El grito
Se ha vuelto una costumbre aceptada en casi todos los medios que pocos se atreven a criticar. Cuando, en 2009, apareció la emisión televisiva 6,7,8 en la Televisión, los opositores al oficialismo kirchnerista acusaron al programa de no ser periodístico ni “prolijo” ni equilibrado y lo identificaban como mera propaganda del gobierno. Algunos de los integrantes de 6,7,8 lo admitieron.
Pasó algo casi inevitable: varios de los medios y los periodistas que, tradicionalmente informaban con objetividad y opinaban con serena mesura adoptaron el tono crispado y airado de los kirchneristas militantes. Se parecían a quienes criticaban. Quebraron sus propios códigos y el propio respeto. Se necesitaba la flema británica de periodistas como los de The Guardian para no perder la compostura. Por cierto, hubo profesionales que durante estos últimos años realizaron investigaciones de una excelencia pocas veces alcanzada en el ámbito nacional, tal el caso de Hugo Alconada Mon. En un pasado un poco más lejano, recuerdo las de Jorge Urien Berri. En un país donde la educación y la urbanidad se han ido degradando, la nivelación se hace hacia abajo y es casi imposible ser escuchado sin gritar. El grito es violento e impide pensar.