El problema de los estadios en zonas residenciales

Los clubes situados en zonas residenciales suelen ser muy apreciados por los vecinos que aman los deportes y la vida social que esos centros promueven y de cuya cercanía disfrutan, pero también pueden llegar a convertirse en una verdadera tortura cuando se los utiliza para grandes eventos deportivos y culturales, como partidos de fútbol, encuentros políticos, juveniles, religiosos, o recitales.

Lo saben muy bien los vecinos de, por ejemplo, River Plate (situado dentro de los límites del barrio de Belgrano aunque se lo conozca como el Monumental de Núñez), de Ferrocarril Oeste (en Caballito), de Argentinos Juniors (en Paternal), de Boca Juniors (en La Boca) y de Racing e Independiente (en Avellaneda), entre otros tantos clubes grandes y chicos que se encuentran emplazados en zonas altamente pobladas y transitadas.

También lo saben muchos vecinos del barrio de Boedo, quienes con muy buenas razones se oponen a la construcción del estadio de San Lorenzo de Almagro en el predio que hoy ocupa el supermercado Carrefour, en la avenida La Plata al 1700.

Cada vez que se realiza un encuentro multitudinario son los vecinos, en primer lugar, los que padecen los efectos de los ruidos que provocan tanto los desplazamientos de personas como los festejos de todo tipo y la potencia de los equipos de audio utilizados en los grandes shows. En oportunidades, llegaron a prohibirse distintos espectáculos, pues el impacto ambiental sobre los vecinos y sus viviendas era tan importante como para generar problemas en la salud de las personas y deterioros en la infraestructura.

Según un estudio publicado recientemente por el diario El País, de España, la ciudad de Buenos Aires es la metrópolis del mundo que tiene el mayor número de estadios con capacidad para más de 10.000 personas. En total, cuenta con 36. Duplica así a los de San Pablo y Londres. La característica común es que la mayoría se encuentra emplazada en zonas residenciales.

No sólo los vecinos cercanos a esos centros suelen quejarse. También lo hacen muchos comerciantes que, lejos de aprovechar estos megaeventos para vender más, se ven obligados a cerrar sus puertas en caso de posibles disturbios.

Los operativos de seguridad, si bien necesarios, resultan muy engorrosos para los habitantes de los alrededores de esos centros de esparcimiento. Desde muy temprano en el día, cuando no la jornada anterior, sus barrios aparecen vallados por la policía, que sólo deja ingresar automóviles si el vecino acredita su identidad y morada, restringiendo así tanto su derecho de propiedad como el de circular libremente.

El rápido paso de las asistencias médicas, bomberos o defensa civil es también es un tema delicado cuando existen estos grandes desplazamientos de personas en zonas que han sido deliberadamente cercadas.

Un párrafo aparte lo constituyen los comerciantes ilegales que se asientan en veredas y calles durante los días de mayor actividad de los clubes, generalmente para vender merchandising no oficial, lo cual no debería estar permitido, así como tampoco la coerción que, a la vista de los uniformados, ejercen los denominados "trapitos" con el fin de que los automovilistas paguen desproporcionadas sumas de dinero para poder estacionar donde, paradójicamente, el estacionamiento es libre y gratuito o, incluso, donde está prohibido hacerlo.

A todo ello se suma el vandalismo y la suciedad en la que quedan sumidos los alrededores y no menos preocupante aún es la comercialización ilegal de alcohol o drogas, que, además de provocar daños a la salud de quienes los ingieren, generan incidentes.

El tema vuelve a tener repercusión con el eventual regreso a Boedo de la cancha de San Lorenzo, una posibilidad que ya cuenta con una ley de la Legislatura porteña y que es reforzada por la campaña que llevan adelante muchos socios para volver a tener en el barrio el estadio que dejó de funcionar allí en 1979 y cuya concreción aparece ahora como más próxima a ser cumplida pues el mencionado supermercado, que ocupa los terrenos, accedió a retirarse de la zona, en gran medida por la presión mediática que ejerció el vicepresidente del club, Marcelo Tinelli, y por las condenables amenazas contra la propiedad que expusieron hinchas del equipo azulgrana.

Quienes con toda lógica, razón y justicia se oponen a ese regreso son especialmente los vecinos de Boedo que habitan a diez cuadras a la redonda del predio donde todavía hoy funciona un hipermercado. Además de la pérdida de tranquilidad y del resto de los trastornos citados, le temen a la violencia que suele generarse alrededor de los estadios.

Imaginan que si bien hoy está prohibida la asistencia de los hinchas visitantes a las canchas, es muy probable que esa situación se revierta en los próximos tiempos. La falta de una seguridad adecuada ha desembocado en refriegas sangrientas entre barrabravas, con heridos y muertos a lo largo de los tiempos.

Queda mucho por hacer en cuanto a esos controles y también respecto de la prevención en general (estudios de impacto ambiental, protección de personas y bienes, entre otras medidas).

Resulta una flagrante contradicción que frente a la salud que promueve el deporte, se insista en el error de construir estadios en barrios o zonas densamente pobladas.

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