RUSIA / Llega la desintegración. El fracaso del Kremlin trae miseria y dispersión
Desmoronada la fachada incompetente de Moscú, los líderes regionales caerán en la cuenta de que tienen más poder que el gobierno central. En lo inmediato, los efectos de esa realidad serán desfavorables.
MOSCU.-(The Economist) EL que viene va a ser el año de la desintegración de Rusia. No será completa. No es probable que sea dramática. Pero sin duda va a ser perjudicial, al menos en el corto plazo. Puesto que, pase lo que pasare en Moscú, ya sea que Yevgeni Primakov sobreviva, o que Boris Yelsin viva, que las elecciones se celebren pronto, oportunamente, o nunca, las novedades más importantes de Rusia tendrán su origen fuera del Kremlin.
La razón es muy simple. El gobierno central de Rusia (federal de nombre, mas no de hecho) es tan corrupto e incompetente que todas las cosas que contribuyen a consolidar la unión en los grandes países -el patriotismo, los intereses económicos propios y, en última instancia, la fuerza- se han estado debilitando catastróficamente. 1999 habrá de ser el año en el que los líderes regionales se darán cuenta de cuán poderosos son ellos y cuán débil es Moscú.
La desintegración se está operando ya de un modo más ostensible de lo que se piensa en Occidente. La mayor parte de los 89 integrantes de la Federación Rusa han promulgado leyes locales que contradicen, a veces en forma flagrante, la Constitución rusa. Sus autoridades electas gozan ya de más legitimidad ante la opinión pública que los desprestigiados funcionarios que pugnan por dominar la escena política en la capital. Para vastos segmentos de Rusia, el centro no es más que una molestia, en algunos casos, casi irrelevante.
Balcanización del mercado
La desintegración rusa no obedece a factores nacionalistas, sino de naturaleza económica. Cuando el gobierno central está depreciando la moneda, imponiendo gabelas, confiscando las rentas de la exportación y estrangulando las importaciones, una mayor autonomía económica se revela como la única solución.
Los efectos inmediatos han de ser desfavorables. La gravitación negativa del centro va a ser reemplazada por una pandilla no menos perjudicial de especuladores de los gobiernos regionales. Una consecuencia de la crisis de este año ha sido la balcanización del mercado interno ruso. Tan pronto como unos pocos caciques locales toman la iniciativa de impedir, por ejemplo, la exportación de artículos alimenticios de producción local, otros pierden si no hacen lo mismo. ¿Qué objeto tiene que Omsk envíe productos a Tomsk, si sólo recibirá a cambio rublos desvalorizados?
El comercio entre las regiones de Rusia va a caer por lo tanto, al menos mientras no se arbitre una moneda estable y digna de confianza que posibilite realizar las transacciones. Esa divisa difícilmente sería el rublo, y los programados cupones y monedas que algunas regiones han estado planeando parecen igualmente sustitutos que no convencen a nadie. ¿En cuánto se evaluaría un franco de los Urales en Rostov del Don, o un marco de Saratov en Perm? En poca cosa, al menos al principio. Eventualmente, los negocios tendrán que hacerse en dólares o euros, o incluso en un rublo recién estabilizado. Pero eso llevará tiempo. Mientras tanto, las rentas y la importancia del Kremlin se van a encoger todavía más.
¿Qué le queda por hacer al centro? No mucho. Los resortes del poder se han debilitado. Los subsidios que paga Moscú a la mayor parte de las regiones se han desvalorizado. Primakov está tratando de traer a su gobierno a los líderes regionales. Eso es espléndido para ellos, pero lo es menos para la capacidad del centro a la hora de actuar con decisión. La crisis del otoño último ha enervado, asimismo, el control de Moscú sobre el sistema financiero. El grupo de bancos con presencia en toda la nación ya no inspira confianza a nadie. ¿Para qué transferir fondos a través del centro si se corre el riesgo de que los roben? La caída de la credibilidad en el Kremlin ha repercutido directamente en los empréstitos extranjeros. El recurso a la fuerza parece aún menos probable.... ¿qué soldado o policía arriesgaría su vida para restablecer el gobierno del Kremlin? Y cualquier llamamiento de la administración central apelando al sentimiento nacional de los rusos no suscitará otra cosa que una cínica indiferencia.
Los gobiernos y compañías extranjeros ya encuentran más sencillo tratar con autoridades regionales que con el gobierno central. La competencia entre las regiones se ha de constituir en la fuerza más poderosa hacia un gobierno más eficiente. Redundará, asimismo, en la simplificación de la compleja estructura de Rusia en la medida en que ciertas zonas de escasos recursos se integren a la economía de otras regiones más ricas, lo que resultará más positivo que la dependencia indefinida de la ayuda proveniente del centro. Con la perspectiva de adquisiciones y alianzas.
Polo industrial de Novgorod
La fase siguiente sería un compromiso más concreto por parte del mundo exterior. Los gobiernos extranjeros son ya conscientes de que se han concentrado demasiado en el "centro" durante los últimos tiempos. Ahora se ocupan activamente de negociar con los líderes regionales, tales como el dinámico Vladimir Prusak de Novgorod, cuya región es asiento de un parque prometedor para la radicación de nuevas empresas industriales de Occidente.
Nada más lógico, a pesar de la alharaca que se eleva en el Kremlin. Al fin y al cabo, los países extranjeros que tratan con Alemania toman muy en serio al gobierno de Baviera; en los Estados Unidos, los gobernadores de California o de Texas son mucho más importantes e influyentes que la mayor parte de los políticos de Washington. Se espera una cantidad de nuevos consulados, y gran número de visitas de alto nivel en ambas direcciones a medida que el mundo comienza a reconsiderar el mapa político de Rusia.
¿Y cómo se verá ese mapa? Evidentemente, las naciones industriales vecinas de Rusia, tales como Japón y los estados del Extremo Oriente, y los países escandinavos al noroeste de Rusia van a estar más activamente ocupados con las regiones adyacentes, no sólo en materia de comercio e inversiones, sino en el fortalecimiento de la democracia y la sociedad civil. El interior profundo de Rusia, los fríos confines distantes un largo trecho de cualquier otra parte, corren peligro de quedar relegados al olvido.
Eso sería lamentable. Sin la amistosa cooperación del mundo exterior, o alguna acción correctiva del centro, más de una de las nuevas regiones semiindependientes de Rusia va a caer en la condición de sitio inhóspito. El territorio marítimo, corrupto y sin ley, en el lejano oriente de Rusia, es un ejemplo ominoso. Y existe el peligro de graves conflictos. Estos no serán guerras en gran escala -el sentimiento nacional de los rusos es demasiado grande aún. Pero habrá discusiones relacionadas con la infraestructura ("Yo tengo el oleoducto, tú tienes el petróleo") que serán fatales para la confianza de los negocios, si no para la vida misma.
Y lo que constituye un motivo mayor de preocupación es que los nuevos problemas se desarrollan en medio de muchos juguetes peligrosos: decenas de miles de armas atómicas y una docena de reactores nucleares oxidados. Velar por sus requisitos de seguridad y mantenimiento mientras el país se reorganiza es más de lo que cabe esperar de un gobierno central ruso financieramente deteriorado. Desde el exterior se han invertido ya dinero y esfuerzo en este propósito. Pero se necesitará más.
La probable declinación de la riqueza de Rusia para 1999 estará en alrededor del 10%. Sus bancos, sin excepción, están en quiebra. Sus mercados de valores, en baja cerca de una décima parte de los índices alcanzados a principios de este año, están con el agua al cuello. Será necesario bastante más que los próximos 12 meses para que Rusia recupere la confianza de los inversores europeos o la del FMI. De modo que cabe esperar otro año anodino y miserable todavía.
El autor es corresponsal de The Economist en Rusia.
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