Variables. El futuro de Medio Oriente
A las muchas incógnitas que abre el comienzo de una escena política post Sharon, se suman estimaciones demográficas que anticipan el enorme crecimiento de la población árabe
Cuando el ministro de Relaciones Exteriores alemán Gustav Stresemann sufrió un ataque cardíaco fatal en 1929, parte de su legado fue un acertijo histórico. ¿Era él el hombre que pudo haber evitado el colapso de la República de Weimar y preservado la paz en Europa? ¿O fueron sus esfuerzos por producir la reconciliación europea en la década de 1920 simplemente una maniobra táctica de un nacionalista alemán no reformado?
El ataque que derribó a Ariel Sharon amenaza con dejarnos con un acertijo similar. ¿Era Sharon el único hombre capaz de producir una paz duradera en Medio Oriente sobre la base de una solución de "dos estados"? ¿O eran sus esfuerzos por encontrar un modus vivendi con los palestinos simplemente la maniobra maquiavélica de un adversario intransigente?
Quizá nunca sepamos cuál hubiera sido su siguiente movida. Sólo podemos esperar que su partida no sea seguida tan rápidamente como la de Stresemann por el desastre, primero económico y luego político. Así como Stresemann era un nacionalista alemán que lanzaba fuego por la boca antes de 1919, Sharon durante la mayor parte de su carrera política fue el azote de los palestinos y sus partidarios.
Y sin embargo, otra vez al igual que Stresemann, Sharon ha seguido un curso bastante diferente en la fase final de su carrera. Se ha comprometido en la creación de un Estado palestino. Ha tomado con seriedad la iniciativa norteamericana de la "hoja de ruta", supuestamente el camino hacia una paz duradera. Ha adoptado la "Línea Verde" de 1967 como la base para una frontera israelo-palestina. Y, quizá lo más significativo, en agosto pasado retiró colonos y fuerzas israelíes de Gaza y partes de Cisjordania.
¿Fue esto resultado de algún tipo de conversión, en el camino a Hebrón en vez de a Damasco? Parece improbable. Cada concesión que ha hecho fue un acto unilateral, destinado exclusivamente a mejorar la seguridad de Israel. No ha hecho nada que pudiese fortalecer a la Autoridad Palestina ni al llamado "cuarteto" -Estados Unidos, las Naciones Unidas, la Unión Europea y Rusia- de eventuales mediadores. Sí se comprometió con la idea de un Estado palestino. Pero sería un estado sin poder, sin la parte oriental de Jerusalén, rodeado de una cerca controlada por Israel.
Sharon, mucho más que Stresemann, ha sido siempre un objeto inamovible, disfrazado de fuerza irresistible.
La situación de Israel hoy es, por supuesto, muy distinta de la de Alemania en la década de 1920. Los israelíes han ganado sus guerras, pero siguen amenazados por sus más populosos vecinos. Los alemanes habían perdido una guerra, pero seguían siendo una amenaza para sus menos populosos vecinos. Israel es un Estado pequeño, aproximadamente del tamaño de New Jersey, con una población de poco más de 6 millones. Alemania seguía siendo una gran potencia, incluso después de la derrota, con el potencial de hacerse aún más grande.
Sin embargo, hay dos parecidos que resultan esclarecedores. La democracia israelí comparte muchos de los rasgos de la República de Weimar, en particular el sistema de representación proporcional y la consiguiente negociación permanente de coaliciones. Cualquiera que busque comprender las implicancias de la partida de Sharon tiene que comenzar por ahí.
Hace menos de dos meses, Sharon les ganó la delantera a sus rivales políticos al romper con el partido Likud y crear un nuevo partido, Kadima ("Adelante"). Fue un golpe maestro. Se llevó consigo no sólo a los likudistas que le eran más leales, sino también a Shimon Peres, ex líder del Partido Laborista, dejando al Likud con su viejo rival Benjamin Netanyahu como líder, y al laborismo con el sindicalista inexperimentado Amir Peretz. Sobre esta base, Sharon parecía estar en condiciones de ganar las elecciones de marzo próximo por amplio margen. Pero Kadima era en realidad el partido de Sharon. Ahora se asemeja a Hamlet sin el príncipe. ¿Puede su segundo, Ehud Olmert, ocupar el lugar de Sharon? ¿Puede alguien hacerlo?
Hay otra similitud entre el Medio Oriente de hoy y la Europa Central de la década de 1920 y es el papel de la demografía. Luego de la Primera Guerra Mundial no había manera de esquivar la cuestión de la cantidad de alemanes en Europa, en particular los millones que vivían fuera de las fronteras de Alemania misma, en Austria, Checoslovaquia y Polonia. Fueron las semillas de las que nació la Segunda Guerra Mundial.
En Medio Oriente, en cambio, la demografía está en contra de Israel. No sólo son superados en número los israelíes por los árabes hostiles fuera de sus fronteras. Dentro de Israel y también en los territorios ocupados las tendencias poblacionales van en contra de ellos. Las tasas de fertilidad totales en la Franja de Gaza se cuentan entre las más elevadas del mundo, con más de siete nacimientos por mujer, comparado con una cifra para Israel de sólo tres. Incluso dentro de Israel hay un diferencial: las mujeres judías tienen una tasa de fertilidad de 2,7 comparado con 4,8 para las árabes.
De acuerdo con el pronóstico de Arnon Soler, de la Universidad de Haifa, para 2020 los judíos representarán sólo el 42 por ciento de la población total de Israel, Cisjordania y Gaza. Junto con una población judía de 6,4 millones, habrá 3 millones de no judíos dentro de las fronteras de Israel de 1967, 3,3 millones de palestinos en Cisjordania y otros 2,5 millones en Gaza. Incluso la Oficina Central de Estadísticas israelí pronostica que para 2020 los árabes representarán el 23 por ciento de la población de Israel y casi un tercio de los jóvenes de 14 años o menos.
En este sentido, trazando otro paralelo entre guerras, la situación israelí recuerda fuertemente a la de los protestantes del Ulster. Tanto Israel como Irlanda del Norte son, a fin de cuentas, legados del imperialismo británico, resultando la primera del "hogar nacional" judío proclamado en 1917 y la segunda de la partición de Irlanda cuatro años más tarde. En ambos casos, aquellos cuyos ancestros fueron colonos se enfrentan hoy con una relativa declinación demográfica. En ambos casos, quienes cuestionan la legitimidad de la colonización original -los descendientes de los pueblos indígenas- se han volcado al terrorismo. En ambos casos, sus representantes más moderados dicen preferir las urnas, mientras que los extremistas se aferran a sus bombas.
La diferencia, por supuesto, es que los protestantes del Ulster no tienen prácticamente amigos en el exterior, mientras que los israelíes aún pueden considerar a Estados Unidos como el principal garante de su existencia. Y ése quizá sea el punto más importante.
Apenas 26 días después de la muerte de Gustav Stresemann, el hundimiento de la bolsa de Wall Street marcó el fin de la década dorada de 1920. En la crisis, millones de dólares que Estados Unidos había prestado a Alemania fueron sacados del país, convirtiendo lo que era ya una recesión seria en una depresión catastrófica.
Pero es casi imposible imaginar que un evento comparable cause el fin del apoyo financiero estadounidense para Israel. Aunque un presidente de Estados Unidos recortara de manera drástica la ayuda oficial -lo que los europeos siempre sostienen que obligaría a los israelíes a hacer mayores concesiones-, el efecto sería escaso, porque la mayor asistencia norteamericana a Israel proviene de donantes privados.
De las tres variables clave en la ecuación, una es totalmente desconocida y es la identidad del sucesor de Ariel Sharon. Sólo conocemos el signo de las otras dos. La demografía es negativa para Israel. Estados Unidos es el gran elemento a favor. Ahora que el objeto inamovible que era Sharon ha desaparecido, ¿cuál de estas dos se demostrará la fuerza irresistible? Ese es hoy el verdadero acertijo de Medio Oriente.
Traducción: Gabriel Zadunaisky
El autor es historiador y profesor de Historia de la cátedra Lawrence A. Tisch de La Universidad de Harvard