El nuevo relato rioplatense
MONTEVIDEO.- El afán de reescribir la historia para usarla como justificación del presente sigue su curso en ambas márgenes del Río de la Plata. No se trata de enriquecer el estudio del pasado con nuevas visiones propias de la antropología, la economía o la sociología. Simplemente, son reconstrucciones oportunistas que ni siquiera respetan la "dignidad de los hechos", como dijera Hannah Arendt.
Lo que es peor, esos nuevos relatos se imponen por decreto. No son resultado de análisis científicos ni aun de debates parlamentarios donde predomine la necesaria síntesis que nuestra generación debe hacer de las tendencias del pasado, si es que realmente se quiere hacer historia. Seguir despreciando a los caudillos rurales del siglo XIX es tan falso y maniqueo como hacer lo opuesto con los "doctores". Félix Luna, que en 1966 ubicó ya a Artigas como el primer caudillo rioplatense, en el capítulo inicial de su clásico libro Los caudillos, afirma que "en lo historiográfico, la síntesis dialéctica es fácticamente inevitable". Esta referencia vale para comprobar que su figura no se está reivindicando recién hoy en la Argentina, sino que, desde hace años, hay historiadores que le valoraron en su dimensión singular, como Emilio Ravignani, de relevante actuación en Uruguay, donde se le recuerda con una escuela y una calle.
El gobierno argentino ha "decretado" una nueva fecha de la independencia con una obvia intención: contraponer al 9 de julio de 1816 y al Congreso de Tucumán, donde predominaron los "doctores" porteños, el Congreso de Concepción del Uruguay, convocado por Artigas con sus provincias aliadas de Corrientes, Misiones, Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba (única que participó de las dos asambleas). La verdad es que Artigas no habla de "independencia" en la convocatoria, ni cuando envía sus delegados a parlamentar con Buenos Aires ni cuando informa al Cabildo de Montevideo del resultado de la reunión. Así lo dicen documentos conocidos y publicados. En tal razón, en Uruguay nunca se consideró como fecha de independencia el tal congreso, aun cuando se la ubique como un mojón más, añadido a las Instrucciones al Congreso de 1813, entre los que definieron el ideario de la revolución.
Cuando al año siguiente de Tucumán, Pueyrredón le informa de la declaratoria del 9 de julio y Artigas le responde que hace más de un año que ya lo hicieron en la Provincia Oriental, se considera por la generalidad de la historiografía como un eslabón de la cadena de sucesos afirmativos de una "independencia provincial", aspirante aun a integrar las Provincias Unidas del Río de la Plata.
El hecho es que la Argentina ha celebrado siempre el 9 de julio , en lo que han coincidido nada menos que el presidente Bernardino Rivadavia y, años después, el gobernador Juan Manuel de Rosas.
En Uruguay, a su vez, se celebra tradicionalmente como fecha de la independencia el 25 de agosto de 1825, cuando la entonces Provincia Cisplatina declaró su separación del Imperio de Brasil y su intento de reincorporación a las Provincias Unidades del Río de la Plata. Frustrada esta unión, hoy se acepta -aunque no se festeje- que , jurídica y políticamente, la Republica Oriental del Uruguay, tal cual la conocemos, nace en 1828, en la Convención Preliminar de Paz, en que Río de Janeiro y Buenos Aires reconocen su independencia, se instala su primer gobierno provisional y la asamblea constituyente.
El nuevo relato argentino se funda en una exaltación artiguista que ubica al prócer oriental como caudillo inspirador del federalismo en la región, verdad a medias, o sea, la peor de las falsedades. Porque Artigas fue siempre "confederal": su inspiración fue el Acta de Filadelfia de 1777 y no la posterior constitución "federal", que establece una sola soberanía en la unión y no en los Estados o provincias. Conforme a ese criterio, la provincia oriental "retiene su soberanía, libertad e independencia" y sólo delegará aquella competencia que expresamente defina. La inspiración es inequívocamente norteamericana -vereda que los revisionistas populistas cruzan en puntas de pie- y de fuente radicalmente liberal.
Todo el artiguismo será una reivindicación de la libertad, la separación de poderes, la tolerancia religiosa, el imperio del derecho. Su célebre reglamento para la campaña, invocado como socialista, es -tal cual reza su título- "para seguridad de los hacendados" y los repartos de tierra en propiedad ejecutados, como corresponde a la generosidad de la filosofía liberal, "de modo que los más infelices sean los más privilegiados".
Artigas fue un caudillo rural, pero institucionalista. Eso le distingue de sus contemporáneos. De allí el respeto a las libertades de sus principales seguidores, Rivera y Lavalleja, y de ahí la configuración de una tradición hasta hoy sustentada. No se explica la independencia uruguaya sino por esa pasión institucionalista, que la separó de Buenos Aires y que enfrentó a Artigas con esos caudillos con los que coincidió en su instinto autonómico, pero no en las fórmulas democráticas que se configuraron en sus notables asambleas. Por eso en el Uruguay no enraizó nunca una dictadura populista como la de Rosas ni de otras corrientes populistas que sustentan la idea de que basta la popularidad ante las masas para legitimar el atropello a la libertad y al derecho. Como dijo Artigas: "Es muy veleidosa la probidad de los hombres, solo el freno de la Constitución puede afirmarla".
Ex presidente del Uruguay