El que no arriesga no gana
La vacunación, el pronóstico meteorológico, los seguros, los programas de tamizaje de enfermedades y tantos otros "paraguas" contra la adversidad que diseñamos con admirable ingenio son las expresiones más visibles de una pulsión que nos trastorna: queremos abolir la incertidumbre. Y, a medida que contamos con nuevas herramientas conceptuales y tecnológicas, más nos desvela la posibilidad de eliminarla por completo. Tal vez por eso, evaluar y analizar riesgos es un tema que en las últimas décadas ocupa a sociólogos, matemáticos, economistas, sanitaristas y ambientalistas.
Pero el cálculo y la comprensión de esas cifras que diariamente relampaguean en los medios de comunicación no son sencillos. ¿Qué dijo, exactamente, Angelina Jolie cuando anunció que había decidido realizarse una doble mastectomía radical porque tenía un 80% de riesgo de padecer cáncer de mama? En su libro Escepticemia (que puede bajarse gratuitamente de www.intramed.net), Gonzalo Casino comenta un ensayo realizado con médicos norteamericanos y publicado en Annals of Internal Medicine en 2012: indica que la mayoría de los médicos clínicos no entiende las estadísticas de detección precoz del cáncer.
Como explica Joel Best en Uso y abuso de las estadísticas (Editorial Cuatro Vientos, 2009), "un riesgo es la probabilidad de que algo ocurra". Claro que, como todos sabemos, el cálculo de probabilidades no se nos da fácilmente, entre otras cosas, porque es contraintuitivo. Alguna vez un físico bien entrenado, pero con miedo a volar, contó que tendía a pensar que si un día se caía un avión, al siguiente volaría más seguro, aunque sabía perfectamente que cada vez que se tira una moneda al aire las posibilidades de que caiga cara o ceca son las mismas: 50 y 50.
El sociólogo norteamericano de la Universidad de Delaware lo pone en blanco sobre negro: las cifras son una construcción social. A veces, no están erradas porque la información esté equivocada, sino porque hay algo que falta, que no se contabilizó. El resultado puede ser una lista de asociaciones espurias y cuyo significado no alcanzamos a dilucidar, pero que nos atemorizan.
Si uno se dejara llevar por los cálculos de riesgo, no podría levantarse de la cama, como sugirió Jeffrey Kluger en una de sus columnas en la revista Discover. El periodista llega a esa conclusión después de revisar con una cuota de humor algunos de los que presentó (hace ya veinte años) el profesor de análisis estadístico Larry Laudan en The Book of Risks (El libro de los riesgos, Wiley and Sons, 1994). "No hay nada de lo que hacemos en un día que no sea lo suficientemente riesgoso como para ser lo último que hagamos", dice Kluger.
Entre esa colección de calamidades (calculadas para los Estados Unidos) figura, por ejemplo, que en un año cualquiera, alrededor de 130 personas (o una cada dos millones) se matarán cayéndose de la cama y una de cada 400 resultarán heridas incluso acostadas, por ejemplo, porque se les caerá el techo encima. También tienen un riesgo de uno en 350.000 de resultar electrocutadas, de uno en 20.000 de romperse el cráneo por una caída y de un en un millón de darse un mal resbalón en la ducha. En el catálogo de Laudan también figuran riesgos como el de la mordedura de una viuda negra (uno en 21 millones) o de que se nos caiga un avión encima (uno en 25 millones).
El resultado de la difusión masiva de este tipo de cálculos de riesgo hace que la mayoría de nosotros estemos preocupados por desastres que tal vez nunca ocurran, tales como fugas masivas de radiactividad o descontrol de la ingeniería genética, y poco sobre peligros cotidianos, como manejar alcoholizados, destaca James Walsh en True Odds. How risk affects your everyday life (Probabilidades verdaderas. Cómo afecta el riesgo nuestras vidas, Silver Lake, 1998). Por ejemplo, nos preocupa viajar en avión (una actividad que puede producir anualmente la muerte de 200 personas, y circulamos totalmente despreocupados por calles y rutas donde, en la Argentina y según estadísticas de Luchemos por la Vida, se producen 21 muertes por día. Pensamos que vivimos en sociedades más violentas que nunca en la historia, aunque, como muestra Max Roser, de la Universidad de Oxford (OurWorldinData.org), en muchas regiones en realidad el número de crímenes está descendiendo. Al parecer sólo hay una cosa segura: el riesgo cero no existe.