El sinsentido más sano
¿Me dijo en la puerta del bar o en el bar? Quizá está adentro. Si yo llegué cinco minutos antes, bien puede él haberme ganado por cinco más. Él estaba más cerca. Aunque dependía de terminar una reunión que comenzaba a las diez.
Es anárquico y atolondrado pero, sobre todo, es sincero y crudo: el monólogo interno es de lo más genuino que tenemos. Las ideas se empastan pero alcanzan un nirvana de fuegos artificiales sordos, cavilamos dudas existenciales que se interrumpen por un miedo revelador o por un estornudo, porque en este arena tienen la misma fuerza. Qué sinsentido saludable, rayano con el diván.
¿Me dijo en la puerta del bar o en el bar? Quizá lo logró. No, no lo debe haber logrado. ¿Quién termina una reunión a tiempo en Buenos Aires?, ¿quién termina antes una reunión? ¿Antes de qué? ¿Y si lo hizo? ¿Y si lo logró, llegó y entró? Sería normal: me citó en la esquina de un bar; llega antes, entra a tomar un café. Se sobreentiende que, si hay una espera, lo más razonable es hacerlo sentado. Además, ¡es una esquina donde hay un café! No hay razón para esperar afuera, nadie se va a enojar. Nadie pensaría que lo quieren menos si no lo esperan de pie en la vereda. Yo no pensaría eso. Pero preferiría que me esperara en la puerta. Hay algo en ese gesto. Es más: si me esperara sentado, pero afuera, en el escalón de entrada del edificio este de al lado, no me molestaría. Sí que estuviera adentro. ¿Tan cansado estás que no podés esperar cinco minutos y entramos juntos? Ridícula que soy. ¿Qué problema hay si está adentro? ¿Tiene que estar cansado para justificar que quería tomarse un café mientras me espera? Creo que no pero siento que sí. Decí que no hace calor. Si habré pasado mil veces por acá y jamás reparé en el negocio de enfrente: "El rey del cepillo". Sólo cepillos vende. Hay tantas cosas que no entiendo. ¿Cuántos cepillos puede comprar alguien a lo largo de su vida? Y de esa gente, ¿cuánta pasa por Rodríguez Peña y Sarmiento a comprarlo? Es como el local ese, la paragüería de avenida Santa Fe, cerca de la estación Agüero, que siempre está cerrado. ¿Alguien se despierta un día y dice "voy a ir a la avenida Santa Fe a comprarme un paraguas"? ¿Y cómo lo va a comprar si las veces que pasé siempre lo vi cerrado? Los dueños, ¿viven bien de eso? Qué será vivir bien para ellos. ¿Qué es "vivir bien" para mí? Yo no tengo negocio y sobrevivo. Pero se supone que un negocio no es sobrevivir: tiene ganancia. Qué sé yo de negocios. Y este pibe que no llega. Para variar, me estoy enojando por anticipado. Qué costumbre horrenda: enojarme como reacción primaria. Ante todo. Por todo. Pará, nena, pará: ni un mono actúa así. Qué bárbaro: pienso en un mono y lo visualizo en el zoológico, no como un animal libre. Demasiada vida de ciudad, tenés que salir un poco.
¿Me dijo en la puerta del bar o en el bar? Siento el pelo abultado; debe haber como noventa por ciento de humedad. Sí: está espumoso, espumoso feo, como un afro abandonado. Qué momento incómodo cuando uno quiere mirarse en un vidrio y del otro lado hay gente. Es una convención urbana, señor, una información genética que deberían cargar todos los seres humanos de las grandes ciudades: no te estoy espiando a vos, bigotudo que toma café con leche; me estoy mirando yo. Tu cara con el logo del Celta Bar de por medio te sienta bastante mejor que esa oruga negra que llevás bajo la nariz. Quizá esconde labio leporino… y yo criticando el bigote. ¡Apa!, eligiendo medialunas no sos nada gil, bigote, eh. ¡Qué pinta tiene esa, por favor! No hay con qué darle: las de manteca le ganan por escándalo a las de grasa. Me voy a pedir una cuando entre. Cuando me siente, me pido una. Qué sensación tan linda ese día que me animé a decirle a la panadera: "No, esa no: quiero la del centro de la bandeja": cuando te animás a elegir tu medialuna es un signo inequívoco de adultez, como cuando te dan la llave de casa.
¿Me dijo en la puerta del bar o en el bar? ¿Y si entro y miro desde adentro y cuando lo veo llegar le hago seña? O le mando mensaje: "Estoy adentro". ¡Entró una vieja a "El rey del cepillo"! Qué tarada que soy, me puse contenta porque hoy vendieron uno al menos. Quizá entró a averiguar. Ay, no: decime que encima no tienen la desdicha de recibir sólo clientes que averiguan precios.
Increíble: ¿por qué me llama al celular? Seguro todavía ni salió de la oficina.
—¡Hola! Estoy adentro: me estaba haciendo pis.
—¿Pero me dijiste en la puerta del bar o en el bar?
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