Elogio de la sombra
SANTIAGO, CHILE.- En una de sus conferencias sobre la ceguera, Borges lamentó que, habiéndose acostumbrado a dormir en plena oscuridad, de pronto se viese obligado a reposar en un mundo de neblina, esa neblina verdosa o azulada y vagamente luminosa que es el mundo del ciego. En esos días su ceguera era imperfecta: podía descifrar todavía amarillos, verdes y azules; el rojo y el blanco le eran ya negados; se asemejaba al lento crepúsculo y no a la fulminante ceguera de quienes pierden bruscamente la vista. Quizá (no lo sabemos) soñaba entre sombras los colores. Eso explicaría su afición por el cine: durante años, Borges acudía a las salas y prestaba atención a los diálogos; el resto era lo que alguien describía y él imaginaba. Quizá, otra vez, esas invenciones mejoraban lo que sucedía en la pantalla. No lo sabremos nunca, como tampoco adivinaremos qué ve esta mujer mientras palpa el muro para ciegos en Santiago.