El nuevo rumbo de México
Acaba de dar vuelta la página de los 75 años en los que el nacionalismo prevaleció en el sector energético
El presidente de México, Enrique Peña Nieto, que lideró el regreso del Partido Revolucionario Institucional (PRI) al gobierno de ese país está cumpliendo, una por una, sus promesas electorales.
Esto supone haber puesto en marcha una profunda reforma estructural en su país. Los primeros pasos fueron en dirección a modernizar la educación, el régimen laboral y el sistema tributario, así como a limitar las actividades monopólicas en materia de servicios de telefonía. Peña Nieto dejó para el final de su esfuerzo reformista al capítulo más difícil de todos: el de los hidrocarburos, respecto del cual el imaginario mexicano ha venido construyendo, desde 1938, lo que algunos llaman una teología nacionalista repleta de tabúes. Todo lo relativo a la actividad energética tiene, en México, una importante carga emotiva.
Con el apoyo del Partido Acción Nacional (PAN) al PRI, México acaba de dar vuelta la página de los 75 años en los que el nacionalismo prevaleció absolutamente en el sector energético. A la manera de monopolio presuntamente sagrado. Esto se logró, siguiendo el procedimiento constitucional, mediante el voto del Senado, en primer lugar, con 95 votos a favor y sólo 28 en contra. Estos últimos fueron los de los legisladores del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y del Partido del Trabajo (PT), que conforman la izquierda dura. Poco después, los diputados mexicanos, por 354 votos a favor y 134 en contra, avalaron -también ellos- la reforma que abre el sector energético a la inversión privada. Lo hicieron sin modificar palabra alguna del texto antes aprobado en el Senado.
Todo lo relativo a la actividad energética tiene, en México, una importante carga emotiva
La sesión en la Cámara de Diputados generó un intenso debate. De casi 20 horas, que debió realizarse fuera del recinto tradicional, bloqueado por quienes se oponían a la reforma.
La reforma del sector energético mexicano fue así puesta en marcha. Ahora está siendo rápidamente avalada por los congresos de los 32 estados. Cuando 17 de ellos lo aprueben, con dos tercios de votos a favor, será publicada por el Poder Ejecutivo y entrará en vigor.
El gran cambio de realidad es que, en más, se permitirán las contrataciones con el sector privado, tanto para explorar y extraer hidrocarburos, como para generar electricidad. Esas contrataciones deberán hacerse en los términos y condiciones de una Ley Reglamentaria que se aprobará, se estima, en el primer semestre del año próximo.
De todas maneras, la propiedad de los hidrocarburos, mientras estén en el subsuelo continuará siendo del Estado mexicano. De modo inalienable e imprscriptible.
Tanto Petróleos Mexicanos (Pemex), como la Comisión Federal de Electricidad (CFE), pasarán a ser empresas productivas de propiedad del Estado y podrán celebrar contratos con particulares.
El Sindicato de Trabajadores Petroleros saldrá del Consejo de Administración de Pemex, que se manejará entonces con criterios esencialmente comerciales. Sus representantes ocupaban un tercio de los puestos de ese Consejo.
Las mejores áreas conocidas hasta ahora, tanto de exploración como de explotación, quedarán reservadas para Pemex, con la anuencia de la Comisión Nacional de Hidrocarburos. Las ventas de Pemex, recordemos, equivalen al 11% del PBI de México.
La segunda mayor economía de América latina y la décima productora mundial de petróleo crudo, procura dinamizar el sector de los hidrocarburos y revertir lo que ha venido sucediendo
La ley crea además el "Fondo Mexicano del Petróleo para la Estabilización y el Desarrollo", fideicomiso que será administrado por el Banco de México, de modo de maximizar la utilización de la renta petrolera pagando con ella el gasto corriente, el presupuesto de egresos, algunos proyectos de ciencia y tecnología, así como la pensión universal prometida por el PRI.
Las relaciones con el sector privado se edificarán sobre contratos de servicios o sobre acuerdos en los que -según el caso- se comparta sea la utilidad obtenida, sea la producción extraída. De crudo o gas natural.
Con esta reforma, México procura aumentar su alicaída producción de hidrocarburos, apuntando a lograr un aumento del 60% respecto del nivel actual, lo que debería alcanzarse en la próxima década.
De esta manera, la segunda mayor economía de América latina y la décima productora mundial de petróleo crudo, procura dinamizar el sector de los hidrocarburos y revertir lo que ha venido sucediendo. Esto es, una declinación productiva que -sólo en la última década- ha sido de un 25% desde su pico más alto de 3,4 millones de barriles por día, alcanzado en el 2004, para estabilizarse en apenas unos 2,5 millones de barriles por día.
Para aprobar el cambio de las reglas de juego se acordaron las necesarias modificaciones a la Constitución Nacional, que permitirán que los contratos se celebren directamente con el Estado y no necesariamente con Pemex, que pierde así el monopolio de la exploración y explotación de hidrocarburos del que gozaba.
Será necesario convencer a los mexicanos de que el nuevo rumbo es el adecuado al mundo de hoy, bien distinto al de ayer
Se espera que la reforma atraiga al capital privado, tanto nacional como extranjero. Y que, en el caso particular de la explotación del "shale" mexicano, así como en los yacimientos de aguas profundas, permita el rápido acceso a la tecnología e inversión que ellas requieren. También que con el mayor nivel de actividad que se anticipa aumente paralelamente la generación de empleo.
En el sector eléctrico, México tiene tarifas que -pese a estar subsidiadas- son un 45% más altas que las norteamericanas, situación que afectan obviamente la competitividad de su industria.
La participación del PAN, decisiva para que el PRI pudiera obtener la aprobación de su reforma, significó liberalizar más de lo originalmente previsto la participación del capital privado. Ayudó, entonces.
Para el sector energético de México ha comenzado una nueva etapa. Apasionante. De cambios profundos y mucha creatividad.
Pero si es cierto aquello de que no son las cosas las que cambian, sino nosotros, mucho dependerá de cómo se vaya explicando el proceso de cambio y sus resultados. Particularmente a un público acostumbrado a la retórica del pasado, que es precisamente lo que se quiere dejar atrás.
Por ello, aunque la reforma apunte a vencer la inercia del enfoque perimido, también será necesario convencer a los mexicanos de que el nuevo rumbo es el adecuado al mundo de hoy, bien distinto al de ayer.