El pulso atemporal de la juventud
Hermanos de sangre de Ernst Haffner es una de esas novelas que, antes de leerla, despiertan una atracción concreta, casi circunstancial, pero que luego logran trascender todas las coyunturas. Publicada originalmente en 1932, bajo el título Jugend auf der Landstrasse Berlin (Juventud en la carretera a Berlín) tuvo un éxito tan intenso como fugaz hasta que fue prohibida en 1933, cuando los nazis llegaron al poder, y hasta el año 1938 fue combustible de la pira demencial. De su autor sólo se sabe que se desempeñó como periodista y asistente social, que vivió en Berlín entre 1925 y 1933 y que, a finales de la década del 30, fue citado junto a su editor a comparecer ante la Cámara de Escritores del Reich.
En ese sentido, la novela despierta un interés casi documental: se mete de lleno en la cabeza y en el cuerpo de esos jóvenes alemanes de origen proletario que pululaban sin rumbo por las calles de Berlín, entre las dos guerras mundiales, con sus infructuosos intentos por sobrevivir en un medio hostil que terminaría convirtiéndose en Estado genocida.
Así, a medida que se van narrando sus delitos pero también sus códigos de pertenencia a la hermandad y algunos raptos de emoción casi siempre etílica –este es un libro que tiene la marca de la aventura– Hermanos de sangre se pasea también por los recovecos de esa ciudad emblemática partida en dos puntos cardinales y con la siempre visible Alexanderplatz: sótanos malolientes, tabernas con cerveza y aguardiente casi regalados, y los infaltables baños públicos donde los jóvenes se prostituyen a cambio de un par de monedas. Todo esto mientras se aceitan los resortes de una época en la que surgen esos raros oficios nuevos, motivados por la más llana desesperación: "Desde el que cuida coches hasta el explorador que hurga en los montículos de basura de la periferia de la gran ciudad. Una multitud de ocurrencias extravagantes, un deseo desmesurado de ocupación, una prueba estremecedora del afán por conservar la honradez pese al impulso de vivir y tener que alimentarse".
En este caso, son ocho los muchachos: Jonny, que es el líder natural de la banda gracias a sus dotes intelectuales, Fred (que terminará reemplazándolo), Konrad, Erwin, Heinz, Walter, Hans y Georg. Tienen entre 16 y 19 años cuando comienza la historia y cada escalón para alcanzar la mayoría de edad será esperado con la ansiedad de quien cuenta los días que quedan para salir de prisión, porque significará para ellos cierta independencia legal.
Aunque son muy distintos entre sí (uno de ellos, por ejemplo, no soportará la presión y terminará entregándose a la policía), los une el afán de supervivencia, el hogar de los que no tienen hogar. Dos de ellos se fugan, de hecho, de un correccional de menores y entran así en una espiral interminable de delitos, persecución y fuga, a mitad de camino entre la crónica policial y cierta picaresca, un equilibrio notable que hace de este libro algo único. Como todo organismo vivo, el grupo también sufre continuos cambios: delitos que van en ascenso hasta culminar con el robo de automóviles, cambios de liderazgo y también la tranquilidad efímera del trabajo honesto que dos de los integrantes logran hacer efectiva con el oficio de ropavejeros.
Cerca del final del libro, cuando luego de varias fugas, redadas y delaciones, el grupo logra resucitar como el ave Fénix, se dice que "La pandilla Hermanos de Sangre ha renacido. Y con los Hermanos de Sangre cientos de bandas y pandillas en la carretera de Berlín".
En realidad, y ése es el trayecto que recorre esta novela, Haffner seduce con una historia anclada en una época y en un lugar bien definidos para terminar fascinando con algo atemporal y universal: ese pulso incontrolable de toda juventud –hermanos de sangre, goliardos del siglo XIII o pibes de la actualidad– que, detrás del muro que les imponen, luchan por sacarse a toda costa el corset de los adultos.
HERMANOS DE SANGRE. Ernst Haffner. Seix Barral Trad.: Fernando Aramburu 243 páginas, $ 197