El lado oscuro de Turquía
Por Salman Rushdie Para LA NACION
NUEVA YORK
El cuarto de trabajo del escritor Orhan Pamuk tiene vista al Bósforo, ese estrecho fabuloso que, según cómo se lo mire, separa o une (o, quizá, separa y une) el mundo europeo del asiático. Ningún otro lugar cuadraría mejor a un novelista cuya obra, en gran parte, viene a hacer lo mismo. En muchos de sus libros, Pamuk ha demostrado su derecho a ser tenido por "el más grande escritor turco", como lo fue Yashar Kemal. Basta citar los más recientes: su aclamada novela Nieve, e Istanbul: memories and the city (Estambul. Los recuerdos y la ciudad), una descripción autobiográfica y obsesiva de su ciudad natal.
También es un hombre muy franco. En 1999, rechazó el título de "artista del Estado". "Hace años que criticó al Gobierno por encarcelar a escritores, por pretender resolver el problema kurdo recurriendo a la fuerza y por su nacionalismo intolerante. (...) No sé por qué intentaron darme el premio", dijo.
Ha dicho que Turquía tiene "dos almas" y ha criticado sus violaciones de los derechos humanos. "Geográficamente somos europeos, pero ¿lo somos políticamente?", pregunta.
En julio, pasé unos días con él en un festival literario en Parati (Brasil). Parecía haberse liberado de sus preocupaciones, pese a haber tenido que exiliarse por dos meses a raíz de las amenazas de muerte recibidas de ultranacionalistas turcos. "No debería permitírsele respirar", había dicho uno de ellos.
Pero ya se cernían los nubarrones. Sus declaraciones del 6 de febrero al diario suizo Tages Anzeiger, que habían suscitado las iras nacionalistas, estaban a punto de crearle otro problema grave. "En Turquía, fueron asesinados treinta mil kurdos y un millón de armenios -había dicho-. Soy casi el único que se atreve a hablar de esto."
Aludía a las masacres de armenios cometidas por las tropas otomanas en los años 1915-1917. Turquía no niega las muertes, sino el que hayan llegado a constituir un genocidio. En cuanto a los kurdos, se refería a los asesinados desde 1984 dentro del conflicto entre las fuerzas turcas y los separatistas kurdos.
Una legislación rigurosa ha silenciado el debate de estas cuestiones. Algunas leyes derivan en juicios prolongados, multas y, en algunos casos, penas de prisión. El 1° de septiembre, un fiscal de distrito inició un proceso contra Pamuk por "menosprecio flagrante de la turquidad". Si lo condenan, podría tener por delante hasta tres años de cárcel.
El artículo 301/1 del código penal turco, invocado por el fiscal, establece: "La persona que insulte explícitamente la nacionalidad turca, la República o la Gran Asamblea Nacional turca será condenada a una pena de prisión que irá desde seis meses hasta tres años. (...) Cuando el insulto a la nacionalidad turca sea cometido por un ciudadano turco en un país extranjero, se aumentará la pena en un tercio". Por consiguiente, de ser hallado culpable, Pamuk afrontaría una pena adicional.
Cabría suponer que el gobierno turco podría haber evitado un ataque tan abierto contra las libertades fundamentales de su escritor de mayor renombre internacional, justamente cuando la Unión Europea considera su solicitud de incorporación plena, un pedido extremadamente impopular en muchos países de la UE.
Sin embargo, y pese a haber ratificado el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el Convenio Europeo de Derechos Humanos, ambos centrados en la libertad de expresión, Turquía mantiene vigente un código penal evidentemente contrario a estos principios. A despecho de las protestas mundiales, ya ha fijado fecha para el juicio contra Pamuk. Si el Gobierno no cambia de parecer, comenzará el 16 de diciembre.
A nadie sorprenden las críticas de los islamistas y ultranacionalistas turcos. Tampoco sorprende que, a menudo, desacrediten las obras de Pamuk tildándolas de introvertidas y abstrusas y acusen a su autor de haberse vendido a Occidente. Pero resulta decepcionante que un intelectual como Soli Ozel, columnista y profesor de relaciones internacionales en la Universidad Bilgi, de Estambul, critique a "aquellos, en especial los occidentales, que estarían dispuestos a utilizar el proceso contra Pamuk para denigrar el avance de Turquía hacia una expansión de los derechos humanos y hacia el ingreso en la Unión Europea". Ozel admite que los cargos contra Pamuk son una "afrenta" a la libertad de expresión y quiere que, en el juicio, los retiren. No obstante, prefiere hacer hincapié en "la distancia que ha recorrido el país en la última década".
Tomado en conjunto, parece un argumento demasiado débil. Por cierto, en los últimos diez años disminuyeron las condenas y las sentencias a prisión impuestas bajo las leyes turcas que penalizan la libertad de expresión. Pero los registros de PEN Internacional indican que, en estos momentos, más de cincuenta escritores, periodistas y editores afrontan un juicio. Los periodistas turcos siguen protestando contra la versión revisada del código penal. En una declaración presentada ante la ONU, la Asociación Internacional de Editores dijo que adolecía de "fallas graves".
En opinión del presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, Turquía no tiene asegurado en absoluto su ingreso en la UE. Necesitará conquistar el corazón y la mente de la ciudadanía europea, profundamente escéptica.
El primer ministro británico, Tony Blair, y Jack Straw, secretario del Foreign Office, pregonan que la solicitud turca es un caso de prueba para la UE. Nos dicen que su rechazo sería catastrófico, por cuanto ensancharía el abismo entre el islam y Occidente. Hay en esto una pizca de la cháchara típica de Blair, una disposición perturbadoramente comunalista a sacrificar el laicismo turco en aras de una política basada en la fe.
La solicitud turca es, ciertamente, un caso de prueba para la UE: demostrará si la UE tiene o no principios. Si los tiene, sus dirigentes insistirán en que Turquía debe levantar de inmediato los cargos contra Pamuk (no hay por qué hacerle esperar hasta diciembre para obtener justicia). También insistirán en que revise prontamente su represivo código penal.
Una Europa sin principios que dé la espalda a los grandes artistas que luchan por la libertad seguiría malquistándose con sus ciudadanos. Estos ya han demostrado ampliamente su desilusión al votar contra la Constitución propuesta.
Así pues, tanto Occidente como Oriente se ven puestos a prueba. El caso Pamuk importa a ambos lados del Bósforo.
El autor ha publicado, entre otros libros, Versos satánicos y Furia.
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