El laberinto de los sueños. Una muestra para armar
En el Centro Cultural Recoleta, El museo de los mundos imaginarios reúne obras heterogéneas que invitan a las asociaciones mitológicas y oníricas,espacios.En el Centro Cultural Recoleta, El museo de los mundos imaginarios reúne obras heterogéneas que invitan a las asociaciones mitológicas y oníricas
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A partir del martes próximo, el Centro Cultural Recoleta reabre sus puertas para que locales y visitantes puedan conocer la enorme muestra bautizada El museo de los mundos imaginarios en homenaje a uno de los libros de Jorge Luis Borges (escrito junto con Margarita Guerrero). Si bien el curador Rodrigo Alonso sustituyó las palabras “libro” y “seres” por “museo” y “mundos”, la exposición (que se inauguró el 14 de diciembre y se cerró al público diez días después por refacciones en el CCR) conserva el espíritu fabuloso de aquellos textos escritos a dúo.
También el carácter incompleto. Hay, incluso, algunos seres, como El sireno del Río de la Plata de Marcos López o las criaturas de las pinturas de Fermín Eguía, que parecen salidos de ese libro de 1967. “Ignoramos el sentido del dragón, como ignoramos el sentido del universo, pero algo hay en su imagen que concuerda con la imaginación de los hombres”, escribieron Borges y Guerrero sobre una matriz creativa que atraviesa regiones y épocas.
De Mar del Plata a Plaza Francia
La muestra, que reúne trabajos de 29 artistas, no es una producción del CCR sino del Museo de Arte Contemporáneo de Mar del Plata (MAR), que la presentó en 2014. El arquitecto Daniel Fischer fue el responsable de diseñar el montaje y estructurar el espacio de las salas. Para ello, creó un entrepiso para la impactante obra de Eduardo Basualdo, conectó la Sala Cronopios con las salas laterales J y C y estableció, con ayuda de una iluminación espectral, un recorrido que propicia las asociaciones mitológicas, oníricas y futuristas.
"Para la creación y adaptación de la exposición se hicieron reuniones previas con el equipo de trabajo y el CCR –cuenta Fischer-. Eso me permitió evaluar no sólo las condiciones del espacio, sino también hallar el modo de respetar el espíritu original del guión curatorial. Muchas ideas nacieron de observar los planos originales y encontrar y reconocer algunos detalles históricos ocultos de la sala: cómo había sido tiempo atrás y cómo estaba actualmente.”
El resultado facilita un recorrido aireado y fluido en un espacio abierto por el que los espectadores pueden deambular libremente. “Hay que atravesar muros, pasadizos, elevarse de una sala a otra con la intención de proponer marchas y velocidades diferenciales en su trayectoria”, dice Fischer. Ese espacio favorece la convivencia de obras heterogéneas y realza la calidad de algunas de ellas. A las acuarelas de ciudades imaginarias de Xul Solar y las ciudades hidroespaciales ideadas por Gyula Kosice las une un criterio similar; los astroseres de Raquel Forner se vinculan con las proliferantes esculturas de plantas carnívoras de Paula Toto Blake o los personajes del video de Alejandro Gabriel. Desniveles, escaleras, túneles, encrucijadas y rampas proveen dramatismo a la exposición y recrean arquitectónicamente otra figura, retórica y poética, entronizada por Borges: el laberinto.
En La psicología del arte, de 1947, el escritor francés André Malraux había anticipado una categoría visionaria. Denominó “museo imaginario” la colección de obras que, desprovistas de sus funciones originarias (sagradas, sociales, mágicas), permitía a los espectadores asociar y aventurar parentescos entre unas obras y otras. “En el museo imaginario, cuadros, frescos, miniaturas y vitrales parecen pertenecer al mismo dominio”, escribió Malraux. Para bien y para mal, algo así ocurre con El museo de los de los mundos imaginarios. Las jerarquías estéticas se diluyen, los tiempos históricos se suspenden y la experiencia transitoria de los visitantes prevalece sobre las funciones asignadas habitualmente a los museos. Esto en parte condice con el perfil que Jimena Soria, en su rol como directora del CCR, quiso darle a la institución en busca de nuevos públicos. No obstante, casi no hubo tiempo para un balance de esa administración porque, a comienzos de este año, la funcionaria dejó su cargo. Fue reemplazada por Federico Coulin, gestor público con formación en el campo de las ciencias políticas y relaciones internacionales (como Soria). Coulin fue coordinador legal y técnico del proyecto “Buenos Aires, capital mundial del libro” entre 2010 y 2012, de la Dirección General de Políticas de Juventud entre 2013 y 2015 y de la Bienal de Arte Joven Buenos Aires en sus ediciones 2013 y 2015. En 2016 tuvo esa misma función en el Centro Cultural 25 de Mayo.
Razones para visitar la muestra
Aunque varios artistas ya son figuras repetidas de cuanta muestra colectiva se organice en el país, la calidad de la mayoría de las obras seleccionadas es indiscutible. Algunas aluden a la magia, la astrología y el esoterismo, como las acuarelas de Xul Solar, las fotografías de Tatiana Parcero, el traje pintado de Tadeo Muleiro o los dibujos de Dolores Avendaño para la serie de Harry Potter. Otras reflexionan irónicamente sobre los espacios de exhibición y la preservación de los tesoros culturales, como hacen Silvia Rivas o Amadeo Azar, y algunas entrecruzan tecnologías modernas con leyendas, y fantasías, como Javier Bilatz con Ahora-8 o la sorprendente instalación interactiva del grupo Proyecto Biopus, llamada Osedax, de 2012.
Una obra sobresaliente es El silencio de las sirenas, de Eduardo Basualdo, situada en un entrepiso construido en la sala central y que, mediante un secuenciador, derrama veinte mil litros de agua. “La obra consiste en una plataforma de observación del agua -dice Basualdo-. Por un agujero ubicado en el medio de la sala, brotan miles de litros de agua negra que inundan la superficie y obligan al público a refugiarse en los bordes. El agua permanece unos minutos en el espacio y luego se retira por el agujero hasta desaparecer. Es una obra orgánica que va tomando distintas apariencias a lo largo de la exhibición.” El artista realizó especialmente esa obra, similar a un templo abandonado por el avance de la marea, para la Bienal de Lyon de 2011. “En ese momento exploraba la idea de discernimiento y venía trabajando con materiales como la luz y la electricidad alrededor de figuras mentales como la contradicción. Esta obra intentaba presentar otro enfoque: giraba en torno al modo de tomar decisiones sin usar la razón”, cuenta.
Otra obra destacada, que crea un mundo propio, es ¡Mira cuántos barcos navegan aún!, una instalación de Marcela Cabutti. En ella un lobo, de pie, observa un barco de papel que se aleja en un río cubierto de camalotes. La obra guarda una historia personal: “Es una obra muy querida, de febrero de 2008 –dice Cabutti-. Me encontraba trabajando para una muestra y decidí tomarme unos días de descanso con mi familia. Al regresar encontramos que había más de un metro de agua en la casa y en mi taller, una masa de agua oscura que teñía todo de barro. Veías flotar los recuerdos, los libros y las fotos”. Un relato de Yasunari Kawabata le dio la clave para la instalación que se exhibe ahora en el CCR. En Lo bello y lo triste, Kawabata refiere el desencuentro amoroso de una pareja que se cita para conversar durante un paseo en lancha, cuando una catástrofe cambia las circunstancias. “Para mí no ocurrió exactamente del mismo modo: las crisis, las desgracias, las pérdidas deben convertirse en una oportunidad –señala Cabutti-. Transitarlas es lo más difícil. ¡Mira cuántos barcos navegan aún! mantiene la ilusión de que a pesar de la calamidad algo queda, algo sigue flotando, algo sigue más allá de todo.” Los espectadores, desde un mirador de madera, pueden contemplar el acto de contemplación.
Ambas obras expanden el desarrollo de formas cambiantes que la imaginación, como apuntaban Borges y Guerrero, no deja de gestar.
Hasta el 24 de abril en el CCR, Junín 1930. Entrada libre y gratuita