El radicalismo fuga de la realidad
Estaba claro que iba a perder, pero eligió chocar con su viejo jefe. No lo sabía, pero para Raúl Alfonsín aquella decisión de enfrentar a Ricardo Balbín en una elección interna fue el primer paso hacia la presidencia.
Como se descontaba, luego de aquel desafío de 1972, Alfonsín se allanó al resultado, se asumió minoría y desde esa desventaja empezó a proyectar el liderazgo que guió al radicalismo al poder tras la muerte de Balbín, en septiembre de 1981.
"En lugar de celebrar los buenos resultados en las elecciones parlamentarias los radicales quebraron sus relaciones internas y enviaron un mensaje envenenado a sus propios votantes"
Aquel ejemplo del peleador que preservó la unidad partidaria sin perder su identidad no sirve para estos tiempos del radicalismo. Luego de la disgregación y las rupturas de 2001, de una lenta reconstrucción y de la alianza en minoría con Mauricio Macri, los radicales creen haber recuperado el derecho a pelear por el poder.
Empezaron muy mal este embrionario renacimiento. En lugar de celebrar los buenos resultados en las elecciones parlamentarias quebraron sus relaciones internas y enviaron un mensaje envenenado a sus propios votantes. Con mala intención, podría resumirse así: mientras más ganemos, más nos dividiremos.
La división en partes desiguales del bloque de diputados nacionales de la UCR proyecta un signo y renueva la desconfianza en sus dirigentes. Una minoría apadrinada por Enrique Nosiglia hizo rancho aparte luego de no conseguir que el resto de la bancada persistiera en mantener en su presidencia a Mario Negri.
Tenían buenas razones para estar en contra de Negri, pero olvidaron el detalle de contar con los votos suficientes para poder convertirlas en una decisión.
Negri viene de perder por un amplísimo margen las elecciones primarias en su provincia, en un error que simboliza el final de su predominio en el radicalismo en ese distrito. Pero el respaldo que logró entre sus pares registra antes que nada que fue un buen piloto de tormentas en el principal cargo institucional de la oposición, la jefatura del interbloque de Juntos por el Cambio.
"Están todavía por explicarse las razones por las cuales Nosiglia avaló que su pupilo Martín Lousteau convirtiera la rutinaria elección de las autoridades de bloque en un inesperado regalo para el oficialismo"
Apresurado hasta el atolondramiento, Rodrigo de Loredo, el vencedor de Negri en la interna del radicalismo cordobés, se adelantó para pretender presidir el bloque de radicales disidentes. Resulta como mínimo extraño desviarse del objetivo de pelear por un cargo ejecutivo relevante en su propia provincia.
Tal vez debió correrse, pero la pretensión de sacarlo a empujones renovó las posibilidades de Negri. Están todavía por explicarse las razones por las cuales Nosiglia avaló que su pupilo Martín Lousteau convirtiera la rutinaria elección de las autoridades de bloque en un inesperado regalo para el oficialismo.
Nosiglia es uno de los pocos dirigentes nacionales que sobreviven con una fuerte y enigmática influencia política desde 1983, cuando apareció como el más aventajado de los jóvenes alfonsinistas que pasaron a retiro a la anterior generación de su partido.
Ahora actúa como callado mentor del exministro de Economía de Cristina Kirchner devenido en presidenciable de Juntos por el Cambio.
Lousteau quiere suceder al mendocino Alfredo Cornejo en la jefatura del radicalismo y está dispuesto a pelear mano a mano por los espacios de poder con Pro. En el radicalismo ya se sabe que quien cuenta con los votos necesarios para ese lugar es el gobernador jujeño, Gerardo Morales.
¿Romperá también la conducción partidaria? No parece ser para tanto. Queda por ver cómo los radicales reparan el daño que le hicieron a la confianza de sus votantes. No hace falta una encuesta para saber que los votantes de Juntos por el Cambio prefieren que los radicales y también los dirigentes de Pro tomen en cuenta el mensaje cifrado en el nombre.
En la misma semana de la sonora ruptura del bloque radical, el oficialismo aprovechó para retomar su cruzada por la impunidad de su líder. No parece casual, distraída como estaba una de las partes principales de la oposición.
El martes, luego de varios meses de gestión, por fin el ministro de Justicia, Martín Soria, visitó a los cuatro ministros de la Corte Suprema. No fue una visita más. Soria fue a los tribunales para increpar a los jueces y provocarlos cara a cara, en un acto sin demasiados antecedentes.
A la salida, el ministro se encargó de hacer saber que había cumplido su misión de atacar a la Corte.
Es imposible no encontrar en esa escena un punto intermedio entre la absolución sin juzgamiento de Cristina Kirchner en la causa Hotesur, la inminencia de un fallo de la Corte sobre la integración del Consejo de la Magistratura y el acto celebratorio de la impunidad organizado ayer en la Plaza de Mayo.
La guerra para conseguir que la vicepresidenta zafe de todas las causas no ha terminado; franjas significativas de la Justicia no se rinden y la Corte –a pesar de sus múltiples enfrentamientos internos– no ha cedido ante las presiones del poder.
De eso se trata esta nueva embestida kirchnerista, mientras disimula la derrota y mira el reloj con la desesperación de quien sabe que empezaron a correr los minutos de la segunda mitad del mandato de Alberto Fernández.
La dimensión del nuevo avance sobre la Justicia es tan obvia que acentúa el contraste de la fuga al menos temporal de una parte de la oposición hacia su propio mundo de internas chicas y peleas inventadas.