El vendedor de flores
Podría estar ofrendando unas flores. Asistiendo a un ritual. Hay algo incompatible entre el niño, las rosas, el fuego y el humo de la protesta urbana. Algo incompatible salvo que lo observemos de cerca: su gesto congelado; no parece haber miedo ni sorpresa ni nada que no sea la muda contemplación de un mundo intolerable. El niño es sirio, sus ojos deben estar hartos de ver humo, fuego, oscuras estelas de lo que ya no hay. La foto está tomada en Beirut, durante las protestas –que no paran– por el incremento del costo de vida, el desastre financiero, el caos de una economía que, como en tantas otras partes del mundo, insiste en expulsar y decirle a la mayor parte de la población: “ustedes sobran”. El niño dejó una Siria desangrada y hoy vende flores en las calles de un Líbano airado. No tiene miedo, no está asombrado. La vida, para él, no es más que una cruel sucesión de catástrofes.