Europa
La coronación de Guillermo en Holanda inyectó renovación en una institución que puede ser tanto un símbolo de unidad como un obstáculo para las reformas
Inauguran parques, hospitales y escuelas, hablan en eventos públicos y sus fotos cubren las tapas de las revistas de chimentos. Sus eventos familiares son vistos por millones de personas y la gente quiere saber todo sobre ellos.
No son actores ni cantantes, aunque el público los sigue (u odia) como si lo fueran. No se los conoce especialmente por sus talentos ni sus logros, sino por sus apellidos, su linaje, y muchas veces por sus escándalos.
Son los monarcas europeos, integrantes de la única institución que parece no haber cambiado en siglos en esta parte del mundo. Aunque en la Europa de la crisis, y casi como nunca antes, la monarquía parece estar acentuando su carácter ambivalente: fuente de continuidad, identidad y solidez en un tiempo de incertidumbres y sacudones, pero a la vez blanco de duras críticas por sus riquezas y su estilo de vida en un continente golpeado por la crisis.
En efecto, mientras la coronación de Guillermo de Orange con Máxima en Holanda, esta semana, pareció pintar a Europa de color naranja, y revivir el orgullo local para los holandeses, muchos experimentaron el acontecimiento como una nueva oportunidad para cuestionar el papel de las millonarias monarquías europeas en el siglo XXI, particularmente cuando la región se prepara para una nueva oleada de duras políticas de ajuste. Y aunque los líderes políticos suelen guardar prudente distancia de los monarcas de sus países, muchos reyes han tomado ya algunas medidas de austeridad, como la intención de la familia real holandesa de educar a sus hijas en escuelas públicas.
Dos Europas
Claramente éstos no son los primeros tiempos de crisis que enfrentan las casas reales. Después de todo, son una de las instituciones más antiguas de una región que se hizo, deshizo y volvió a hacerse innumerables veces. No son pocos quienes argumentan que es, justamente, su habilidad de cambiar y reformarse lo que le ha permitido a las monarquías del Viejo Continente permanecer iguales a sí mismas.
Las protestas contra las monarquías tampoco son nuevas. Cuando la ahora princesa Beatriz de Holanda subió al trono en 1980, se organizaron manifestaciones para protestar por la falta de acceso a viviendas, y recientemente un grupo de parlamentarios se negó a jurar lealtad al nuevo rey porque, dijeron, no podían justificar la institución en medio de una crisis económica que esta causando el mayor nivel de desempleo de las ultimas dos décadas.
Lo que hoy es diferente, y tal vez algo sorprendente, es que a pesar de la gran crisis económica que vive buena parte de Europa, sus ciudadanos han vuelto a ver a sus monarquías como motivo de celebración, o de protesta. Muchos, compartiendo sus opiniones en redes sociales que multiplican el debate y que, según algunos, aumentan las posibilidades de reforma de instituciones que ya se encuentran desprestigiadas y luchando por encontrar su lugar en el mundo.
De un lado están quienes aman a sus reyes, su pomposidad, sus vidas de celebridad y hasta sus escándalos. Ven a las familias reales como una mezcla de representantes nacionales y protagonistas de las novelas de la tarde, y eso les encanta. No se imaginan a Londres sin Palacio de Buckingham o a Amsterdam sin su naranja real.
Aseguran que sus reinas, reyes y princesas ayudan a promover la imagen de sus países, hacen crecer el turismo y son parte de la tradición nacional, algo así como sus representantes patrióticos, y que no le hacen mal a nadie, porque, estrictamente, no tienen un rol político.
En Holanda, fueron cientos de miles quienes que inundaron las calles para dar la bienvenida al nuevo rey y a su esposa argentina. En Inglaterra, también lo fueron quienes celebraron el casamiento de William y Kate Middleton como si fuera el suyo.
Son los que mantienen las monarquías vivas, y no son pocos. Una encuesta publicada tras la coronación de Guillermo y Máxima reveló que más de tres cuartos de la población holandesa apoya a su monarquía. Algo similar parece estar sucediendo en el Reino Unido, al menos según un estudio del diario The Guardian, en el que casi el 60% de los encuestados aseguraba creer que era mejor tener una reina que no tenerla.
En la vereda opuesta de los que celebran están quienes dicen que las casas reales no son más que una pérdida de dinero que la Europa de la crisis no se puede dar el lujo de tener. Afirman que los festejos por el 60° aniversario de la coronación de la Reina Isabel, el feriado por el casamiento del príncipe Guillermo o los festejos por Máxima no son más que una cortina de humo para tapar los interminables recortes al gasto público que los gobiernos de todo el continente están imponiendo en sus ciudadanos. La organización antimonárquica británica Republic, por ejemplo, afirma que no existen argumentos válidos para mantener la monarquía. Aseguran que no hay evidencia del supuesto beneficio que la familia real trae a la economía o a la política locales y que, al contrario, es una institución arcaica que frena cualquier posibilidad de reformas políticas en el país.
El único punto claro del debate es que es casi imposible reconciliar a esas dos Europas, la de la tradición y la de la modernidad. Y en medio, están los que forman parte de esas monarquías, que parecen estar debatiéndose internamente sobre cómo ajustarse a los nuevos tiempos.
En algunos países, como en Holanda, la estrategia es clara. La reina Beatriz decidió que ya era hora de pasar el mando a las generaciones jóvenes, y el hecho de que esa nueva generación incluyera a una plebeya, además latinoamericana, fue visto por muchos como una señal de apertura.
Pero en otros rincones del Viejo Continente, las familias reales parecen estar firmemente estancadas en las páginas políticas y del corazón. De acuerdo con una encuesta publicada recientemente por el diario español El País, el nivel de aprobación del rey Juan Carlos ha bajado estrepitosamente tras sus extravagantes viajes de safari por África y los escándalos de corrupción en su familia.
En su defensa, las casas reales dicen que su rol es mucho más que protocolar. Que cuando las crisis golpean a sus pueblos, juegan un papel importante, proporcionando una sentimiento de unidad nacional e inyectando optimismo.
La gran pregunta es si Europa, en sus peores tiempos, todavía necesita del protocolo a manos de los que más tienen. No por nada a la poderosa canciller alemana, Angela Merkel, hay quienes, como el intelectual Ulrich Beck, la llaman "la reina informal de Europa".