El país que Halperin Donghi enseñó a leer
Intelectuales, revolución, Estado y peronismo son los ejes clave en los que el historiador, fallecido hace días, dejó su marca y abrió perspectivas originales
lanacionarEvaluar el legado del mejor historiador argentino de todos los tiempos no es una tarea sencilla. A lo largo de más de sesenta años, Tulio Halperin Donghi escribió unos veinte libros y centenares de artículos. Prolífico y erudito, incisivo e iconoclasta, su ambición de conocimiento no se dejaba dominar por las fronteras disciplinares. Su registro temático fue inusualmente amplio: escribió sobre intelectuales y pensadores, pero también sobre historia económica y fiscal. Tenía una relación pasional con la historia como empresa de conocimiento. Disfrutaba conversando y debatiendo, y era generoso con los jóvenes. Poco complaciente consigo mismo, no temía revisar sus ideas. En cambio, no le gustaba pontificar desde una posición de autoridad.
Se movía con igual familiaridad discutiendo la Revolución de Mayo y la Revolución Mexicana, el battlismo y el peronismo, el siglo XVIII y el XXI. Y pese a que fue un activo promotor de la profesionalización de los estudios históricos, ya que era consciente de la fragilidad de este proyecto en una comunidad de historiadores como la nuestra, siempre dividida contra sí misma, siempre pensó que la historia debía ser algo más que una disciplina académica. Pues además de ser un gran historiador, fue un gran intelectual, pero un intelectual peculiar, que hizo sentir su voz cada vez que era requerido, pero sin estridencias, ni vocación militante. Para él, la reflexión sobre el pasado no debía subordinarse a ninguna gran verdad.
Su obra tiene un personaje central, el intelectual. Halperin Donghi trazó el perfil del letrado latinoamericano, y analizó sus mutaciones desde la colonia hasta el siglo XX. Una y otra vez volvió sobre esta figura, desde su primer escrito, un artículo sobre Sarmiento de 1949, hasta su último trabajo, un breve ensayo sobre Belgrano, publicado pocas semanas antes de su muerte.
Estos dos nombres nos dicen mucho sobre el tipo de personajes que más le atraían y, a la vez, sobre cómo concebía las potencialidades de esta exploración. Capaz de recrear como nadie el pensamiento y la biografía de un autor, el estudio de los letrados le sirvió para preguntarse sobre la política y la sociedad de la que esos sujetos formaban parte. Fue un excepcional historiador de los intelectuales y las ideas, pero fue mucho más que eso.
Tres grandes marcas
En esta exploración más vasta, dejó tres grandes marcas. En primer lugar, redefinió nuestra manera de comprender la Revolución de Mayo y la sociedad que emergió de la ruptura con España. Y no sólo porque demostró que para entender la independencia es preciso apartarse de los relatos patrióticos y los mitos nacionales. Mucho antes de que François Furet tomara distancia de la interpretación social de la Revolución Francesa para señalar que la ruptura revolucionaria es ante todo un hecho político, Halperin Donghi ya había avanzado por ese camino. Pero también creía que la política debe comprenderse en un marco más amplio. Por ello, escribió Revolución y guerra (1972), quizás el mejor libro de historia publicado en nuestra tierra, donde no sólo analiza el campo del poder, sino también las transformaciones sociales y económicas de la era de la Revolución.
En segundo lugar, colocó en el centro de la discusión el problema del Estado. Ésta fue su gran contribución de la década de 1980. En tres libros enfocados en las finanzas estatales, la biografía de un político del montón y los debates del período que va de Caseros al Ochenta, revisó la perspectiva societalista que dominaba en la historiografía. Estos trabajos pusieron de relieve la importancia del Estado en el patrón de desarrollo histórico de nuestro país, y establecieron un nuevo horizonte para el análisis de esta temática.
Desde la década de 1990, dedicó más tiempo y energía al siglo XX. Sus trabajos cambiaron la manera de entender la historia de nuestra democracia. En primer lugar, llamó la atención sobre la notable persistencia de las tradiciones políticas nacidas durante la Organización Nacional y, en particular, la de un liberalismo que nació y se mantuvo hostil al pluralismo político. Enfatizó esta clave para interpretar los conflictos de la república radical y, luego, para explicar por qué en la década de 1930 la elite dirigente se orientó por el camino del fraude. Todo ello no prenunciaba el peronismo, aunque ayuda a colocarlo en perspectiva, y a comprenderlo mejor.
Pues el peronismo fue una novedad, y Halperin Donghi creía que su cifra no estaba contenida en sus premisas sociales ni en su inspiración ideológica. Su visión de este fenómeno fue cambiando con el tiempo. La larga agonía de la Argentina peronista (1994) lo concibió como una verdadera revolución social e institucional de la que surgió un orden tan inviable como resistente al cambio. Cuando formuló este argumento, parecía que el mundo nacido en 1945 estaba muriendo, ahogado por la ola neoliberal de la década de 1990. Ese pronóstico no se cumplió, y el nuevo siglo trajo un reverdecimiento del peronismo como fenómeno político, aunque en una sociedad muy cambiada. Sus últimos trabajos ayudan a entender esta mutación.
Hace tiempo que estábamos a la espera de la publicación de una Historia Argentina, que arrancaba con la conquista y llegaba hasta nuestros días, que Halperin Donghi había venido ampliando y revisando por años. Hoy sabemos que no tendremos la posibilidad de leerla con Tulio vivo, ni de ver qué hay de nuevo en su última visión de conjunto de nuestra trayectoria histórica.
No es lo único que vamos a extrañar. Para muchos de nosotros, su muerte deja un enorme vacío. Nos queda el recuerdo de su figura a la vez genial y generosa, y su extraordinario legado. Intelectuales, revolución, Estado, democracia y peronismo fueron algunos de los temas de nuestro pasado sobre los que dejó grandes ideas y libros magistrales. Seguiremos discutiendo sobre todas estas cuestiones, quizá la mejor manera de rendir homenaje al gran historiador.
Por Roy Hora
Para La Nación
(El autor es investigador del Conicet y profesor en la Universidad Nacional de Quilmes)
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