El reformismo permanente y sus límites
En su presentación del lunes pasado en el CCK, el presidente Macri esbozó, por primera vez, los lineamientos generales de una visión global para orientar la agenda de política pública con un horizonte de largo plazo. Por ser inusual, por su carácter innovador en un contexto caracterizado históricamente por la improvisación y el cortoplacismo, se trata de una excelente noticia. Debemos celebrar esta invitación a debatir políticas de Estado, modelos de desarrollo y objetivos ambiciosos, como el combate contra la pobreza o la mejora en la distribución del ingreso. El énfasis en la lucha contra la inflación y la necesidad de reducir significativamente el déficit fiscal es vital. También es crucial el desafío de la competitividad en un país que prefirió ignorar al mundo en un festival generalizado y absurdo de proteccionismo y subsidios. Pero, por supuesto, no todo es color de rosa: algunos aspectos contradictorios desde el punto de vista político pueden entorpecer la discusión, complicar su eventual implementación y, en consecuencia, amenazar el éxito de dicha propuesta.
En primer lugar, el gobierno convoca a un conjunto plural y bastante representativo de actores políticos, económicos y sociales para alcanzar un consenso sobre políticas de Estado. Sin embargo, plantea una agenda (los “qué”) y también un método (el “cómo”). Sin dudas que el presidente tiene la legitimidad y sobrada fortaleza para hacerlo, pero la convocatoria al diálogo queda acotada a las prioridades definidas de manera unilateral por el Poder Ejecutivo. ¿Qué ocurriría si algún sector pretende ampliar esa agenda o cuestionar el gradualismo, esa especie de religión laica consagrada por Cambiemos? O, dicho de otra manera: ¿cuánto está dispuesto a ceder el gobierno? ¿Hasta qué punto Macri preferirá ser elástico para ampliar la base de sustentación del consenso por alcanzar y a partir de qué instante usará el poder que le otorga la Constitución y el mandato ratificado por su electorado para lograr los objetivos de sus promesas de campaña? Esta contradicción entre el Macri estadista y el Macri presidente (y casi seguro candidato a la reelección) genera una tensión que se hará más visible en la medida en que se conozcan los detalles de las reformas que debatirá el Congreso.
En segundo término, el gobierno focaliza su propuesta en un conjunto de instrumentos que tienen un claro y directo impacto distributivo. En lugar de orientar la búsqueda de consenso en un modelo o proyecto de país, prefiere discutir leyes específicas. Pero si existiera, en efecto, un modelo consensuado, ese debate sería innecesario. ¿Tiene la sociedad argentina claridad respecto de hacia dónde nos estamos dirigiendo? Más allá de la enunciación de objetivos nobles, como eliminar la indigencia o reducir la pobreza… ¿Estamos todos o la mayoría de los argentinos de acuerdo respecto del país que queremos? Saldado ese debate, será menos complejo debatir la caja de herramientas y el método ideal para alcanzar las metas. De lo contrario, estaríamos poniendo el carro delante del caballo.
En tercer lugar, la idea de reformismo permanente remite a la tradición socialdemócrata europea. Es cierto que existió un reformismo borbónico, otro de matriz liberal y corrientes reformistas socialcristianas, pero la historia del reformismo está particularmente asociada a los fabianos ingleses y al socialismo alemán (aunque es inevitable recordar, con el centenario de la Revolución de Octubre tan próximo, la grieta entre mencheviques y bolcheviques que estalló en 1903 en el seno de la izquierda rusa). Fundado en 1884 por una pareja de destacados intelectuales, Sidney y Beatrice Webb, la Sociedad Fabiana modificó para siempre la cultura pacata de la Inglaterra victoriana con un proyecto de largo plazo orientado a cambios muy graduales pero constantes. Sobresalen entre sus integrantes figuras como George Bernard Shaw, H. G. Wells y Tony Blair. Los fabianos participaron del Partido Laborista desde su origen y, unos años antes, habían fundado la famosa London School of Economics (donde Mike Jagger, líder de los Rolling Stones y autor de famosas canciones como You can´t always get what you want – No siempre puedes tener lo que quieres, estudió historia). El escudo original de la Sociedad era un lobo con piel de cordero, pero fue modificado por otro que, curiosamente, podría ofender a algún memorioso radical: una tortuga (el mismo animal que eligió Lino Palacio para caricaturizar a Arturo Illia en la revista Primera Plana). En nuestro contexto, lo que sorprende de la recuperación de la tradición reformista europea es que ignora dos cuestiones básicas: surge en países que habían liderado los procesos de modernización económica, la primera y segunda revolución industrial (Inglaterra y Alemania, respectivamente), y plantea mecanismos de distribución de la riqueza en beneficio de los trabajadores sin asustar ni desalentar a los capitalistas. Argentina enfrenta el desafío de desmontar gradualmente instituciones y políticas que condenaron al país a un atraso y aislamiento sin precedentes, con record de gasto público y un Estado tan grande como ineficiente. En el pasado, el shock no sirvió para revertir la decadencia. Eso no implica que el gradualismo sea un método apropiado, considerando el actual estado de cosas. No sólo es importante focalizar en el método sino, sobre todo, en la consistencia de las políticas que se busca implementar.
Esta cuestión merece más debate. ¿Este menú de acciones pondrá a la Argentina en la senda del desarrollo equitativo y sustentable? ¿Existen otros asuntos que merecen ser discutidos? Desde el punto de vista político, sorprende lo acotado de la agenda anunciada por el gobierno. Mejorar la justicia y el sistema de votación son objetivos loables, al igual que el intento para modernizar y hacer más eficiente el aparato del Estado. ¿Es suficiente para mejorar la calidad de las instituciones? ¿Debe seguir la Oficina Anticorrupción dentro de la órbita del Ministerio de Justicia? ¿Seguirá la administración del proceso electoral en manos del Ministerio del Interior? Mucho más importante que todo lo anterior: ¿se hará algún esfuerzo para acotar los poderes extraordinarios que se sigue reservando para sí mismo el presidente? La gestión de CFK constituye una evidencia suficiente de los riesgos que corren la democracia y el sistema republicano con un Poder Ejecutivo que acumula tantos recursos. Son muchas las acciones que se pueden llevar a cabo para limitar esos excesos sin necesidad de cambiar la Constitución.
Bienvenido el llamado al diálogo y al consenso. Excelente la propuesta de debatir políticas de Estado. Es hora de deliberar con la cabeza bien abierta y con flexibilidad para aceptar las críticas constructivas. Habrá puja de intereses, ideas contradictorias y valores muy disímiles. Se llama democracia. Y aún estamos aprendiendo de qué se trata.