El inventario delator
Cuentan que el compositor Olivier Messiaen no tenía en su casa más que un libro, y que ese libro eran los libros de la Biblia. Su caso era una excepción, porque la mayoría tenemos que resignarnos a otro régimen de lectura. Lo que no puede negarse es que esa decisión, de ser cierta, desnuda no solamente al hombre Messiaen sino a la música que escribió ese hombre. Hay aquí, se diría, mucha tela para cortar. Ramón Andrés, el enorme ensayista y erudito español, dedicó un libro entero (Johann Sebastian Bach. Los días, las ideas y los libros) a esclarecer la biblioteca de Bach. Pero el examen de la biblioteca se ramifica inevitablemente en la biografía, por un lado, y, por otro, en el enigma de la invención bachiana.
El censo de la biblioteca de Bach indica que tenía alrededor de 80 volúmenes (poco cuando se compara esa cantidad con los mil que había tenido Montaigne), aunque el propio Andrés explica que "resulta inverosímil que un hombre de la inquieta personalidad de Bach tuviera únicamente libros teológicos y de espiritualidad". Entre varios otros, figuran siete volúmenes de la obra de Lutero, del teólogo Abraham Calovius, los sermones de Johannes Tauler, las Antigüedades judías, de Flavio Josefo. Estas son algunos de los volúmenes consignados en el inventario que se hizo después de la muerte del compositor, y es probable que incluya únicamente aquellas piezas a las que se les asigno algún precio, y puede haber ocurrido también que no se considerara que otras obras tenían mérito suficiente para ser mencionadas.
Por otra parte, como pasa siempre con la lectura y los lectores, no habría que concluir que haya leído todos los libros que estaban en la biblioteca ni que todos los libros que leyó coincidan con los que quedaron en ella.
La biblioteca de Bach, o lo poco que sabemos de ella, reparte en partes equilibradas (no hay ninguna necesidad de equilibrio en una biblioteca) los libros contemporáneos y los pasados. No puede decirse lo mismo de otro compositor, más cercano en el tiempo. La biblioteca de John Cage tenía 1126 volúmenes, cuyo listado puede consultarse ahora completa en johncage.org. La catalogación corrió por cuenta de varios especialistas y devotos cageanos, entre ellos James Pritchett, que en 2012 vino a Buenos Aires para dictar una conferencia en la Fundación Proa. A diferencia de Bach, Cage parecía tener interés únicamente en su siglo. Por supuesto, están también sus otros intereses: la micología, el I-Ching, el ajedrez (hay un manual escrito por Bobby Fischer, y aun una guía de los whiskies de Escocia (tal vez prefiriera el scotch al bourbon, recetarios. Pero más allá de estas obstinadas curiosidades, la suya era una biblioteca moderna: 43 libros de y sobre James Joyce, 22 libros de y sobre Ludwig Wittgenstein (el inglés es casi invariable, hay apenas algún libro francés y otro alemán) y podría seguirse: Marcel Duchamp, Samuel Beckett, Erik Satie, Jasper Johns, Marshall McLuhan. Los poetas favorecidos parecen haber sido.Octavio Paz y Allen Ginsberg (por causas incomprensibles, el único beat que parece haber interesado a Cage).
Las excepciones a la regla contemporánea son Henry David Thoreau, Meister Eckhart y dos apariciones un poco sorprendentes. Por un lado, Goethe, varios volúmenes de una misma colección de traducciones al inglés. Por el otro, La crítica del juicio, de Kant. Apenas en alguna entrevista suelta mencionó Cage a Kant, y es además el único filósofo (aparte de Wittgenstein) de la biblioteca; sin embargo, es con la estética kantiana que la poética de Cage tiene mayor afinidad.
La escritura en palabras de Cage no resulta ajena a esta variedad radical del pensamiento, porque después de todo: ¿para qué leía Cage, para escribir palabras o escribir música? La pregunta es improcedente porque no reconocía semejante disyunción. Su famosa "Lecture on Nothing" ("Conferencia sobre nada"), de 1950, es un buen ejemplo, el mejor. La conferencia no está destinada a la presentación de ideas estéticas; ella misma constituye la puesta en forma de una poética. Como señala Pritchett en The Music of John Cage –el estudio que acaso por primera vez se ocupó de Cage exclusivamente como compositor–, "Lecture on Nothing"" es la primera de las conferencias del músico que recurre a un formato inusual y que demanda cierta interpretación performática. La conferencia deviene así una pieza de música, que usa la misma estructura y los mismos métodos que una composición musical. Escrita de esa manera, la conferencia no es ya un vehículo de información sino más bien una demostración concreta de ideas.
Dijo Cage: "Mi intención ha sido con frecuencia decir lo que tenía que decir en una manera que lo ejemplificara". Tal vez la biblioteca está comprendida en las generales de esa ley: nos muestra sin decir lo que uno tendría que decir.ß