El Kun Agüero, una sonrisa en la oscuridad
Cuando el Kun Agüero llegó a Europa, creyeron que eran un embustero. Que resumía lo peor de Diego Maradona. Al partido siguiente de la ‘gran estafa’, cientos de hinchas del Recreativo de Huelva fueron con guantes azules a la cancha en señal de protestas, los mismos guantes que ese ladronzuelo argentino había utilizado para robarles el partido. Eran los primeros pasos del Kun en España, en Atlético de Madrid. Aterrizaba en la elite y el nutricionista ‘colchonero’ no podía creer que hasta los 18 años se hubiese alimentado tan mal. Pero los que estaban realmente enojados eran los simpatizantes del Recreativo, porque ese 13 de octubre de 2006 les había hecho un gol con la mano. Con el puño izquierdo, que llevaba el guante azul.
“El pequeño Agüero, genial, astuto, rindió pleitesía a una de las jugadas más recordadas de la historia del fútbol: recogió el testigo de Diego”, se publicó en el diario El País. Y hubo más, claro: “Agüero ya se parece un poco más a Maradona: además de buen jugador, pequeño, hábil y revoltoso, es tramposo”, agregó Sport.
No era la primera pillería, contaban entonces. Unas semanas antes había ocurrido algo más que afilaba la desconfianza: Atlético había vencido como visitante por 1-0 a Villarreal tras un centro de Agüero que el brasileño Eller cambió por gol. ¿Y la anormalidad? Guillermo Franco, rival del ‘Submarino amarillo’, estaba lesionado, tendido junto a su arquero, y pocos creyeron que Agüero no lo hubiese visto. La pelota no fue afuera para detener la jugada, sino al corazón del área para definir el encuentro. Dos situaciones como carta de presentación, suficientes para muchos para sentenciar que estaban frente a un futbolista desleal. Argentino, claro.
No lo conocían todavía. Quince años después, el Kun los ha hecho llorar a todos con su precipitado retiro por una afección cardíaca. Alguna vez, un personaje trascendente de la selección me contó: “El Kun es inimputable. Se ríe con esa cara de niño eterno y no sabes si te entendió, si es responsable del momento…, pero no te podés enojar con él”. Eso es el Kun, despistado, casi un habitante de una galaxia paralela, un especialista en sorprenderse con obviedades. El ejemplo más descriptivo fue el día que lo conoció a Messi: no tenía ni idea de quién era ese pibe. Solo le llamaron la atención las zapatillas que llevaba. Desopilante, atrevido, pícaro, atorrante, ocurrente, carismático. Nunca malvado, pendenciero ni provocador. Por eso lo adoptaron como propio por donde pasó. Por eso dolió tanto la noticia. De tan querido, en su último acto entregó el corazón. Al travieso de la carcajada eterna, la vida le ha dado un cachetazo.
No fue el primero, hubo otros. Y peores. Pero él siempre los sobrellevó con esa mixtura entre ingenua y angelada. Intentó seguir jugando –confiesan–, atravesó por cada prueba médica elevando plegarias. Todos los resultados coincidieron: responder al alto rendimiento implicaba muchos riesgos. La mano en el pecho contra Alavés, su última imagen en una cancha, apenas podía ser un aviso. Desde que aceptó la decisión –asumirla llevará otros tiempos–, de inmediato renunció al salario de su segundo año de contrato con el Barça y de la presente temporada solo recibirá una parte y, además, prorrateada. Claro que el dinero no es problema, pero el gesto igual lo describe. Hoy le sobran euros, y se los ganó. Pero el Kun vivió con los pies en el barro.
No lleva el apellido de su papá, Leonel del Castillo, porque cuando el Kun nació, en el hospital Piñero, sus padres eran menores de edad y no estaban casados. Para dejar la clínica de Flores se necesitaba la firma de un mayor a cargo. Fue el abuelo materno, por eso Agüero. Tiempo después buscaron anotarlo como el Castillo, pero para hacer la modificación en el Registro Civil les pidieron una documentación que se había llevado una de las tantas inundaciones en la Villa Los Eucaliptus. Su casa de chapa y cartón de los 3 a los 11 años.
En la villa jugaba por plata a la edad que otros pibes aprendían las tablas, y si ganaba, el premio era comprarse un alfajor ‘Capitán del espacio’. Se escondía de los balazos a la edad que otros pibes rezongaban porque los padres les apagaban el televisor. Un día volvió a la villa como futbolista profesional, y cuando preguntó por la pandilla, uno estaba muerto, otro preso y uno más prófugo. Pudo ser uno de ellos. Alguna vez contó que nada lo asustaba, y no era valentía, sino esa candorosa imprudencia. Solo le temía a la oscuridad. Siempre tendrá una sonrisa el Kun, pero las luces de la cancha se acaban de apagar.
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