El sueño que une a la humanidad entera
Mientras leo el diario del miércoles, doy con una frase que describe mi presente y acaso el de muchos: “Enfrentamos el frío y soñamos con el agua fresca de un verano auspicioso que nos otorgue, también a nosotros, la posibilidad de un nuevo comienzo”. La escribió Violeta Gorodischer en este mismo espacio de contratapa, a propósito de una fotografía cuyos datos no vienen al caso. Antes que la escena concreta, lo que importa es la metáfora que se extrajo de ella, cargada de estímulos sensoriales y con el grado de abstracción justo como para que cada cual se reconozca allí desde su propia realidad. Al leerla, sentí que la frase ya no hablaba de la foto, sino de mí.
Es posible que la humanidad nunca antes haya estado unida como hoy lo está por un único anhelo que la recorre por entero, de una punta del globo a la otra: la posibilidad de un nuevo comienzo. Esto sí que no es una abstracción, sino un sentimiento bien concreto que cada individuo carga a su modo, pero que nace de la acción de un virus global que detuvo la vida tal como la conocíamos y nos ha devuelto a nuestra condición humana más elemental, es decir, aquella que nos confronta con la fragilidad de los cuerpos, el dolor y la finitud.
No hay duda de que hoy, y en especial en nuestro país, “enfrentamos el frío”. Con más de 40.000 contagios por día y más de 70.000 muertos, la segunda ola avanza con virulencia mientras una sociedad agotada del encierro y acuciada por la necesidad de trabajar y subsistir no encuentra otra alternativa que ponerle el pecho al riesgo en medio de carencias múltiples. La falta de vacunas y de camas de terapia intensiva nos acerca a ese momento tan temido en el que la infraestructura hospitalaria colapsa y quedamos librados a nuestra suerte. Esta semana, la imagen de la joven Lara Arreguiz recostada en el piso del Hospital Iturraspe de la ciudad de Santa Fe fue desoladora. Debilitada por el virus que le provocaría la muerte, la indefensión de la muchacha en esa sala de espera interpeló al país al tiempo que reflejó una realidad dramática. Para hacer aún más frío este invierno, el Gobierno está más preocupado por sus internas y su hambre de poder que por la atención de los padecimientos de la gente ante el azote de la pandemia, y alimenta con sus propósitos el odio y la división en momentos en que se necesita lo opuesto: empatía y solidaridad.
¿Habrá posibilidad de un nuevo comienzo? ¿Será solo un sueño o será algo más que eso, como sugiere la frase de Violeta Gorodischer con sabia ambigüedad? De nosotros depende. Porque el virus, como experiencia extrema que invita a revisar nuestra visión de la existencia, es también una oportunidad. Aferrados a nuestras rutinas, solo afrontamos la necesidad de cambio ante el sacudón de grandes golpes que nos obligan a abrir los ojos y tomar conciencia. La pandemia es una experiencia límite, qué duda cabe. Habrá un antes y un después. Un reinicio. La posibilidad –la oportunidad– de volver a empezar.
Sin ese cambio, me temo, estamos perdidos. Lo diré con palabras del escritor venezolano Alberto Barrera Tyszka: “El coronavirus puede ser interpretado como un síntoma de una enfermedad mayor, más diseminada y profunda, que tiene que ver con nuestra relación con el planeta, con los sistemas de consumo y contaminación que hemos creado, con las condiciones desiguales de vida, con una lógica de funcionamiento destructivo”. Si todo sigue igual, en suma, el futuro tendrá fecha de vencimiento.
"Es posible que el mundo nunca antes haya estado unido como hoy lo está por un único anhelo que lo recorre por entero, de punta a punta: la posibilidad de un nuevo comienzo"
Sin embargo, el cambio colectivo pasa primero por cambios a nivel individual. En este sentido, no puedo dejar de ver una conexión entre la viralidad virtual en la que vivimos y la loca carrera del Covid, que siembra enfermedad y muerte a su paso. La viralidad fuera de escala del ecosistema mediático al que nos entregamos sin resistencia, además de multiplicar pestes como las fake news y el odio tribal, hiere de muerte nuestro ritmo vital personal y nos convierte en terminales interconectadas de una sola red frenética que nos esclaviza desde las pantallas. Llevamos una vida de autómatas y el Covid nos viene a decir, de muy mal modo, que no lo somos. Relegado, el cuerpo sigue ahí, habitando en soledad un espacio y un tiempo concretos, y ahora es blanco de un virus que se ensaña con él mientras nos recuerda una verdad que no debimos olvidar: somos seres de carne y hueso, limitados, con cuerpos destinados a convertirse, más tarde o más temprano, en polvo.
Por mi parte, en mi nuevo comienzo quiero recuperar mi ritmo y mis horas. Ya basta de viralidad. No puedo ni quiero estar comunicado con el mundo entero. Si lo dejo entrar a través del celular, me aplasta, me anula con su peso. En mi nuevo comienzo me aferraré a esa vieja premisa de la Bauhaus: menos es más. Menos, pero mejor. Adiós al reino de la cantidad, que todo lo iguala.
Estamos atravesando el frío. Pero el calor y el agua fresca del verano también dependen de nosotros. No hay que esperar a que termine la pandemia para volver a empezar. Podemos empezar a cambiar desde ahora. Y recomenzar, cada uno a su manera.