El kirchnerismo no agota la historia
El impacto suscitado por el caso Nisman ubica a esta tragedia en una saga de acontecimientos que marcaron la historia argentina de los últimos años. Entre esos hechos se destacan la muerte de Néstor Kirchner, la votación de la 125, el triunfo de Cristina por el 54%, la caída de la cautelar que protegía a Clarín, los cacerolazos y la tragedia ferroviaria de Once. Aunque distintos en su contenido, estos sucesos tuvieron un denominador común: generaron una gran controversia acerca del peso que tendrían para determinar la suerte del Gobierno y, por carácter transitivo, el destino del país. En algunos casos -como el de las retenciones agropecuarias y la ley de medios- se describieron los hechos como un combate decisivo ("la madre de todas las batallas"); en otros, se los interpretó como "puntos de inflexión" o bisagras que partirían el tiempo entre un antes y un después.
La modalidad retórica que caracterizó estos debates es propia de una época en que, más que el contenido de los discursos, importaron el énfasis y la modulación con que fueron expresados. En otras palabras: la enunciación resultó más relevante que los enunciados. Así, el modo beligerante y polarizador que inauguró Néstor Kirchner marcó la evolución posterior del discurso político. Por eso la forma de relatar fue más decisiva que la narración misma y operó como principio organizador de los roles y las posiciones de los participantes en el intercambio. Éstos, además, aceptaron y recrearon, implícitamente, una condición básica: el centro de la disputa fue siempre el kirchnerismo, que no sólo aportó los temas, sino que condicionó la manera de encararlos.
El tratamiento del caso Nisman, como antes la 125 o la ley de medios, muestran estos sesgos: no se discute el contenido -una muerte, una legislación, un impuesto-, sino el modo y los antecedentes con que cada individuo o sector se aproxima al tema. La polarización temporal (pertenecer al antes o al después del kirchnerismo) y la polarización política (estar a favor o en contra de él) determinan la validez de los argumentos, dejando en segundo plano los contenidos. El resultado es la pobreza argumentativa y la pérdida de pluralismo, con un agravante: el éxito no lo otorga la búsqueda equilibrada de la verdad, sino la militancia activa en alguna de las dos facciones que la enunciación querellante naturaliza. En la época del relato kirchnerista posicionan el desprecio y la pelea, no el pensamiento y la mediación.
La pobreza discursiva y el ocaso del pluralismo tienen aún otra consecuencia nefasta, que permanece oculta: se pierde de vista la diversidad del devenir, el hecho de que no existe una historia única, sino que en el tiempo de una sociedad se imbrican y superponen historias de distinto contenido, duración e intensidad. Fue el historiador francés Fernand Braudel quien contrapuso a la idea de una historia unívoca la noción de una historia múltiple y plural, con distintas extensiones, ritmos y énfasis. Braudel realizó un aporte fundamental: distinguió el tiempo corto de la historia -el de los acontecimientos "a la medida de los individuos, de la vida cotidiana, de nuestras ilusiones y de nuestras apresuradas tomas de conciencia"- del tiempo medio y largo, donde ocurren los cambios coyunturales y estructurales que involucran a la sociedad, la cultura y la civilización. Esta concepción desplazó el foco de la historia política a la historia social y económica, abriendo paso a una visión nueva de la narración del pasado. Braudel no quería que la riqueza del transcurrir histórico fuera ahogada por "la agitada frontera del tiempo corto".
Pareciera que ese tiempo estrecho es el que atrapa a los argentinos. Los ciñe a los episodios de la vida de sus gobernantes, a sus proyectos, a su discurso beligerante, a sus tácticas de subsistencia, a sus oscilaciones anímicas. Así, la multiplicidad de la historia argentina queda reducida a la mera narración -apologética o crítica- del kirchnerismo, que visto en perspectiva es apenas una variante del peronismo cercana a su caducidad. Por diversos motivos, que van desde el interés legítimo hasta la falta de imaginación, muchos argentinos, con independencia de su posición política, están asociados en una tarea común: reemplazar, sin advertirlo, la rica y diversa historia de la Nación por el relato de las vicisitudes de un movimiento político acotado y circunstancial.
Pero el kirchnerismo no agota la historia ni el discurso. Acaso hagan falta otras lecturas que sacudan a la sociedad de su modorra intelectual. Con el aliento de Braudel, podría desplegarse el tiempo de la Argentina para determinar, sin velos, sus posibilidades y sus límites. Tal vez sea preciso reexaminar la historia económica bajo las nuevas condiciones internacionales; detenerse en la larga agonía del Estado, que explica a Nisman y otras tragedias; estudiar la ampliación de derechos y la declinación de las obligaciones; encarar, de verdad, el federalismo político y fiscal; revisar, sin prejuicios, las fuentes de la desigualdad; y analizar, con ánimo de reformarlas, las mentalidades y costumbres que facilitan la impunidad y dificultan el imperio de la ley.