El museo de la escritura
Mucho nos sorprende que un chico aprenda a leer, pero más nos debería sorprender que aprenda a escribir. Ambas actividades son complementarias, pero de ninguna manera simétricas.
Leemos con los ojos, escribimos con las manos. También podemos leer con el tacto y dictar un texto sin pasar por la visión ni por los movimientos de la mano. Lo importante es cerrar el circuito de la lectoescritura. Conocemos cómo procesa el cerebro la lectura de un texto y hemos avanzado en el análisis minucioso de la dislexia. Pero sabemos muy poco de cómo logramos escribir.
Es un proceso de una dificultad mayúscula. Trazar una letra es dibujar, y escribir una frase es como componer un cuadro. En todo caso, la introducción de los procesadores de texto ha facilitado enormemente la producción de la palabra escrita. Para el cerebro humano es más sencillo pulsar un botón que controlar la trayectoria de un trazo en el papel. La tecnología más avanzada nos permite volver a las acciones motoras más simples, hacer un clic en lugar de escribir a mano. Esto es un gran progreso, pero puede tener consecuencias culturales no queridas.
Por eso es tan interesante lo que está sucediendo en la reforma escolar de China, debido a la introducción creciente de las computadoras en la educación. Hay una opción, la caligrafía tradicional de los caracteres o la escritura con el teclado de la computadora usando el sistema fonético que permite seleccionar el ideograma a partir de una lista que se presenta en la pantalla. Esta opción tiene consecuencias incalculables en un país donde hay ya más de 300 millones de alumnos en la educación formal.
El ejemplo chino se puede extender a muchas otras lenguas, incluso a las nuestras, occidentales y alfabéticas. Las cartas manuscritas ya casi no existen, el correo distribuye cada día menos cartas y los enamorados ya no las coleccionan. Se está perdiendo, sin duda, un componente importante de la comunicación humana. A tal efecto la Universidad de Columbia ha organizado una exposición sobre la grafía en los EE.UU. durante cuatro siglos y la de Wuerzburg ha dedicado una al desarrollo de la escritura desde la antigüedad hasta nuestros días. Sería interesante que nuestras escuelas coleccionaran los textos manuscritos de alumnos y profesores; serán algún día, tal vez, piezas de museo.
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