El Presidente dijo “las clases pueden esperar” y cumplió
"Las clases pueden esperar. Si algo que no me urge es el inicio de clases. Después vemos como compensamos esos días. Eso puede esperar. Nadie sufrió por recibirse un año antes o un año después. Tampoco van a sufrir por terminar un mes antes o un mes después el colegio", afirmaba el presidente Alberto Fernández, apenas comenzaba la cuarentena a fines de marzo. En ese momento, ante el temor de lo desconocido que significaba afrontar una pandemia, solo algunos pocos criticaron el lugar relegado que el presidente le otorgaba a la educación.
A lo largo del año este gobierno fue construyendo un relato de gestión minado de anuncios fallidos, con pronósticos errados, constantes contradicciones, analogías frustradas y retirados cambios de opinión respecto a varios temas sensibles. En ese sentido, se destaca que, en el tema educativo, lamentablemente, el presidente sí cumplió con creces su palabra. Dijo "las clases pueden esperar" y vaya si esperaron.
Fue por eso por lo que en lo que va de diciembre pudimos ver a miles de alumnos culminar su ciclo lectivo o participar de actos de colación sin haber participado más que solo de un puñado de días de clases presenciales o de ninguno, en la mayoría de los casos. Según un informe del CIPPEC solo el 1% de los alumnos asistió en esta última parte del año a clases presenciales.
Europa: el futuro que miramos, pero no copiamos
Desde que comenzó la pandemia vemos a Europa, y a todo el hemisferio norte, como una suerte de pantalla del futuro que nos anticipa los sucesos que luego se repiten en esta parte del mundo.
Así fue como conocimos antes de ponerlas en práctica, las dilatadas etapas de "aislamiento social", el cuidado de los adultos mayores, o la misma "cuarentena". Sin embargo, a las autoridades argentinas no les modificó en nada que en Europa hayan decidido, luego de una primera etapa sin clases, no renunciar a la educación presencial y mantuvieran las escuelas abiertas luego de certificar que los niños no son grupos de riesgo. Y lo hicieron ante un rebrote muy agresivo del virus y en medio de tomas de decisiones fuertes, como la restricción de las actividades sociales, el cierre de fronteras o la limitación del tránsito comunitario.
Aun así, en nuestro país se resolvió postergar el inicio de las clases presenciales masivo para el año próximo, una decisión que tendrá a futuro un costo tremendo.
No solo fue responsabilidad del gobierno. Vale recordar que los gremios docentes, no los maestros, sino sus dirigentes gremiales, en su mayoría activos militantes políticos del oficialismo, también abonaron a la teoría de no abrir las escuelas hasta no tener una vacunación masiva. Si bien no es su tarea garantizar las escuelas abiertas, sino trabajar en ellas, adoptaron una posición tan cerrada al respecto y tan poco colaborativa que no debemos dejar que pase inadvertida, porque son esos dirigentes los que constantemente endulzan sus arengas con palabras que apuntan a generar acciones para la defensa de la escuela pública. No fue este el caso.
A fines de agosto pasado, cuando los sistemas educativos europeos comenzaban a prepararse para volver a clases, se conoció un estudio del British Medical Journal que estableció que el riesgo de contagio de los niños es mucho más bajo que en los adultos, que la mayoría de los contagiados sufren formas más leves de la enfermedad y que son poquísimos los que necesitan tratamiento hospitalario por el coronavirus o se enferman de gravedad.
Esto animó a las autoridades de eso países a sostener las escuelas abiertas. Aun así, y ante tal evidencia, la postura del gobierno y los gremios docentes de oponerse a la apertura de las escuelas se mantuvo inalterable. Nunca se preguntaron, por ejemplo, si otros adultos que trabajan en actividades esenciales tienen un riesgo de contagio más elevado que los maestros.
Una decisión que costará caro
Para gran parte de los chicos, sobre todo los más humildes, este fue un año escolar perdido. Así lo indica un informe publicado por el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina que señala uno de los datos más penosos que dejó este 2020 de pandemia: solo uno de cada diez alumnos de hogares vulnerables pudo conectarse con sus docentes a través de algún tipo de plataforma virtual.
La pérdida de contacto con la escuela, que también puede traducirse en breve en deserción escolar, también fue alta, con proyecciones que señalan que más de un millón de alumnos perdió trato total o parcial con su escuela o sus docentes.
Cuando conozcamos con precisión los efectos perjudiciales que entre los más de diez millones de alumnos generó este año casi perdido, como el aumento de la brecha de calidad educativa castigando a los más pobres o el incremento de la deserción escolar ¿A qué derecha neoliberal culparán los gremios y la militancia autodenominada progresista? Y si, como pudiera suceder, en marzo nos enfrentamos a un rebrote del virus, ¿volveremos a tener este debate y a enfrentarnos a posiciones herméticas de parte del gobierno y los gremios que impedirán el inicio del ciclo lectivo programado?
Para los chicos las escuelas no solo son importantes por la educación que reciben. El mencionado informe de la UCA destaca también que "los cambios de hábitos durante el ASPO como consecuencia de la no asistencia a clases, probablemente tuvieron efectos en la salud física, emocional e intelectual de las infancias". Basta revisar las redes sociales para leer una historia detrás de otra donde padres cuentan con resignación las dificultades que ha generado en sus hijos y en las familias la educación a distancia. Muchos se organizaron para peticionar colectivamente -Padres.org es el mejor ejemplo-, pero han sido poco escuchados.
Pareciera que aquella frase del presidente Fernández "las clases pueden esperar", logró instalarse como un dogma inequívoco en el sistema educativo. Una pena que nuestro Presidente, que tantas veces cambió de opinión, no lo hizo donde más lo necesitábamos.