El espíritu del rugby
Tras dos décadas, el Club Atlético de San Isidro (CASI) el equipo con más títulos en la historia del rugby argentino, volvió a conquistar otro campeonato, ante los 12.000 espectadores que concurrieron al estadio del Buenos Aires R. C. y asistieron a la reiteración del bien denominado espíritu del rugby.
Frente al CASI había otro gran equipo, su rival de toda la vida, el San Isidro Club (SIC), el último tricampeón, el mismo que lo había batido hace dos temporadas y había ahogado el grito triunfal de sus simpatizantes. El resultado del partido decisivo de hace una semana, 18 a 17, fue fiel reflejo de la paridad que sólo se quebró a pocos minutos del final, cuando un penal en favor del CASI desniveló el tanteador. Para muchos aficionados, el árbitro se equivocó, pero su decisión mereció amplio respeto.
El estadio estuvo colmado de un público entusiasta que no dejó de alentar a sus favoritos hasta el último minuto del juego. Sin embargo, no hubo problemas. Los jugadores tuvieron un desempeño leal y respetuoso, aunque jugaron con los dientes apretados, con garra, fuerza y sentimiento, como se juega al rugby. La dura -pero leal- competencia se irradió a todos los espectadores. Más aún, finalizado el cotejo, los simpatizantes del perdedor mostraron su hidalguía y aplaudieron al campeón.
Contrariamente a cuanto ocurre en los estadios del fútbol, no hay policías en los del rugby. Y mientras en otros deportes se juega en pugna con el reglamento, forzándolo en provecho del exclusivo interés de ganar, en el rugby es respetado el más estricto fair play, atendiendo la necesidad de preservar, respetar y transmitir determinados valores que están más allá de ganar o de perder.
Esa diferencia sustancial lleva a considerar al árbitro como la persona que contribuye a que el partido llegue a buen término, lo cual implica considerar al otro equipo como un ocasional adversario y no como un enemigo.
El rugby no sólo es un deporte, sino que también representa un estilo de vida que permanentemente reafirma valores sumamente importantes: el espíritu de equipo, la nobleza, la pasión, el coraje, la lealtad, la disciplina, el respeto por los demás y, sobre todo, la solidaridad, actitud que ha sido enseñada y transmitida a lo largo del tiempo y de generación en generación, hasta nuestros días.
Sería positivo que el espíritu propio del rugby renaciese con vigor en todos los demás deportes, especialmente en aquellos que alguna vez cultivaron conductas similares y que por razones extradeportivas lo han ido perdiendo, desnaturalizando el juego y desmereciendo muchas veces el espectáculo.