El sujeto devaluado
VIVIMOS en un medio convulsionado donde los gobiernos y los criterios económicos se suceden imprevisiblemente. Este contexto, al no ofrecer alternativas perdurables, provoca la puesta en duda de los valores y el consecuente desgaste que produce tener que procesar estos cambios y redefinir sin cesar posibilidades y proyectos.
En este contexto donde lo estable es la inestabilidad, solemos vernos inundados por vivencias, en el mejor de los casos transitorias, de desorientación, de caos y hasta de catástrofe. El clima de imponderabilidad social nos impregna, nos angustia y nos preocupa. A veces se expresa como un ruido sordo; otras veces, a través de estallidos violentos. Esta inquietud también es, en parte, consecuencia del temor a la aparición de formas nuevas, no conocidas, aún no categorizadas, de opresión o represión.
Los psicoanalistas estamos doblemente implicados y desafiados, porque la crisis nos involucra como sujetos, en tanto miembros de esta sociedad convulsionada y, además, por la responsabilidad ética que nos impone nuestra profesión.
El país está en riesgo: la pauperización de más de la mitad de la población, los saqueos, los cacerolazos, el acorralamiento, la represión, dan cuenta de su fractura política y económica. El estallido social, la violencia y la paralización reflejan las dificultades del poder para afrontar o intentar revertir una realidad indigna.
El alto grado de imprevisibilidad e irracionalidad con el que convivimos produce fuertes efectos en la subjetividad. Al ver obstruida la posibilidad de pensar en lo mediato, y de profundizar el contacto con nuestros conflictos, dejamos de contar con nosotros mismos, justamente en el momento en el que más se necesita disponer de capacidad reflexiva. Ironía y paradoja a la vez: inundados de angustia y desorientación, no tenemos fuerzas suficientes para encarar el desafío de encontrarnos reflexiva y operativamente con aquello que nos problematiza.
La ruptura de las reglas del juego desorienta, empobrece y desvitaliza. Se pierde el sentido de la vida, el motor que da la posibilidad de hacer proyectos.
Una sociedad puede mantenerse si está organizada en torno a tres ejes: verdad, ley y memoria (Piera Aulagnier, 1986). Estos ejes se alteran cuando la verdad es tergiversada con la mentira; la ley, con la ilegalidad, y la memoria, con el olvido. La relación entre el individuo y la sociedad está signada por lo que Aulagnier define como "contrato narcisista". Este concepto se sustenta en la idea de que la cultura es una de las dimensiones que estructuran al sujeto constituyendo un sostén homólogo a la función parental.
Discurso social
Buscamos en el discurso social un soporte identificatorio. La sociedad se compromete a darnos un marco de referencia y a puntuar las funciones que nos tocará desempeñar. A través del discurso social, la sociedad nos provee de un sostén que nos permite proyectarnos hacia el futuro. A cambio, nos comprometemos a ser portavoces de los ideales sobre los cuales esta sociedad se apoya, a transmitir el modelo sociocultural en consonancia con nuestra singularidad indelegable.
El contrato individuo-sociedad se autorregula y puede operar silenciosamente sin producir efectos sintomáticos cuando contempla necesidades, obligaciones y deseos de ambas partes.
Desde el lado del conjunto social, este contrato se rompe cuando quedan anuladas las garantías necesarias para nuestro desarrollo. Tal ruptura da lugar a la aparición de situaciones de violencia, que pueden llegar hasta la eliminación del otro. Hoy, con la volatilización del Estado, es decir, su agotamiento, el pasaje a la lógica del mercado, la globalización y la precarización de las condiciones de vida con amenaza de exclusión social, en la sociedad argentina se han resquebrajado las redes de sostén. Sólo en la medida en que repongamos el contrato individuo-sociedad tendremos recursos para afrontar la crisis con eficacia. Todos requerimos cierto grado de estabilidad, puntos de referencia que nos sostengan y apuntalen.
Colette Soler habla del "narcinismo", narcisismo cínico que no respeta ninguna forma, que no se rige por reglas de juego transparentes y consensuadas. Las consecuencias se aprecian en el empobrecimiento y fragmentación del lazo social global. El fracaso de las redes imaginario-simbólicas compromete la subsistencia de la subjetividad. Así lo evidencian la violencia y la marginalidad. El desenfreno revela el arrasamiento y la abolición del sujeto.
En un marco como éste, la subjetividad que el psicoanálisis demanda para el despliegue de su trabajo terapéutico específico está destituida. No es fácil obrar como psicoanalista en busca del saber en un medio que induce al olvido, a la desmentida de los hechos traumáticos; que pone en evidencia la tendencia a conferir impunidad a los delitos y legalidad a la corrupción. Y sin embargo es indispensable.
Necesitamos ser especialmente permeables a aquello que nos determina más allá de nosotros, sin caer en la trampa de otorgar a las condiciones imperantes en el macrocontexto el estatus de justificación suficiente de nuestros padecimientos. Es un desafío insoslayable pensar y semantizar hoy los condicionamientos que el macrocontexto impone a nuestra práctica clínica y los problemas teórico-técnicos que esto trae aparejados.
La autora es psicoanalista.