Empeorados
De un año para el otro, a mi padre -médico clínico en un hospital público- se le hizo cuesta arriba el aumento de la cuota del colegio privado al que me mandaba. Así que me mudó al estatal, a la vuelta del otro. Los únicos cambios perceptibles fueron el guardapolvo blanco y cierta saludable heterogeneidad social. Por lo demás, se impartía una educación de calidad equivalente y con una prestación impecable de servicios que no reconocía interrupciones de ningún tipo.
Pero eso fue hace mucho, a fines de los sesenta, cuando no había desocupación, el conurbano no era África y las armas todavía no escupían muertes a mansalva.
Políticas públicas ineficaces y gremios en permanente pie de guerra devastaron la escuela para todos, pilar fundamental de la República, con la que soñaban Sarmiento y Roca.
En mi infancia era inusual que el subte no funcionara. Hoy es rutina. Se suma a ese padecimiento cotidiano la tortura del evitable alarde de ostentación fotográfica que hacen de su sorprendente tour por Roma sus metrodelegados, que antes de irse dispusieron más medidas de fuerza.
Los gremialistas deberían replantearse sus estrategias de protesta para que no impacten siempre en los que menos tienen.