El sangriento conflicto sirio
Está sin Internet, ni telefonía. Aislada. Y frente al horror que suponen los aparentes ataques con armas químicas
La guerra civil siria ha generado una tragedia humanitaria que parecería no tener límites. Más de 70.000 muertes se han acumulado. Y más de cuatro millones de personas han sido desplazadas de sus hogares. Esto quiere decir que nada menos que uno de cada tres sirios ha tenido que abandonar el lugar en que vivía. Casi siete millones de sirios necesitan hoy asistencia para poder sobrevivir, de los cuales la mitad son niños. Un millón de sirios ha dejado ya su país. Ocurre que Siria puede estar al borde de la desintegración y que la violencia aumenta. Aparece ahora, como veremos enseguida, la posibilidad de que el escenario del conflicto se amplíe y que el número de sus actores aumente. Además Siria está sin Internet, ni telefonía. Aislada. Y frente al horror que suponen los aparentes ataques con armas químicas, por parte de ambos bandos.
El viernes y el domingo pasados, dos durísimos ataques aéreos, inmediatamente atribuidos a Israel, contra blancos en territorio sirio evidenciaron la enorme complejidad de lo que está ocurriendo en Siria. Pese a que Israel no confirma ni niega haber participado en ellos, ambos ataques aéreos tienen que ver con la comprensible preocupación israelí de que Irán -a través de Siria y especulando con la posible caída del régimen de los Assad- pueda entregar a Hezbollah misiles de gran poder de destrucción o armas químicas o biológicas que puedan, en el futuro, ser utilizadas contra Israel. Además de los 60.000 que, se calcula, ya tiene Hezbollah en sus inventarios. Como ocurriera en 2006, cuando un tercio de la población de Israel debiera acudir a los refugios y una intensa lluvia de misiles fuera disparada desde el interior del Líbano, algunos de los cuales alcanzaran las inmediaciones de Haifa.
Además Siria está sin Internet, ni telefonía. Aislada. Y frente al horror que suponen los aparentes ataques con armas químicas, por parte de ambos bandos
El primer ataque aéreo fue el perpetrado contra algunas instalaciones y depósitos del aeropuerto internacional de Damasco, el viernes pasado. Hizo volar por los aires a una partida de misiles de fabricación iraní allí depositados. Los "Fateh-110", que -de no haber sido destruidos de ese modo- se habrían sumado a los pocos de ese tipo que parecerían estar ya en poder de Hezbollah, aumentado dramáticamente su peligrosidad y poder de fuego.
Hablamos de misiles propulsados con combustible sólido, precisos y dotados de una alta movilidad. Capaces -por su alcance- de impactar en la propia Tel-Aviv, si se disparan desde el territorio controlado por Hezbollah. Los "Fateh-110" son mucho más peligrosos que los conocidos "Scud D" que, con alcance limitado a Eilat, han partido de las bases de Hezbollah.
Un ataque aéreo similar, recordemos, había sido realizado en el pasado mes de enero contra un convoy de camiones que cruzaba el territorio sirio y se dirigía hacia el Líbano, transportando aparentemente misiles antiaéreos de fabricación rusa. En este caso, los denominados SA-17, capaces de complicar la labor de la aviación israelí. El convoy resultó totalmente destruido.
A su vez, el tercer bombardeo aéreo, el realizado a primera hora del domingo pasado, fue probablemente el más duro de todos los de cualquier tipo registrados desde que comenzara la guerra civil siria, en marzo de 2011.
Una gigantesca bola de fuego, producto de una serie de fortísimas explosiones, casi simultáneas, conmovió a la ciudad de Damasco y sacudió a sus habitantes. La gigantesca llamarada brotó sobre el complejo militar de Jamraya, en las cercanías del monte Qasioun. Allí está emplazado un instituto de investigación militar, el llamado "Centro Sirio de Investigación y Estudios Científicos" que, se sospecha, incluye un depósito de armas químicas y biológicas. También fueron alcanzados los cuarteles de la temida Cuarta División del ejército sirio, comandada por Maher Assad, el hermano del presidente. Y los de la Guardia Republicana, otra tropa de elite que responde al clan de los Assad. Las informaciones sugieren que habría un centenar de muertos y numerosos heridos entre los militares.
De este modo, después de cuatro décadas de relativa tranquilidad, la frontera noreste de Israel se ha llenado de peligro, tensión y nerviosismo.
Hassan Nasrallah, el líder de Hezbollah, después de haber negado insistentemente la participación de sus aguerridas milicias en la guerra civil siria, pocos días antes de los bombardeos recientes, ha confirmado que ellas ahora combaten junto a las fuerzas del gobierno en varias regiones de Siria, incluyendo en Qusayr, en la provincia de Homs, cercana a la frontera con el Líbano, donde se concentran los sirios "shiitas".
Queda visto que los ataques aéreos mencionados parecerían, al menos en apariencia, tener más que ver con el conflicto latente entre Irán, Hezbollah e Israel, que se desarrolla desde hace rato en las sombras, que con la guerra civil siria. Ellos evidencian la firmeza de la decisión del gobierno israelí de no permitir que, desde Siria, se arme -aún más- a las milicias de la organización "shiita" libanesa.
La alternativa de que el sangriento conflicto sirio se extienda a la región parece haber crecido, repentina, pero no inesperadamente
Tanto Irán, como Siria y Hezbollah, en respuesta a los ataques aéreos y como cabía esperar, emitieron toda suerte de amenazas contra Israel, a la que acusan de ser la responsable de los ataques aéreos. No sería sorpresivo que la respuesta sirio-iraní adquiera la forma de episodios terroristas fuera de Israel. Como sucediera en el pasado. Para la Argentina, un momento particularmente delicado, que exige una actitud de alerta.
En su territorio, Israel ha convocado a dos mil reservistas, preventivamente. Y desplegado, además, cerca de su frontera con el Líbano, dos baterías de misiles interceptores defensivos: los denominados: "Domos de Hierro". Además, ha puesto en alerta a sus misiones diplomáticas de todo el mundo. Una parte de la población israelí ha vuelto a solicitar máscaras antigas, en actitud de preocupación. Todo esto está sucediendo, como si un segundo round del enfrentamiento de 34 días que ocurriera en 2006 fuera una posibilidad no demasiado remota.
La alternativa de que el sangriento conflicto sirio se extienda a la región parece haber crecido, repentina, pero no inesperadamente. La sombra de Irán está presente, de la mano de la preocupación por la posibilidad de que el clan Assad pierda el control sobre Siria, o de una parte sustancial de ella. Una sensación de alta fragilidad es inevitable.
Pero, pese a todo, hay un rayo de esperanza: los Estados Unidos y Rusia acaban de acordar, en Moscú, celebrar una conferencia de paz sobre Siria, la que tendría lugar antes de que finalice el mes en curso. Dentro de los llamados "parámetros de Ginebra", esto es apuntando a formar un gobierno de transición para pacificar al país. Garantizar la supervivencia del gobierno de los Assad ya no es más una condición previa para las conversaciones. Pero sus representantes no serían excluidos de las conversaciones.
Las noticias que sugieren que Rusia, en paralelo, estaría vendiendo en forma inminente al gobierno sirio cuatro sistemas de misiles S-300, de defensa antiaérea, parece contradecir las posibilidades de alcanzar pronto una solución negociada. Los Estados Unidos y Rusia tienen, sin embargo, un interés común: evitar que, a la eventual caída de los Assad, Siria de pronto caiga en manos de un régimen islámico de corte fundamentalista, con todo lo que ello significaría para la expansión del terrorismo en la región y fuera de ella.