El viaje en el encierro
Aun cuando no fuera época de emergencia, la consigna "Quedate en casa" es de una sensatez meridiana. Fueron muchos quienes pensaron antes lo mismo, y entre todos ellos nadie mejor que Pascal. La frase, muy repetida, una de sus justísimas condenas del divertissement, es, entrecortada, la siguiente: "[...] j'ai dit souvent que tout le malheur des hommes vient d'une seule chose, qui est de ne savoir pas demeurer en repos dans une chambre" ("he descubierto que toda la desdicha de los hombres proviene de una sola cosa, que no saben quedarse en reposo en un cuarto"). Hay una especie de hombres que se distraen con la amenidad del paisaje, bailan, se agitan o bien, en la línea pascaliana, quieren hacerse reyes, sin pensar qué es ser rey ni qué es ser hombre. Otros resisten la amenidad y optan por la contemplación. El artista Fidel Sclavo pertenece a estos últimos.
Sclavo vive la mayor parte del año en Buenos Aires, pero el confinamiento lo sorprendió en Montevideo, donde nació, y sigue ahí ahora. La rutina no cambió mucho, porque él es de puertas adentro. Después de todo, un artista no es, como machacan la mercadotecnia juvenilista, una figura social de vernissage en pose "divertida" y copa de espumante tibio en la diestra. Los viajes del artista son alrededor de su taller.
Con el pretexto del encierro generalizado, Sclavo inició una serie de trabajos en tinta sobre papel coloreados digitalmente. Algunos los fue dosificando en Instagram y otros, postales (una recurrencia), con la frase "Quedate en casa leyendo" están en la web de Ediciones de la Banda Oriental.
¿Pero qué es "la casa"? En esos trabajos, la casa tiene su materialidad (la ilusión pictórica de ella), pero admite entenderse además como una alegoría concentrada. "La casa es también el intangible templo personal de cada uno", dice Sclavo. "El lugar, no necesariamente físico, donde sentimos una comodidad que nos permite expresarnos sin intermediarios con lo innombrable. La casa es uno, en el sentido que la cabaña de Walden lo era para Thoreau, observatorio donde conocer algunas de las verdades del universo. He vivido en muchas partes, con mi casa a cuestas. Desde hace muchos años siento que mi casa es Buenos Aires, donde ahora no puedo volver por un tiempo, y dibujo desde otra en Montevideo, que me mira como un antiguo amor de juventud con quien ya no nos hablamos tanto. No es la primera vez que me sucede eso, que es algo a lo que todos llegamos: ser un extranjero en cualquier parte".
Se ven personajes innominados en esas habitaciones, a veces puertas afuera, viejos conocidos solitarios de la pintura de Sclavo. No parecen tener espesor espiritual, pero deparan la ilusión de que ese espesor se lo conferimos nosotros. "Eso es acaso lo que los hace cercanos, intercambiables, y posibilita que cualquiera tome prestado por un rato esa silueta", dice el artista. "Es curiosa la razón por la cual suele ser más fácil que uno ceda su propia soledad y empatice con la representación de un personaje solitario frente al infinito pascaliano, que si las figuras son dos, o bien un grupo. Eso que sucede en Caspar David Friedrich con el hombre de espaldas frente al mar de El caminante... no ocurre en otras pinturas suyas donde los personajes van acompañados".
El caminante, Der Wanderer en alemán, es el nombre de un poema de Georg Philipp Schmidt von Lübeck al que Schubert hizo canción. Hay unos versos que acaso Sclavo conozca, y que parecen sentarles bien a sus personajes, voluntariamente cautivos de sí mismos: "El sol me parece aquí tan frío,/ las flores, secas; la vida, vieja;/ y todo lo que hablan, sonido hueco./ Soy un extranjero en todas partes".
"Ich bin ein Fremdling überall", "soy un extranjero en todas partes. No hace falta salir de casa para ser ese vagabundo. Más todavía, ese humilde vagabundeo interior (en todos los sentidos de la interioridad) se nos revela como el único revestido de dignidad.