El primer coliseo ya no es lo que era
Por José Luis Sáenz Para LA NACION
Al entrar en el Teatro Colón para una reciente representación de La viuda alegre , el público recibió un comunicado de la llamada Comisión Intercuerpos, donde le recordaba que si bien la concepción escénica de la función que iba a presenciar pertenecía a la Opera de San Francisco, su realización escenográfica, utilería, vestuario, maquillaje, caracterización y sombreros eran obra del personal del teatro, además de la participación de la orquesta, el coro, etcétera.
Esta aclaración, que hace veinte años hubiese resultado obvia e innecesaria, se debe a que en la actualidad se ha divulgado en los teatros líricos del mundo la política de realizar coproducciones de escenografías, vestuario, y aún régies ya presentadas en otras ciudades.
Este sistema no se practicaba generalmente entre nosotros: el Teatro Colón tenía su propia producción de espectáculos, algunos de los cuales obtuvieron magníficos resultados artísticos (recordemos, por ejemplo, en los últimos tiempos, La ciudad muerta , Fedora o Francesca da Rimini ). Lo mismo sucedía en el Teatro Argentino de La Plata, antes de que, con la inauguración de su edificio actual se volcase a las "temporadas internacionales".
¿Cuál es la verdad?
Pero durante la última temporada artística, esta moda de las coproducciones -que en la práctica es el alquiler y trasplante de espectáculos ya montados por otros teatros- cundió tanto en los que presentó el Colón ( Lady Macbeth de Mtsenk , Norma , etcétera) como en La Plata ( Turandot y Stiffelio , antes de que la crisis económica pusiese fin al ambicioso ciclo).
Se ha dicho que este sistema de traer las producciones del exterior abarata los costos. Se habló también de lentitud operativa en el teatro y excesivas horas extra por causa de los reglamentos de trabajo. Pero según la Comisión Intercuerpos del Teatro Colón, al ser utilizado el Colón como teatro de producción propia, y recurrir a sus cuerpos estables "en toda su capacidad y rendimiento" se consigue que el costo de las producciones sea significativamente menor. ¿Cuál es la verdad definitiva sobre el tema?
Convendría que el Gobierno de la Ciudad hiciese público esos costos finales, y pudiésemos establecer a ciencia cierta cuánto se pagó por traer esa Lady Macbeth de Mtsenk multimedia, que inauguró la temporada de este año, y cuánto por La viuda alegre incluidos, claro está, los cachets artísticos, porque en los tiempos de "déficit cero" que corren no estamos en condiciones de gastar más de lo necesario para que el Teatro Colón mantenga su nivel artístico.
Algo más que cifras
Pero el tema no pasa tan sólo por lo económico. Nuestro primer coliseo es mucho más que una sala suntuosa. Es un organismo cultural de magnitud, que desde 1908 nos honra internacionalmente, y por el que debemos velar permanentemente. Por todo ello es necesario que tenga su propia voz en el terreno artístico ("que sea voz, no eco", como diría Antonio Machado). Su escenario no se puede convertir en el mero receptor de puestas escénicas exitosas en otros lugares del mundo. Eso puede ser interesante, pero no basta. El Colón exige además una clara política cultural propia, que no consiste tan sólo en ir a ver espectáculos por el mundo para traer los que parezcan más adecuados.
No podemos seguir tan solo importando cultura. Tenemos que producirla también, aunque eso sí, sin encerrarnos en la celda -no siempre patriótica o desinteresada- de los localismos culturales. El Colón no es solamente un escenario, así como tampoco es solo una fuente de trabajo para su personal. Es ante todo y por sobre todo un organismo cultural. Uno de los más importantes que posee nuestro país. Que funcione como tal.
lanacionar