Editorial II. El secuestro: una tortura moral
La plaga de los secuestros extorsivos sigue abrumando a nuestra sociedad sin que hasta ahora las autoridades hayan podido encontrar remedios eficientes para ponerle punto final o, a lo sumo, atemperarla. Durante los últimos días se tuvieron nuevos y crudos testimonios de los avatares sufridos por quienes tuvieron la desgracia de que uno de sus seres queridos cayese en las garras de una banda de secuestradores. Los medios informativos mostraron, una vez más, la tortura moral a que quedan expuestas esas personas, presionadas por criminales que procuran demolerlas espiritualmente para concretar con mayor facilidad sus bárbaros designios. El secuestro extorsivo, en cualquiera de sus variantes, constituye una modalidad delictiva perversa y está mellando en grado sumo la seguridad pública.
Hay datos estadísticos que, si bien sólo merecen relativa confianza -abundan los casos no denunciados-, bastan y sobran para estimar cuál es el grado de peligrosidad de aquellas organizaciones mafiosas. Se trata de bandas sádicas e implacables que, según se sospecha, actúan en algún caso con la complicidad de policías corruptos y políticos inescrupulosos. Para estas organizaciones tenebrosas cualquier recurso es bueno si sirve para convertir a indefensos seres humanos en mercancías canjeables por dinero.
Las policías Federal y bonaerense estiman que más de un centenar de malhechores ha abandonado últimamente los asaltos a camiones blindados, bancos y empresas para dedicarse a la más redituable opción de los secuestros extorsivos. Entre ellos hay criminales avanzados y, también, jóvenes con experiencia delictiva algo menor que apuntan a los llamados secuestros exprés.
Estructuradas en células, esas bandas están formadas generalmente por una suerte de elenco estable con un alto nivel de especialización y organización. Los secuestros apuntan a concentrarse en la zona Norte del conurbano, donde en los últimos tres años se han multiplicado por ocho. Según informó anteayer LA NACION, la Jefatura Departamental de la Policía de San Isidro admitió que entre el 1° de enero de 2001 y el 1° de marzo último, esa jurisdicción fue escenario del 31% de los secuestros extorsivos con cautiverio prolongado cometidos en todo el país. Y, sin ir más lejos, anteayer mismo el intendente de San Isidro reconoció que su esposa había estado en las torcidas miras de los grupos criminales.
No se trata de las únicas referencias existentes. Sin embargo, alcanzan para dar fe de la gravísima situación que se vive, puesta en descarnado relieve, por otra parte, por la magnitud multitudinaria que tuvieron las concentraciones convocadas a raíz del secuestro y asesinato del joven Axel Blumberg.
Es desalentador que ni siquiera las muchas informaciones recopiladas por las fuerzas del orden desde que empezó a difundirse este delito hayan permitido avanzar en el esfuerzo para combatirlo y neutralizarlo. Se trata de una pesadilla que está abrumando a la sociedad, desgarrada por la incertidumbre acerca de cuándo y de qué modo se le podrá poner fin.
Si el miedo colectivo es una cizaña, los secuestros son parte de la raíz que es menester extirpar para que la plaga sea erradicada. Las autoridades deben encarar ese cometido como una política de Estado que no admite dilaciones ni ambigüedades. De lo contrario, serán responsables de que continúe prosperando esta aberrante tortura moral, sombría y persistente, que está perturbando peligrosamente las bases de la convivencia y de la paz social.
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