El primer año del resto de nuestras vidas
Cuando cumplió 80 años, Oliver Sacks publicó un texto con el que quiso celebrar lo que le restaba de vida. Había un aire tibio de melancolía por los tiempos idos, algún ligero reproche por haberse abandonado a la desidia, pero sobre todo una fenomenal mirada sobre el futuro. El célebre neurólogo, quien años atrás había perdido la visión de un ojo por el avance de un tumor, develaba los temores que se cernían sobre su mente (el espectro de la demencia o del infarto), las dolencias físicas, la pérdida de la memoria, la falta de orientación en el espacio y la merma de energías, pero daba cuenta de su fenomenal optimismo. Hemos visto pasar la vida delante de nuestro ojos, y recién en el crepúsculo de nuestras vidas comprendemos que todo es fugaz, aun las peores atrocidades, y que lo que nos aguarda puede ser un futuro venturoso. Sentimos un soplo vital, se amplía nuestra perspectiva mental, somos más conscientes de la belleza. "No pienso en la vejez como en una época cada vez más penosa que tenemos que soportar de la mejor manera posible, sino en un tiempo de ocio y libertad en el que estamos liberados de las urgencias artificiosas del pasado, libres para explorar lo que deseamos y para unir los pensamientos y las emociones de toda una vida."
Hacía algunos años que sufría distintas dolencias físicas; se le había diagnosticado prosopagnosia, una enfermedad que impide que se reconozcan los rostros aun de las personas más cercanas. Durante un test que le realizaron en esos años, y que puede verse en YouTube, no pudo reconocer a Michelle Obama ni a Elvis Presley al mirar sus fotos a un metro de distancia. Es conmovedor observarlo hacer esfuerzos por comprender de quien se trata partiendo de detalles como el peinado o el color de la piel. "Oprah Winfrey", dice frente al retrato de la primera dama de los Estados Unidos. Las consecuencias de esa disfunción han sido examinadas por el científico en El ojo de la mente.
Sacks parece en esas imágenes un paciente de sí mismo, en parte semejante al protagonista de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, quizá su historia más famosa. Como en el resto de su obra, en cuya elaboración une la capacidad de observación de un naturalista con la de un antropólogo, ese relato da cuenta de lo esencial del pensamiento de Sacks: el cerebro es un órgano de sorprendente plasticidad y capacidad de adaptación, con un potencial creativo insospechado. Pacientes que han sufrido trastornos físicos y mentales (tumores cerebrales, apoplejías, amnesia, ceguera, sordera y otras deficiencias) pueden readaptarse a ese nuevo entorno para constituir su identidad. Hay en ellos formas de vida latentes. "Cada uno de ellos habita (y en cierto modo ha creado) un mundo propio", nos dice.
En la carta que escribió al cumplir 80 años, el autor de Un antropólogo en Marte y Alucinaciones ya exhibía su invencible vitalidad: "Muchas veces tengo la sensación de que la vida está a punto de comenzar", decía. En algún pasaje se interrogaba sobre la muerte: no tengo fe en (ni deseo de) una existencia después de la muerte, escribía, más allá de la que tendré en el recuerdo de mis amigos, y en la esperanza de que algunos de mis libros sigan hablando con la gente después de mi muerte.
Sólo pedía que se le concediese la posibilidad de envejecer con cierta dignidad y la libertad de amar, viajar y seguir escribiendo; de disfrutar de la aventura de la vida, de aquello que Nathaniel Hawthorne llamaba "relaciones con el mundo".
Años después de que a Sacks se le diagnosticara prosopagnosia, el tumor ha hecho metástasis en el higado. La noticia la dio a conocer esta semana el científico de 81 años en una carta que publicó The New York Times. Lo curioso de ese texto es que es una despedida a la vez que una fabulosa declaración de quien ansía beberse la vida (lo que de ella le resta) de un trago: "Me encuentro intensamente vivo y quiero y espero que el tiempo que me quede por vivir me permita profundizar mis amistades, despedirme de aquellos a los que quiero, escribir más, viajar si tengo la fuerza suficiente y alcanzar nuevos niveles de conocimiento y comprensión. Esto exigirá audacia, claridad y hablar con franqueza; trataré de ajustar mis cuentas con el mundo. Pero también tendré tiempo para divertirme (incluso para hacer alguna estupidez)".
La vida a punto de comenzar.