El que no salta es industrial
Ningún dirigente fabril puede explicarse hasta ahora el faltazo del gabinete entero a la celebración del Día de la Industria anteayer, en José C. Paz. El Presidente y sus ministros decidieron finalmente festejarlo en Chaco. Es cierto que el Gobierno no está del todo conforme con la nueva conducción de la Unión Industrial Argentina (UIA). Hubiera preferido, por lo pronto, que la presidiera Miguel Ángel Rodríguez, dueño de Sinteplast, y no el abogado Daniel Funes de Rioja, que incomodó ya dos veces a la Casa Rosada con declaraciones sobre un régimen laboral que sube los costos y dificulta la inversión. Pero los empresarios venían haciendo esfuerzos para que los funcionarios estuvieran. Cambiaron, por ejemplo, la semana pasada la sede del acto, prevista inicialmente en la fábrica Baggio, en Gualeguaychú, cuando escucharon al ministro Matías Kulfas recordar un litigio entre la fabricante de jugos y el Banco Central por liquidación de exportaciones.
No fue suficiente. Alberto Fernández fue a la metalúrgica Palacio Hermanos, en Resistencia, y se limitó a saludar desde ahí a quienes estaban en José C. Paz. “Eso fue peor que no haber venido”, se quejó un dirigente de la UIA. Ninguno de ellos creyó en la explicación del jefe del Estado, que atribuyó la preferencia a una especial atención en su agenda federal. Y hubo al respecto múltiples interpretaciones. Entre ellas que el nuevo anfitrión, Martín Rappallini, dueño de Cerámica Alberdi y presidente de la Unión Industrial de la Provincia de Buenos Aires, está lejos de ser el preferido del kirchnerismo y mucho menos de quienes, como Alberto Fernández, se llevan bien con Fabián de Souza y Cristóbal López, del Grupo Indalo.
No todo el peronismo bonaerense estaba al tanto de estas enemistades. Sí el entorno de Axel Kicillof. Pero, por ejemplo, Alejandro Granados, intendente de Ezeiza, tuvo que enterarse de manera forzosa hace tres meses, cuando invitó a Rappallini a almorzar a El Mangrullo, su restaurante, y lo esperó mientras conversaba en una mesa con... De Souza. Las vueltas del conurbano. “¿Se conocen?”, los presentó el jefe comunal al ver entrar a Rappallini. Los empresarios sonrieron. Claro que se conocían. De Souza incluyó hace un año a Rappallini en una causa en la que denuncia a Macri de querer apropiarse de AEC SA, la empresa con que tuvo la concesión de la autopista Riccheri entre 2013 y 2016. Rappallini, que construyó parques industriales en la zona, intentó asociarse con el Grupo Indalo y hacer un aporte de capital en aquella concesión, pero el gobierno de entonces no aprobó la operación con el argumento de que López y De Souza estaban inhibidos y revocó el contrato. Desde entonces, ambos acusan a Rappallini de haber integrado una maniobra de lawfare para desplazarlos del grupo. La causa está en el juzgado de María Romilda Servini de Cubría.
Granados no sabía nada aquel mediodía. Rappallini, todavía de pie, aprovechó para decirle a De Souza que no entendía la razón de la denuncia. “Quise hacer un acuerdo de capitalización con ustedes y el gobierno no aceptó”, le explicó. Pero De Souza cree todavía que en realidad lo mandó Macri a meterse. “Yo tengo una información distinta”, le dijo. Y Rappallini, que había ido acompañado de otro empresario, se fue entonces a sentar a otra mesa y esperó ahí a Granados, con quien finalmente almorzó.
Son historias enrevesadas que podrían explicar la ausencia del Presidente en José C. Paz. O al menos incentivan la imaginación de industriales que no se resignan a desencontrarse con la Casa Rosada en momentos como este. Más cuando integran un sector que realmente creyó en Alberto Fernández. Hasta Cristina Kirchner solía privilegiar, durante su administración, las celebraciones de la UIA por sobre las de otras entidades. Es cierto que algunos de ellos vienen notando en el Frente de Todos cierta toma de distancia. El miércoles, por ejemplo, mientras resaltaba en Olavarría la relevancia productiva de la provincia de Buenos Aires, Kicillof soltó sin aviso una crítica hacia empresarios a quienes no identificó. “Yo a veces me pregunto, cuando uno ve también en los grandes medios porteños a los empresarios argentinos, que son siempre los mismos, tres o cuatro, que, algunos, permítanme decir, ni son empresarios ni son argentinos”, dijo, y recibió una ovación. ¿De quién habla?, se preguntaban al día siguiente en la industria. “Es un genérico –concluyó un fabricante local–. Pero es obvio que hay un divorcio temporal con el sector privado”.
En el establishment económico no descartan que todo sea una estrategia de campaña. O una voltereta discursiva para terminar, como siempre, echándoles a los empresarios la culpa de la inflación. Hay candidatos que ya encontraron el modo de vincular ambas pulsiones. El exjuez Luis Arias, por ejemplo, que encabeza una lista de aspirantes a concejal del Frente de Todos en La Plata. Lo expone en un spot que compendia sus propuestas en forma de rap con rimas: “Impulsar una ordenanza de precios transparentes/ para que los hipermercados no se rían de la gente”.
Temen además que este argumento, que daría por cierta la teoría de que 195 países de la Tierra tienen empresarios altruistas incapaces de convertirse en “formadores de precios” –algo que por una extraña maldición no ocurriría ni acá ni en Venezuela, Zimbabwe, Sudán, Surinam o el Líbano–, sea parte de una atmósfera de hostilidad general que se espesa en la medida en que el Gobierno no encuentra soluciones. Eso explicaría por fin la ausencia de muchos dirigentes de la UIA de buena relación con la Casa Rosada en José C. Paz. Hace diez días, en un acto en Tres de Febrero, Máximo Kirchner elogiaba a un fabricante pyme que acababa de presentarle a varios empleados por el nombre y sorprendió con una progresiva asociación de ideas: “Aquellos que no saben los nombres de sus trabajadores y trabajadoras y que, cuando pueden ir en contra del país que los volvió empresarios, le suben todo el tiempo el precio al aluminio, como hace Aluar o como hace Ternium con la chapa de hierro, no conocen el nombre de nadie. Siempre se quejan de nuestro país y este país es el que los volvió empresarios, ¿eh? Son Madanes Quintanilla en la Argentina, porque los argentinos y las argentinas los hicieron grandes, y sería bueno que un día, en ese sentido, recordaran eso y tengan un poco más de sentido de identidad y dimensión de agradecimiento. Porque es bueno ser agradecido en la vida y es bueno ser un ser humano. Creo que probar con esas cosas nunca está de más”.
Desde una lógica estrictamente corporativa o institucional, no es más que la crítica de un diputado. O hasta la corrección fraterna de un par: viene de alguien que es también accionista y heredero de una fortuna familiar. Pero los empresarios entienden que, antes que eso, Máximo Kirchner representa la voz de su madre, la dirigente más poderosa de la Argentina. E interpretan sus comentarios dentro de un contexto de por sí reacio a la inversión. Anteayer, mientras se celebraba el Día de la Industria, Molino Cañuelas anunció que entraba en concurso preventivo por una situación que no dista de la de otras compañías: endeudamiento en dólares en un país sin moneda, en recesión y con controles de precios. “Siguen las moscas cayendo”, razonó el dueño de un grupo nacional. Por la noche, quienes salían del acto en José C. Paz, esperaban que al menos el discurso de Funes de Rioja hubiera servido como gesto de acercamiento al Gobierno. “Veníamos heridos de los años 18 y 19”, había dicho el líder fabril antes de describir el cimbronazo de la pandemia. “Estuvo bien: le pegó a Macri”, concluyó un funcionario.
Como siempre, el desafío vuelven a ser los hechos: cómo lograr el despegue de una Argentina que, devastada por la inflación y la pobreza, no crea empresas en términos netos desde 2011 y tiene los salarios más bajos de los últimos 15 años.