El problema de la bonanza
Alto crecimiento del PBI, bajísimas tasas locales e internacionales, inflación controlada, dólar quieto, soja subiendo en Chicago, panorama político despejado: esto es más que viento a favor. Ninguno de los problemas graves --la pobreza y el desempleo-- ha mejorado de manera decisiva, pero comparar la Argentina del 2002 con la del 2004 es como ver dos países distintos. Tanto el humor como la actividad muestran que hemos entrado de nuevo en un ciclo de bonanza mental, ciclo que es independiente de nuestra penuria estructural.
Observa Jean Baudrillard que los estados de humor depresivo conducen, casi invariablemente, a los accidentes. Pero que a la vez, cuando éstos ocurren, nuestro humor se revierte, porque el accidente muestra que podemos arrastrar el mundo hacia nuestra estela, que conservamos cierto grado de poder, aun estando caídos nuestros espíritus. Es cierto, porque padecer un accidente es una forma de ser atendido por el destino, aun de forma negativa.
En la depresión de la Alianza fuimos urdiendo lenta e inexorablemente un magnífico y gratificante accidente que nos liberara de ella, un accidente estelar (el golpe de estado civil, el gran default) que nos volvió a colocar como una nación no olvidada por los astros, como un pueblo elegido y destinado a algo grande (no importa demasiado a qué), como un país que no pasa inadvertido a los ojos de los dioses ni de los hombres.
El mayor terror ha sido siempre para nosotros la indiferencia, un destino plano y sin sobresaltos, una existencia sin relieves. Y este accidente parece habernos tonificado revirtiendo los ánimos de manera fenomenal. Expertos en administrar la desdicha, principiantes en administrar la dicha, nuestro discurso seguirá por un tiempo, inercialmente, transitando los desfiladeros de la queja y de la protesta victimal, de lo que sufrimos merced a los buitres que yacen afuera, aunque recaudemos en un mes las metas de un trimestre.
Hay que pensar que, en realidad, paradójicamente, el problema lo plantea de aquí en adelante la bonanza. Porque hasta ahora parece evidente que la Argentina sabe muy bien qué hacer con su "mala suerte", pero no tiene ni idea de qué hacer con la buena. Sabe convertir magistralmente la mala suerte en una oportunidad, pero nunca ha dado signos de saber convertir la oportunidad de la buena suerte en un cambio permanente.
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