El London Grill apuesta su última carta
A poco de cumplir cien años, el tradicional restaurante solicitó su concurso preventivo y busca reconvertirse
La boiserie de madera brilla casi como el primer día y el aroma a roast beef se asoma desde la cocina, ajeno a las noticias. El London Grill, uno de los establecimientos gastronómicos más tradicionales de Buenos Aires, no ha perdido su dignidad, pese a que ya dobló la curva de los 90 años de vida. Pero hay una gota de tristeza perfumando el mediodía. El salón está prácticamente vacío; su dueño acaba de pedir a la Justicia su concurso preventivo, por cesación de pagos.
El London Grill nació, en 1908, por iniciativa de un inmigrante irlandés y su especialidad siempre fueron los platos de la british cuisine , aunque curiosamente por más de 80 años sus chutney, bismarck, stuffed roast y pudding estuvieron en manos de españoles, criados entre paellas y gazpachos.
El restaurante fue testigo privilegiada de la vida social del siglo. Primero, en Tucumán y Reconquista, y desde 1958, en su emplazamiento actual, al 455 de Reconquista, sus mesas desbordaron repletas de apellidos ilustres con billeteras bien alimentadas. Diplomáticos, estancieros, abogados, agentes bursátiles, financistas, políticos y artistas lo mantenían a tope día y noche. Los memoriosos recuerdan colas de hasta 45 minutos para capturar alguna de sus 150 sillas,las mismas que ahora se aburren de esperar, en una agonía lenta y sin pausa.
Al London Grill, que poco sabe de sushi, cocina fusión y nuevas tendencias, lo mató la moda. Al restaurante, que no entiende de políticas económicas, lo mató la crisis.
Ya había estado en la cuerda floja durante la primavera hiperinflacionaria de Alfonsín, pero un vecino respetuoso de su tradición se lo compró al gallego Castro, su dueño anterior, por $ 100.000, y así postergó su caída. Pero fue como intentar tapar el sol con un dedo. Eduardo Vila, aquel salvador, hoy tiene 63 años y hace dos días que su voz se convirtió en un hilo ronco y deforme. "Son los nervios -dice-. En 13 años invertí más de un millón de dólares, pero no hubo caso." Vila era un empresario próspero, dedicado a los negocios de importación y exportación, pero la nostalgia le jugó una mala pasada en su intento por preservar el restaurante preferido por su padre durante toda su vida.
Otras voces, otros ámbitos
El principio del fin para el London Grill, que ahora se debate entre la vida y la muerte agobiado por una deuda de 350.000 pesos, se inició en 1997, durante el apogeo de Puerto Madero.
"Las empresas tradicionales de la zona que tenían mesas reservadas en forma permanente desaparecieron; las pocas que quedaron en pie casi no llegan a fines de mes y recortaron sus presupuestos, y la gente de la City y los artistas se mudaron a los boliches de moda", dice Vila, para justificar la soledad del salón, que ayer, a las 13.30, albergaba a menos de diez comensales.
Cuando los nubarrones comenzaron a empañar las copas del restaurante -que durante la Guerra de las Malvinas trocó temporariamente su nombre a Oyster Bar, para no herir susceptibilidades-, Vila decidió achicarse e indemnizó a 40 personas. Pero no fue suficiente, y hoy lo tienen en jaque las deudas fiscales y las cargas por juicios laborales iniciados por antiguos empleados.
Al restaurante que hace una década llegó a facturar $ 100.000 por mes, con un promedio de 250 cubiertos diarios, ahora los ingresos se le achicaron a menos de 10.000 pesos. Con suerte, en los buenos días, le da de comer a 15 personas. Pero sólo con suerte. Y la plata no le alcanza a Vila -que se toma una copita, sin bajar la cabeza- para cumplir con sus 17 mozos y cocineros, sus proveedores, el fisco y los pagos a sus ex empleados. "Pedir el concurso preventivo fue la solución más honesta que encontré para no jorobar a nadie y tratar de zafar de la crisis", justifica.
Pese a todo, el hombre espera su turno para jugar la última carta. Cinco cuadras más allá de su restaurante, en el Bajo, los bares y pubs de estilo irlandés que sirven cerveza en rondas de after hours rebosan de gente.
Están de moda, y Vila quiere subirse a ese tren. Piensa convertir al London Grill en un reducto para turistas y jóvenes profesionales, con más bebidas y música; con menos comida, con menos respeto por la tradición.
Pero le hace falta un inversor, un apostador generoso con ganas de clavarle un puñal en la espalda al destino. Y en eso anda...