La semana política I. El país busca el norte, pero mirando al Sur
Ha comenzado el año 2004 y reina un clima de optimismo que resultaba impensable meses atrás. De la profunda depresión pasamos a un entusiasmo que roza la hipomanía. Los datos exhiben musculatura: ha terminado el laberíntico período electoral que legó Duhalde, el Presidente goza de altísima popularidad, nos beneficiamos con un resonante boom turístico, la recaudación bate récords, permanecemos anclados a una nueva y estable convertibilidad que permite reanudar el crédito, ha comenzado un maravilloso retroceso de la desocupación. Es razonable sospechar que este clima de primavera económica se extenderá por lo menos durante un año más. Así lo afirma una encuesta que desde hace meses lleva adelante el Banco Central con especialistas que trabajan para los bancos, consultoras diversas, brokers, universidades, fundaciones y otros centros de estudio.
Junto a esta descripción tremola con luz esquiva una pregunta. ¿Será ésta una primavera sostenida, que desembocará en un estío lleno de frutos, que permanecerá entre nosotros por años, lustros y hasta décadas? ¿O es fugaz y se dejará sorprender por un extemporáneo invierno, que congelará los brotes recién aparecidos? La misma encuesta, en efecto, pronostica que el "más adelante" está cargado de dudas. El optimismo que existe ahora y se mantendrá en los próximos meses, declinará inevitablemente como resultado de las incertidumbres residuales (renegociación de la deuda por default, inestable relación con los organismos internacionales) y las escasas señales a largo plazo que formula el gobierno (no hay sólidas pautas de confiable inserción en el mundo, estabilidad jurídica, respeto de la propiedad, etcétera).
Sin embargo, la amenaza de un retroceso, tan odioso y temido, no debe producir amargura ni parálisis. Tendría que operar como la sana advertencia que empuja a tomar medidas, tanto del gobierno como de la sociedad, para abortarla. Hay que impedir que esta brillante oportunidad se nos escurra de las manos, y la perdamos como sucedió con tantas otras oportunidades. Es hora de que la Argentina no se recueste en la complacencia del buen momento transitorio. Debe poner en marcha los mecanismos y recursos que aseguren el camino de la prosperidad a largo plazo.
Los mismos que han utilizado y utilizan los países que progresan en serio, que se esmeran en conseguir fuertes inversiones y premian los méritos. Sobre todo, que se han desprendido de los prejuicios inyectados por un marxismo vulgar, arcaico, atado de forma masoquista a modelos que no dejan salir del atraso y mantienen en la pobreza y el resentimiento a millones de seres. Ese marxismo vulgar, del que se ha liberado el socialismo moderno y democrático, satanizó la propiedad privada y la economía libre, y convirtió al capitalismo en el culpable de las peores desgracias. En muchas partes aún cuesta elogiar la propiedad, la economía libre y el capitalismo, porque se los considera fuente de eternas injusticias y desigualdades. Cuando padecimos el "corralito" se decía que nos metieron la mano en el bolsillo, pero no se decía con el mismo énfasis que se había violado la propiedad privada. No suena del mismo modo "bolsillo" y "propiedad". Bolsillo es de uno, es digno, es imprescindible. Propiedad es de otros, es infame, es dañino.
El capitalismo
Parecería que no hubiéramos despertado de los ensueños milenaristas y utópicos. En una disertación pública me preguntaron qué opinaba sobre el capitalismo, "que genera tanta pobreza en el mundo" (¡?). Semejante distorsión ideológica me dejó perplejo, porque los únicos países ricos que uno conoce, hasta ahora, son los capitalistas. No tuve más alternativa que responder con lo que Carlos Marx y Federico Engels escribieron en El Manifiesto Comunista , publicado en 1848, cuando la Argentina ni había alcanzado su organización nacional y teníamos un 90% de analfabetos.
Ese texto es una síntesis de ideas, críticas y propuestas que desempeñaron un papel decisivo en la historia social y política del mundo. Sus autores, haciendo gala de honestidad intelectual, produjeron el más notable elogio que hasta ese momento se había hecho del sistema capitalista. Dijeron textualmente: "La burguesía, a lo largo de su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación a vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la asimilación para el cultivo de continentes enteros, grandes poblaciones surgiendo por encanto, como si salieran de la tierra."
Ni Marx ni Engels han vivido lo suficiente para enterarse de cuánta razón tenían en ese párrafo lleno de alabanzas, ni de cuánta más razón tienen ahora, cuando la producción capitalista ha multiplicado hasta el infinito su potencia. ¿Algún día será vencido por otro sistema? Es probable, pero no mediante la regresión al feudalismo, el totalitarismo o el milenarismo utópico. Quizá su fuerza estribe en la capacidad de metamorfosis y adaptación. Tiene graves defectos, particularmente en el campo de la justicia. Pero tiende a corregirlos, porque incluye la democracia, que significa alternancia del poder, libre circulación de ideas y pensamiento crítico. Apunta al progreso incesante por medio de la competencia, la imaginación y el respeto a las reglas de juego.
En el sistema capitalista hay quienes lo prefieren en forma vergonzante, incluidas franjas de argentinos. Basculan entre las medidas que generan progreso y las que condenan al atraso. Estas últimas no son arbitrarias ni casuales, sino las que convienen a los que temen el cambio. Tan fuerte es la confusión que últimamente en los países de América latina se ha producido un giro hacia un conservadurismo pétreo de las ideologías que se califican de izquierda. Por ejemplo, en materia de gasto público y planes sociales se insiste en mantenerlos e incluso ampliarlos, como expresión de sensibilidad social y forma brillante de combatir la pobreza. Pero lo notable es que desde hace décadas se destina más de la mitad del gasto consolidado a planes sociales y no se ve que hayan reducido la pobreza... Como escribió Roberto Cachanosky, "la historia muestra que el Estado de bienestar da más bienestar a los políticos y a las mafias ligadas con ese negocio que a la gente que supuestamente se propone beneficiar". Lo mismo se aplica a la teoría del derrame al revés, que es gastar los impuestos de los contribuyentes en el celebrado gasto social. Además de los beneficios electoralistas, este mecanismo -dicen- provocaría un mayor consumo, lo cual generaría más actividad y demanda de trabajo. Pero la cosa no es tan así, porque se perjudica el sistema de propiedad, nada menos, que es la base del sistema capitalista y el instrumento que lleva a un real crecimiento de la mayoría. El derecho de propiedad no consiste en poseer un bien, sino disponer de sus beneficios. Caso contrario, ¿para qué deslomarse en conseguir dicho bien? Si el derecho de propiedad queda disminuido por exceso de impuestos o inestabilidad jurídica, la inversión disminuye y el crecimiento cae. Lo único que aparece son precarios puestos de trabajo con bajos sueldos, que incrementa el abismo entre ricos y pobres.
La Argentina próspera y feliz que coincidimos en desear aún no ha logrado orientar su brújula. Todavía hay quienes anhelan llegar al norte viajando hacia el sur.
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