El éxtasis de la ilegalidad
Con analizar solamente las noticias de la última semana, se podría concluir que la Argentina está llegando al éxtasis de la ilegalidad. Los datos son conocidos, pero apretados en una síntesis crean un efecto de apoteosis. Sobresale una noticia, que parece producto de un alucinógeno: la decisión del jefe de Gabinete de desobedecer la orden de un juez por considerarla inconstitucional. Gestas y opiniones del doctor Faustroll, patafísico , es el título del célebre libro de Alfred Jarry que admitiría un retoque en el apellido. Porque a este paso estamos más próximos a festejar los cien años del libro de Jarry, creador de un universo en el que las reglas son una excepción, que los doscientos años del nacimiento de la Argentina. Este estado patafisico continúa con una FUBA encapuchada y resistiendo con palos la elección en la UBA, con un Gobierno que se apropia de las reservas del Banco Central, con una policía sospechada de instigar al delito y al asesinato en vez de combatirlo, con la desestimación del juez Carbone por fallar en contra de la Ley de Medios, y con los omnipresentes cortes de calles a manos de cualquiera que tenga un reclamo para efectuar. Estamos en una orgía de transgresión de la ley, cosa que el Gobierno lidera con toda pasión.
Una reflexión posible, casi una comprobación, es que estamos retrocediendo a formas precontractuales de organización social, en las que impera la ley de la selva, y de las puede ser muy difícil volver. El nivel de anomalía de nuestra organización y funcionamiento lleva a preguntar si la sociedad no está entrando en una forma de autodestrucción espontánea. Sería la hipótesis de una sociedad autofágica, que vive de devorar partes de sí misma, una sociedad que produce avances temporarios sólo para devorarlos apenas han nacido. Crece económicamente para, transcurrido cierto tiempo, deglutir ese crecimiento y volver al punto cero. Construye recambios institucionales y democráticos sólo para horadar meticulosamente sus instituciones y volver a una pre-democracia, con los condimentos del autoritarismo y de la primacía del uso de la fuerza por sobre el derecho que son propios de ese Estado.
Una segunda vertiente, que supone una lectura más positiva a mediano plazo, es que nos hemos lanzado a toda velocidad y con toda la furia hacia el exorcismo final. Este sería el caso de una sociedad que se sabe habitada por un mal y que opta por exteriorizarlo al máximo, mediante una ejemplificación exhaustiva en todos los rincones de su vida, con la esperanza de que ello conjure la situación y que la virulencia del espectáculo genere una reacción. Se trataría de llevar al extremo nuestro desapego por la ley para intentar de esa manera, como el obeso hastiado de comer, la reversión propia de los extremos. Esta modalidad sería congruente con una sociedad que ha aprendido a convertir a los extremos en un factor de cambio. En cualquier caso, necesitamos una comprensión desapasionada sobre lo que ocurre, porque la indignación polariza el pensamiento, busca rápidamente un culpable, e impide reflexionar en términos colectivos sobre las cosas que le ocurren a la Argentina.
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