El sueño de Michetti y la historia
Gabriela Michetti ha manifestado recientemente su voluntad de acompañar a Mauricio Macri en un eventual segundo mandato, pero más allá del deseo expuesto, los antecedentes históricos no le son muy favorables. En efecto, de los seis presidentes que gobernaron más de una vez, es decir, en al menos dos períodos presidenciales (Julio A. Roca, Hipólito Yrigoyen, Juan D. Perón, Carlos Menem, Néstor Kirchner y Cristina Fernández), solo el difunto santacruceño lo hizo con el mismo vicepresidente: Daniel Scioli.
Kirchner ejerció su mandato presidencial en dos períodos consecutivos: en parte del primero –del 25 de mayo de 2003 al 10 de diciembre del mismo año para reemplazar a Eduardo Duhalde y finalizar el iniciado en 1999 por De la Rúa– y en el segundo para el cual había sido efectivamente elegido: 2003-2007. En ambos mandatos fue acompañado por Scioli.
Algunos recordarán el caso de Juan D. Perón, quien desarrolló su primer mandato (1946-1952) acompañado por Juan Hortensio Quijano, reelecto junto a Perón para el período 1952-1958. Sin embargo, Quijano falleció antes de asumir por segunda vez el cargo de vicepresidente. Se convocó nuevamente a elecciones y el pueblo eligió al entonces oficialista Alberto Teisaire para reemplazar al vicepresidente fallecido. Significa entonces que Scioli, aunque fue elegido solo una vez para ser vicepresidente por el período 2003-2007, ocupó ese cargo en dos períodos (siete meses del período 1999-2003 y entre 2003-2007). Mientras tanto Quijano, que fue elegido en dos ocasiones para ser vicepresidente, solo llegó a ocupar el cargo en un solo período. Si Michetti fuera elegida vicepresidenta por el período 2019-2023, y luego asumiera efectivamente el cargo para ejercerlo durante ese período, se convertiría en la primera vicepresidenta en ser elegida dos veces para ejercer el cargo y en ejercerlo por dos períodos.
De todas formas, la ubicación del vicepresidente dentro del esquema institucional argentino es ambigua. Por un lado, la Constitución le impone la tarea de presidir el Senado, pero por otro no solo no le asigna la calidad de legislador (ya que salvo que fuera necesario desempatar por existir igualdad de votos, no participa en la sanción de las leyes), sino que además lo identifica claramente con el órgano ejecutivo, porque es el designado constitucionalmente para reemplazar al presidente de la República en caso de ausencia, y porque cuando nuestra Ley Suprema regula la duración del cargo de vicepresidente, la forma de elección, los requisitos, la remuneración, la fórmula de juramento y la solución en caso de ausencia, lo hace en la sección dedicada al presidente de la Nación. Esta ambigüedad hace que la figura del vicepresidente esté, en su dimensión institucional, caracterizada por fortalezas y debilidades.
Debilidades porque preside un órgano de cuya actividad legislativa no participa, porque no tiene tareas asignadas en el órgano ejecutivo (allí cumple un rol en expectativa, porque reemplaza al presidente de la Nación en caso de ausencia), y porque la Constitución no prevé la obligación de reemplazar al vicepresidente en caso de ausencia. Pero algunas fortalezas no pueden ignorarse: es un funcionario con legitimidad democrática de origen –ya que es elegido por el pueblo a través del sufragio–, no puede ser removido de su cargo por el presidente –ya que eso solo puede hacerlo el Congreso a través de un juicio político–, y a pesar de tener una escasa relevancia institucional, de pronto puede convertirse en la primera figura política del país, en la medida que, de ocurrir un deceso, renuncia o destitución del primer mandatario, debe ocupar su cargo hasta la finalización del período presidencial.
Profesor de Derecho Constitucional UBA, UAI y UB